Esta alocución, manipulada hasta el hartazgo, ha sido el punto de partida de la construcción de diversas sociedades modernas y la responsable de situaciones no siempre gratificantes.
De enorme influencia en gran parte de las diversas progenies, ya sean la silenciosa, Baby Boomers, Generación X, Millennials, Generación Z y Generación Alpha, y especialmente en la mente de jóvenes pertenecientes a la bautizada generación de cristal que han derivado en la llamada, por Zygmunt Bauman, “ sociedad de la modernidad fluida”.
El término carpe diem ha sido siempre atribuido al poeta latino Horacio que vivió en Roma entre los años 65 y 8 A.C. y de manera superflua se ha traducido como “vivir el momento, disfrutar del instante sin pensar más allá del presente” denotando de qué manera pueden reducirse los pensamientos y en esta era tecnológica lograr que se conviertan en tatuajes, frases motivacionales, slogans de ocasión y hasta una manera de encarar lo cotidiano ensalzado hasta por profesionales que practican psicologismo de baja estofa inculcándoles a sus clientes (no son pacientes porque les cobran sin darles nunca el alta) que “vivan y experimenten todo lo que se les ocurra porque la vida es una sola”.
Y no existe nada más alejado de la realidad.
Quienes siguen mis publicaciones han leído y debatido una nota publicada en este mismo portal el 04/09/2019 https://periodicotribuna.com.ar/23337-la-filosofia-y-el-analisis-de-las-crisis-argentinas.html Para quienes se renuevan la recomiendo.
En la actualidad tenemos una herramienta sustancial que es el acceso a redes y sistemas de medios casi de manera instantánea y eso por una parte es beneficioso y por el otro tiene un costado problemático: el bombardeo de información es tan alto que resulta imposible procesarla completamente y menos aún retenerla durante mucho tiempo.
Entonces es lógico concluir que obteniendo muchos datos que no llegan a profundizarse, la sociedad se maneje con conceptos pre elaborados que al no ser internalizados para analizar construya pensamientos superficiales comportándose -por la necesidad de responder a la inmediatez- casi instintivamente en cualesquiera de los aspectos de su vida. Carpe diem significa, literalmente, “cosecha el día”.
El párrafo completo que se encuentra en la obra de Horacio Carmina I,11 reza: “carpe diem quam minimum credula postero” (“disfruta del día sin preocuparte en lo más mínimo del mañana”).
A partir de esa frase estereotipada aparecieron luego poetas, escritores, artistas, comentaristas, músicos, profesionales y hasta políticos que la aprovecharon para sus propios intereses.
Hasta la industria cinematográfica supo concebir un producto dirigido en principio a la juventud por su espíritu rebelde, que terminó influyendo también en adultos, con aquella famosa película interpretada por Robin Williams “La sociedad de los poetas muertos” (Dead poets society) un film más efectista que efectivo, que no ha dejado nada sano ni para los adolescentes, ni para el resto de una sociedad que se dejó llevar por el influjo de convertirse en modernos “librepensadores”.
Y en esto es de toda justicia redimir al gran poeta y pensador Horacio ya que muy pocos se han ocupado en adentrarse en el resto de sus obras y hasta en su vida, que explican de una manera más realista esta creación donde aparece el famoso “carpe diem”.
Horacio era un autor obsesionado por detener el transcurso del tiempo. Y este dato no es menor a poco de que se analice el verdadero sentido de la alocución.
En lo que se llama el paréntesis en el que está encerrado el ser humano desde que nace hasta que muere, al autor solamente le importaba la temporalidad.
La imagen de una figura como Horacio con una visión hedonista y ajena a los problemas existenciales es absolutamente falsa.
Horacio estudió filosofía griega en la Academia de Atenas, en una época en la cual tanto la filosofía moral y del conocimiento pendulaban entre las corrientes de epicúreos y estoicos resumida tiempo después por Séneca respecto a que ambas posiciones representaban totalmente la naturaleza. Horacio fue admirador de su maestro Cicerón.
