La Argentina “inauguró” un gasoducto (parece mentira que un conjunto de payasos sea exitoso en la tarea de hacerle creer a un número importante de argentinos que, por el hecho de darle unas vueltas a una manivela, el gas empezó a correr por un tubo que, 40 metros más hacia la derecha terminaba en la nada misma) que lleva el nombre del principal responsable de aplicar una política que dejó sin gas al país. Son las paradojas que se da el gusto de tener un país paradójico.
El kirchnerismo tomó el gobierno en 2003 cuando el país exportaba 10 mil millones de dólares de energía (básicamente gas) y cuando se fue en 2015 lo dejó importando una cifra equivalente. Es decir, en 12 años le regaló al país un agujero de 20 mil millones de dólares de pérdidas. Solo en ese rubro.
A su vez lo embarcó en la necesidad de importar unos 75 mil millones de dólares de GNL en doce años con la presunción de célebres negociados con los barcos que estuvieron por años atracados en los puertos argentinos, aunque algunos se pagaron y nunca llegaron, simplemente “desaparecieron” como si hubiesen atravesado el Triángulo de las Bermudas.
Recuerdo que uno de los golpes de efecto más recordados del gobierno de Macri (cuando Cambiemos había logrado que la Argentina dejara de importar gas) fue despedir al último barco gasificador que estaba anclado en el puerto de Ingeniero White.
Cuando la producción gasífera se recuperó, Macri preparó los pliegos para la licitación del gasoducto que debía unir Vaca Muerta con Bahía Blanca. La obra iba hacerse con inversión privada. Eso ocurrió en 2019.
Cuando el kirchnerismo ganó las elecciones detuvo el proceso por razones ideológicas (repele todo lo que sea privado) y anuló la licitación.
Vaca Muerta, poco menos que instantáneamente, se paró. La producción de gas volvió a caer y regresó la necesidad de importar.
El dúo de los Fernández armó un nuevo esquema de inversión pública para la construcción del gasoducto que demoró el proceso dos años. Se perdieron más de 5 mil millones de dólares.
La tubería inconclusa que fue el centro del circo del 9 de Julio (que, dicho sea de paso, transcurrió sin pena ni gloria como Día de la Independencia en un país que tiene un gobierno que se llena la boca con apelativos nacionalistas) representa tan solo el 5% de los gasoductos que habría que construir para aprovechar en serio Vaca Muerta y pasar a ser un jugador muy pesado en el mercado internacional de hidrocarburos.
Eso da una dimensión del orden de prioridades que tiene un gobierno trucho que despilfarra en corrupción, clientelismo y demagogia los recursos que deberían derivarse a materializar la riqueza.
El país podría exportar más de 40 mil millones de dólares solo en GNL si se hicieran los gasoductos y las plantas de licuación que hacen falta. Pero es mejor inventar planes “platita” para ganar las elecciones.
El ministro-candidato Massa (el mismo que hace 10 años decía que Cristina Fernández de Kirchner debería ir presa y que él llegaba para barrer a los ñoquis de La Cámpora y meter presos a los corruptos) se da el lujo ahora de pretender sacar a relucir los muertos escondidos en el placard que tienen los demás, cuando él, como capitán ilustre de ese “equipo”, es el menos indicado para hablar cuando de haber dicho antes una cosa y ahora otra, se trata.
No debe haber, en ese sentido, un prontuario más florido que el de Massa: si uno quisiera hacer un monumento al panqueque no caben dudas que debería tener la silueta del ministro.
Aún resuenan las rutilantes palabras de su mujer, Malena, proponiendo la fórmula “Massa, presidente; Macri, gobernador” en 2013, cuando el de Tigre vendía el muñeco de que él venía a terminar con el kirchnerismo porque en el país “nadie debía tener ’coronita’”
Si la discusión política se llevará al terreno de los escrúpulos (y si tener o no tener escrúpulos fuera importante o electoralmente decisivo para los argentinos) estaríamos frente a una elección en la que uno no sabría a quién elegir.
Más allá de que la vicepresidente afirmara que “cuando los empresarios se reúnen entre ellos hacen concursos para ver quien dice la boludez más grande” (en alusión a los dichos de Eduardo Eurnekian que había afirmado que los políticos solo luchan para ganar una “permanencia crónica en los cargos”) no hay dudas que las palabras del presidente de la Corporación América son estrictamente ciertas: la vicepresidente no debería hacer otra cosa mas que mirarse a ella misma para corroborar que la que dice boludeces (por llamar a la perpetuación en el poder de un modo simpático) es ella.
¿Cómo es posible que este engendro político siga siendo, no solo electoralmente competitivo, sino capaz de continuar vendiendo espejitos de colores obvios a los argentinos (que para desbaratarlos solo hay que tomarle una foto a un caño, como fue el caso del gasoducto del domingo) es un verdadero misterio.
Que todo un pueblo decida elegir lo peor para sí mismo simplemente porque por una inmensa carga de resentimiento no quiere que personas de otra extracción gobiernen el país, habla de un grado de deterioro moral tal que uno duda si el daño ya infligido tenga arreglo o pueda ser revertido.
Cuando las raíces éticas de una nación se han podrido de una manera tan profunda es difícil reconstruir lo que el mal ha deshecho.