Tras hacer un sesudo análisis de la fórmula oficialista que acababa de trascender, el avezado periodista concluyó su exposición con la siguiente sentencia: “En definitiva, hay que reconocer que la Argentina va a seguir del lado de Occidente”. A sus espaldas podía leerse el zócalo de un canal oficialista que insistía con la novedad por entonces cada vez más firme, afirmando que “Wado” de Pedro y Juan Manzur era “la fórmula que quiere Cristina Kirchner”.
Y más allá de las prevenciones que pudiera despertar la figura del ministro del Interior, la realidad es que él siempre fue el dirigente camporista con menos reparos en acudir a lugares rechazados por el cristinismo puro, sin riesgo de ser por ello excomulgado. Incluso compartiendo espacio con los referentes más demonizados. Ni qué hablar del gobernador tucumano, muy cercano a Estados Unidos.
Treinta horas después, el globo de ensayo que terminó representando la citada fórmula se desinfló ante la irrupción de los precandidatos definitivos, Sergio Massa y Agustín Rossi. Mucho más aceptada incluso por el ya citado Occidente. Más allá del profundo rechazo que la política parece despertar en amplios sectores de la ciudadanía argentina, no existe la amenaza de que de estas elecciones surja una aventura trasnochada.
Ni siquiera Javier Milei, dirigente autodefinido como “anarcocapitalista”, genera el escozor que supo despertar hasta hace unos días. El círculo rojo sigue rechazándolo por la inviabilidad de sus propuestas, pero se percibe allí cierto alivio al presentir que la posibilidad cierta de que se transformara en una seria posibilidad electoral ha sido capeada.
No es porque a los candidatos libertarios les haya ido tan mal en las elecciones provinciales -como en efecto les fue-, pues está claro que el líder del espacio es un fenómeno personal que solo rinde a través de su figura. Sin el respaldo de su nombre en las boletas, no hay manera de que La Libertad Avanza pueda trasladarle a otros dirigentes el atractivo que la imagen del libertario genera. Lo que sí quedó claro en esas elecciones provinciales en las que las ideas libertarias no llegaron nunca a los dos dígitos es que la capacidad territorial de esa fuerza es sumamente limitada, falta de estructura y por ende carente de la necesaria fiscalización que le pueda permitir a Milei controlar los votos que vaya a conseguir. En un contexto tan endeble, ese fenómeno amenaza desinflarse.
Ya no se habla de tres tercios. Pero sí de las dos fuerzas mayoritarias que, sin alcanzar a polarizar tanto como en anteriores comicios, aparecen más parejas que lo que un año atrás podía imaginarse. Algo que no parecía que pudiera suceder con la fórmula original lanzada el jueves 22 de junio, cuando la resignación parecía enseñorearse en el seno del oficialismo. Muchos kirchneristas celebraban la elección de Wado como una apuesta personal de la líder del espacio, mas sin mayores chances electorales y, por el contrario, con serias posibilidades de quedar tercero.
Fue esa la razón del volantazo del viernes 23, y no las que dio Cristina Kirchner tres días más tarde. Ese acto en el que el kirchnerismo utilizó un elemento tan simbólico como un avión de los utilizados en los “vuelos de la muerte” como puesta en escena para que el oficialismo pudiera lanzar la campaña electoral, estuvo plagado de verdades a medias, o interpretaciones cambiadas. En ese marco, entre las pocas cosas reales que Cristina dijo fue la de que Sergio Massa no era el candidato preferido por ella, como sí lo era De Pedro.
Massa lo sabe y poco le importa, como buen resultadista que es. Tiene la gran chance de ser el candidato presidencial de un peronismo unido, con el respaldo resignado de quien sigue siendo la líder, y el apoyo concreto de los gobernadores, que apuestan a la continuidad del actual oficialismo en el poder. Optimista nato cuando se trata de sí mismo, el tigrense apuesta a ganar, más allá de ser el ministro de Economía de la inflación de tres dígitos. Quiere dar una imagen de hiperactividad que es lo que mejor hace y en cuanto a la inflación, sabe que, así como mayo terminó registrando un índice alto pero inferior al de abril, junio mostrará esa misma tendencia (es un mes en el que generalmente el costo de vida no se dispara), y el porcentaje de julio (un mes de subas, por las vacaciones de invierno) se conocerá el día después de las PASO. Para entonces y ya con números concretos, empieza otro partido.