Por eso el autor tuvo la tendencia a exaltar el momento con pleno reconocimiento de su limitación, lo que pone de manifiesto su apego al existencialismo del cual carecieron sus imitadores posteriores renacentistas, románticos, barrocos, modernos y post- modernos.
De ninguna manera Horacio alentaba la irresponsabilidad o a dejar de lado las consecuencias de los actos.
Pregonó, sí, no renunciar a aquello en lo que creemos producto de la elaboración de un pensamiento crítico y de la convicción ética.
Se entiende lógicamente que las personas que padecen enfermedades importantes, o sufrieron accidentes graves y hasta pasaron por experiencias cercanas a la muerte hagan de este término su frase de cabecera.
Allí aparece la sutil diferencia de aprovechar intensamente cada día con la contracara que observamos cotidianamente en parte del resto de la sociedad de vivir todo en el presente a “como de lugar”, sin frenos, sin límites, sin inhibiciones.
Una cosa es la libertad y otra muy diferente el libertinaje.
No es un secreto, porque luce publicado, que la vida que le tocó enfrentar a Horacio fue de extremos peligros, varias veces al borde de la muerte, lo cual lo llevó a festejar cada uno de sus cumpleaños- hasta el final de sus días- como su renacimiento.
Ahora posiblemente podamos comprender que en incontables ocasiones lo idílico, lo hermosos, lo liberador es solamente una vaga respuesta a las situaciones angustiantes que tuvo que enfrentar a lo largo de su vida.
Señalo nuevamente que Horacio, extremadamente hipocondríaco y depresivo, no le temía a la muerte – que entendía como inexorable y universal- sino al transcurso del tiempo.
Por eso ocupó su existencia en convertirse en trascendente. Y por lo que hemos visto, lo ha sido.
Supo expresar: “he edificado un momento más perenne que el bronce y más alto que la regia mole de las pirámides” y “no moriré yo del todo y una buena parte de mi podrá evitar la muerte”.
Horacio ya está doblemente justificado por un lado el sentido de “carpe diem” obedece a razones loables y por el otro con su obra logró lo que como mortal no pudo alcanzar “vencer el veloz transcurso del tiempo” o lo que él llamaba obsesivamente temporalidad.
En tal sentido, la sociedad actual-especialmente las últimas generaciones y su entorno familiar- se ha desarrollado tomando los parámetros de aquella “sociedad de los poetas muertos” que fue ensalzada como un film de trama psico-filosófica contra todo el orden establecido que se consideraba asfixiante.
Existen dos modos de asimilar el término “carpe diem”, uno a través de la proclama de vivir el presente, el momento, lo instantáneo, sin meditar sobre los hechos que se llevan a cabo, a quienes afecta, ni las consecuencias inmediatas y mediatas.
El otro, al que adhiero, sugiere disfrutar cada momento al mismo tiempo que se adquieren elementos que enriquezcan la vida, sumar conocimientos, plantearse dudas y a través de deducciones lógicas desarrollar una formación crítica. Esta es la manera de lograr una elevación espiritual por sobre lo mundano, lo carnal.
Desgraciadamente, en líneas generales campea una gran mayoría de las sociedades que profesa el primer modo descripto a pesar de su manifiesta superficialidad.
Así como ocurre en la película mencionada, las familias- núcleo esencial del entramado social- repiten el concepto de libertad como un mantra que termina perdiendo su esencia si no se aplica correctamente.
La libertad imprudente y sin inteligencia deriva inexorablemente en estupidez. Hay multiplicidad de caminos de libertad, pero absolutamente equivocados.
“Todo está permitido, pero no todo es conveniente. Todo está permitido, pero no todo es edificante” (Corintios 1; 10:23).
Basta con recordar a los llamados “jóvenes idealistas” de la década de los 70 y las vertientes que de allí surgieron.
Hoy se alienta a la juventud, y a la sociedad toda, a “empoderarse”, a elegir su propio camino sin importar la manera. El fin justifica los medios y si “lo pedís, lo tenés”.
Elegir el propio camino de manera emotiva, irracional, impulsiva es un arma de doble filo, ya que si lo elegido es nocivo se termina pagando caro.
