La aparición del señor Massa con la dueña de la mentira, Cristina Fernández de Kirchner, delante de un supuesto avión que realizaba los “vuelos de la muerte” ha sido, quizás, la peor manera de arrancar la campaña electoral.
Esa hipocresía demagógica del eterno uso bizco de los derechos humanos (hipocresía demagógica que sigue inexplicablemente abierta aún en la Argentina) es un resumen visual de lo que el país vive hoy en día: el imperio del embuste y de la contradicción.
Agustín Rossi, quien no hace mucho aseguraba que Macri y Massa eran la pestilente “derecha” ahora, como su compañero de fórmula, dice que calificar al ministro-candidato de esa manera “es un error”.
La hotelera condenada, que afirmó que si las PASO -con las que se había encaprichado el presidente- tenían lugar, su candidato hubiera sido Eduardo de Pedro, le entregó la candidatura a quien ella misma definió como un “fullero” en su propia cara y como un “hijo de puta” en un proverbial diálogo telefónico con Oscar Parrilli.
Massa -que vendió su alma al diablo por la candidatura- el que iba a barrer a los ñoquis de La Cámpora y el que iba a “meter en cana a los corruptos”, quedó vacío de representantes propios (del Frente Renovador) en las listas legislativas de la nación y de la provincia de Buenos Aires: la enorme mayoría de esos lugares se los quedó el cristinismo y La Cámpora. El kirchnerismo puro se quedó con 11 de los 15 candidatos a legisladores nacionales y con 33 de los 68 provinciales.
Si uno ve la conformación de la boleta en forma horizontal de lo que Scioli llamó “Unión Provisoria” (en un sagaz juego de palabras con las iniciales de “Unión por la Patria”) se agarra la cabeza: Massa, Rossi, Kicillof, Magario, De Pedro, Máximo Kirchner y Victoria Donda. Lisa y llanamente los que destruyeron el país.
¿Qué todo esto esté en el conocimiento pleno de la ciudadanía y aún así este engendro tenga posibilidades de ganar, es normal? ¿Qué futuro podría tener un país así?
Para alguien como yo que vive mucha parte del año fuera de la Argentina es muy difícil explicar lo que ocurre en el país.
No hace mucho, luego de una de las tantas descripciones que he hecho, me hicieron una pregunta que me dejó pensando. No me preguntaron cómo hacía la gente para arreglárselas y vivir así o cómo era vivir sin moneda. Lo que me preguntaron fue si las elecciones en la Argentina eran libres.
En seguida lo entendí: la única explicación que alguien desde afuera puede encontrarle al hecho de que un país pueda vivir bajo estas condiciones tanto tiempo es que las elecciones no fueran libres y que el pueblo tuviera que aguantarse lo que le imponen. Pero no. Las elecciones son libres y esto es lo que elige el pueblo. Como lo hizo en Córdoba, volviendo a darle el triunfo al peronismo.
Quizás Massa sea un candidato bien representativo de los argentinos. Un veleta, un hipócrita, un ventajero, un falluto, (además un incapaz porque es el ministro del 140% de inflación, el gerente de los 2 millones de jubilados sin aportes que le han robado el trabajo a los que sí aportaron), un hombre sin principios y solo estimulado por su ego y su propia adulación, reúne todas las características de aquel personaje que con un extraordinario bisturí diseccionara el gran Ortega y Gasset a principios del siglo XX en su memorable “Hombre a la Defensiva”.
Después de tanta palabra volcada en estas columnas, después de tanto análisis sobre un eventual hartazgo social producido por un status quo que ha transformado al país en una gran villa miseria con bolsones de opulencia, no descarto que el peronismo pueda ganar.
En su victoria se encontrará una nueva explicación al carácter argentino y a esa decisión colectiva e inescrutable de hundirse solo y de dirigirse a un suicidio inconsciente por el solo hecho de preferir vivir de las fantasías antes que de la realidad.