De la oscuridad y los agujeros sin fondo en los que vivimos, surgen los fuegos desaforados de un ritual que nos hace caer una y otra vez en un nuevo escenario sin horizontes, donde se oye la letra de una vieja cantilena entonada por quienes intentan burlarse de nosotros: los peronistas mutantes.
De Manzur a Wado de Pedro, de Moyano a Scioli, de Insfrán a Capitanich, de Perotti a Rossi, de Máximo a Massa, de…hasta… (la lista es copiosa y excede los límites razonables de estas reflexiones), compiten para comunicarnos las buenas nuevas cobijados bajo las polleras de Cristina Fernández: están de vuelta con sus mañas intactas, dispuestos a tendernos sus trampas habituales mientras tratan de halagarnos como si fuésemos animales domésticos.
Para conseguir sus fines, se enredan en toda clase de tonterías, con su orgullo de no ser expertos en nada y sin tiempo para otra cosa que no sea vanagloriarse de sus eventuales “propuestas” (¿) para que podamos recobrar una buena vida que se nos escapa de las manos merced a los desatinos que ellos mismos construyen, “corsi e ricorsi”, con ideas que huelen a naftalina y encubren una siniestra obsesión: que todo cambie…para que nada cambie.
La sociedad que nos proponen está orientada con astucia mediante el arte de valorar a cada hombre por su precio. Y sobre ese soborno cultural se preparan para reconstruir un mundo sin moral ni ética alguna.
No hay duda de que sufrimos la crisis más aguda de nuestra historia política; porque en un momento en que el mundo debate con seriedad cuestiones referidas a un futuro que se presenta como extremadamente vertiginoso e impredecible, quienes se ofrecen para sacarnos del pantano en el que chapoteamos, se apretujan para sostener una organización que les permita mantenernos esclavos de sus desatinos.
Es el peronismo en su salsa (o “al palo” como suelen decir los jóvenes de hoy día): prometer el oro y el moro, para someternos finalmente a sus arbitrios excluyentes cuando llegan al gobierno.
¿Habremos descendido finalmente al infierno tan temido de la disolución social? Porque las supuestas políticas “iluminadas” (¿) de quienes pretenden engañarnos una vez más con sus arengas fervorosas, solo parecen dirigidas a devorar el resto de sentido común aún latente en algunos sectores sociales.
¿Qué más puede decirse de lo que estamos viviendo? Muy poco. Solo agregar que la presente campaña electoral está llevando a la sociedad a un estado de tensión insalubre del que nada bueno podrá salir.
La república está quebrada. Tanto, que quienes en otros tiempos se manifestaban opositores y solían respetar las diferencias en un marco de armonía, hoy se suman al concierto para “apedrearnos el rancho” sin piedad.
La seducción peronista ha provenido siempre de una estructura inexorable que avanza sobre nuestras libertades, a la que hemos tolerado por una anomia de la que no conseguimos salir.
Porque los problemas que sufrimos hoy no son culpa de Mengano o de Zutano, sino de nuestra actitud cuasi hedonista, mirando el mundo por la ventana y dejando que “otros” se ocupen de los asuntos públicos.
En ese escenario, ¿qué significado trascendente puede tener la supuesta “unidad” del peronismo alrededor del último bote salvavidas en que se han montado rodeando al ubicuo Sergio Massa, del que tratarán de excluirnos una vez más tirándonos por la borda cuando llegue el momento que juzguen apropiado para ellos?
Lo único realmente novedoso del proceso del nombramiento del candidato Massa –odiado por Cristina-, es que ésta tuvo que ceder en sus caprichos al haber comprobado que estrenó un nuevo ciclo: el peronismo ya no la reconoce como líder absoluta.
El acto ridículo de la exhibición del “avión de la muerte” y sus diatribas lanzadas a diestra y siniestra, evidenciaron que se tuvo que tragar el sapo a disgusto y su proverbial rencor enfermizo sonó patético, al tratar de encubrir su “rendición” con una frase sin sentido alguno respecto de lo que sucedió finalmente: “para ganar hay que apostar” (sic), como un pedido de disculpas a los “militantes” a los que engatusó durante años fingiendo interés desmesurado por la tragedia de los 70, como herramienta útil para hacerse inmensamente rica con su fallecido esposo.
Parodiando a Beatriz Sarlo, le decimos: “a nosotros no, Cristina…”
A buen entendedor, pocas palabras.