La psicología vitalista y romántica de esos desafíos se promociona como estimulante, más aún para las mentes jóvenes, pero a la vez es muy peligrosa porque borra todos los límites morales, y al convertirlos en aprendices de dioses cualquier cosa aparece como aceptable.
“Aprovechar la vida” no implica “hacer lo uno quiera”, porque cuando el objetivo no es claro y razonado la diferencia entre ambas cuestiones se desdibuja. Pensar, para esta corriente, es peligroso.
En este punto y en lo que trata a la formación de los jóvenes no sirven los padres complacientes, aquellos que en lugar de ser guías de sus hijos se convierten en “amigos” o intentan vivir experiencias propias a través de ellos; tampoco sirven los docentes que ideologizan con corrientes modernistas, ni terapeutas permisivos que indican “todo lo que desees está bien y debes experimentarlo” ya que en conjunto son responsables de las conductas que el día de mañana adopten esos adolescentes.
Para educar no basta con abrirles la mente, sino también llenarlas de herramientas que les sirvan para su desarrollo futuro.
En esta era de relativismo absurdo en el cual parece que todo está permitido con el pretexto de acallar, discriminar, cercenar, es menester ver el papel que desarrollan las instituciones de enseñanza, pero es primordial observar a las familias y los valores cada vez más superficiales que manejan, sometiendo al individuo a no pensar y ni siquiera a profundizar quienes somos.
El vínculo directo que existe entre los líderes que demanda la población y a los que le profesa admiración o directamente los fomenta, no permite luego ninguna queja cuando en el seno familiar se modela una clase de ciudadano que con esa formación luego elegirá o hasta podrá ser electo.
Los principios básicos de disciplina y orden y gestionar la vida más desde el deber que desde el deseo es en definitiva lo que marcará nuestro futuro.
No alcanza con un pensamiento libre encerrado en la mente de una persona, por más agradable que parezca, si se limita el desarrollo y el potencial de ese ser social.
Una ideología basada en la libertad y azuzada con la rebeldía contra todo lo existente y establecido, no son los tópicos más convenientes para intentar cambiar las injusticias del mundo.
Allí es cuando la pasión que domina la razón se desborda por la propia agitación de la conciencia.
Se ha impuesto, erróneamente, que “vivir el momento” significa hacer cualquier locura y vivir en el hedonismo en su máxima expresión.
El dogma “carpe diem” no invita a “disfruta con lo que quieras, no pienses en reproches o en lo que dirán y rompe con lo que te ordenan u otros te auto-imponen”
Ha quedado demostrado de sobra que vivir con el concepto superficial del “carpe diem” es imposible e irrealizable.
Los diferentes actores que comparten su vida cotidiana con las distintas generaciones de jóvenes (padres, docentes, medios de comunicación, artistas, políticos, terapeutas, amistades, etc.) han creado un tipo de “adolescente light” a los que le cuesta integrarse de una manera armoniosa y equilibrada en ámbitos educativos, laborales, familiares, barriales, convirtiéndolos en “rebeldes sin causa”.
El mensaje de la filosofía de la utopía socialista o marxista del “individualismo con disfraz” es totalmente contrario a la dignidad humana.
El progresismo que se ha encargado de desarrollar la pedagogía de los oprimidos y sus diversas variantes igualitarias; la sociología dialéctica de “dominantes y dominados” y la perspectiva de género que convierte la natural sexualidad humana en un “constructo” , está al servicio de una “revolución erótico-social” y es lo que ha hundido a la humanidad con el único objetivo de someterla y esclavizarla.
Solamente desde el orden natural y desde la prédica de valores- y más aún desde el orden cristiano para quienes profesan Fe- es posible darle una respuesta digna a la persona humana para enfrentar las propuestas del materialismo burgués y del comunismo colectivista.
En definitiva, desde la cosmovisión de la temporalidad de Horacio la filosofía de su poesía se sintetiza en “hay que disfrutar del paréntesis de la vida a sabiendas que es tan solo una manifestación del tiempo”.
Es que justamente siendo conscientes de la fragilidad de ese paréntesis de vida debemos imponernos evitar el peligro de las soluciones extremas.
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