Con el peronismo gobernando, el presidente de turno nunca perdió la reelección. Lo de 2015 no invalida lo dicho: Cristina no era candidata. Ahora Alberto Fernández resignó sus aspiraciones, pero su cargo es una mera formalidad a estas alturas; la imagen de presidente real la da el ministro Massa y él lo ve como un hándicap para competir.
Consciente de que la derrota es una alternativa más que probable, el ministro de Economía tiene plan B. No piensa enterrar su obsesión por el sillón de Rivadavia en esta elección, sino que aspira a que en caso de un resultado adverso pueda llegar a liderar a la oposición. Pero necesita hacer una elección decorosa en octubre y llegar sí o sí al balotaje. A partir de eso podrá disputarle el poder a CFK dentro del propio peronismo, donde no ve otro adversario que pueda rivalizar con él. Y siempre insiste con la edad: pasadas las elecciones, tendrá apenas 51 años.
En la oposición, las perspectivas positivas están más nítidas a partir de la sensación imperante -mas no definitiva- de que los tres tercios ya no corren y la posibilidad de polarizar con el oficialismo es más concreta. Esas posibilidades serias de ganar son las que alimentan la pelea interna; nadie rivaliza tanto para ser mero partenaire. Los paños fríos que parecían haberse puesto a partir de los episodios de Jujuy, que permitieron a los dirigentes de Juntos por el Cambio mostrarse juntos y por fin con un discurso homogéneo, duró hasta que el miércoles Horacio Rodríguez Larreta dividió aguas con su rival, a la que deliberadamente ubicó junto al fundador del Pro: “El modelo de Patricia Bullrich es como el de Macri y fracasó”. Fue suficiente para desatar una ácida contraofensiva. “Hay límites en una campaña. Es un ventajero total, no puede decir algo así de quien fue su jefe político durante tanto tiempo. Me parece muy deleznable”, lo taladró la exministra de Seguridad.
La palabra fracaso es inaceptable para el expresidente en particular y el Pro en general. Es tolerada en boca de los socios radicales, aunque enoja mucho al macrismo, sobre todo al considerar que se le está dando así la razón al discurso del Frente de Todos. La realidad es que en sus declaraciones, el jefe de Gobierno había sido luego más específico, al señalar que “Patricia propone, desde el mensaje fuerte, expresar la voluntad, que ‘vamos a…’. Y así no funcionó”. Luego sería más específico: “Llevamos 100 años de antinomias, peleas, de que el que no piensa como yo es el enemigo, y hay que matarlo; que todo lo que diga el adversario político está mal, que el gobierno nuevo tiene que empezar de cero. Ese modelo fracasó, mirá cómo estamos hoy, siguiendo ese modelo”. Fue la parte que le permitió a Larreta argumentar luego que lo habían sacado de contexto, pero la realidad es que la comparación con Macri existió y el deliberado interés en parangonar a su rival interna con el expresidente.
Una estrategia demasiado audaz. Debería saber Horacio Rodríguez Larreta que es el candidato ideal para ganar un balotaje, incluso con cierta amplitud. Pero para eso, primero, debe superar la interna y malquistarse con el voto duro de JxC no abona esas posibilidades.
“Macri necesita cometer parricidio para quedarse con el Pro”, argumentaba en la semana un consultor político al interpretar esta pelea de la que pareciera difícil volver. Deberán tener cuidado los protagonistas de esta interna de Juntos por el Cambio, que por sus características muchos comparan con la que en 1998 -hace un cuarto de siglo- protagonizaron Carlos Menem y Antonio Cafiero, pues esa vez se interpretaba que de la misma surgiría el futuro presidente. Y tan parejos están en las encuestas los dos precandidatos del Pro que es indispensable que el ganador cierre rápido las heridas con el vencedor, a fin de contar luego con sus votantes.
Los observadores estiman que resultaría más lógico que los adherentes de Larreta de agosto puedan llegar a votar a Bullrich en octubre, que al revés. Parte del voto duro de JxC podría virar hacia Milei, en caso de quedar fuera de carrera la exministra de Seguridad. En cualquier caso, vale la imagen que quede del resultado final y las perspectivas concretas de alzarse en octubre con una victoria, para que quienes se consideren derrotados no se refugien en otras alternativas.