Javier Milei, la nueva bomba de la política, responde estrictamente al “boom” de las nuevas redes sociales (muchas de ellas funcionando en el modo “bouche-oreille”), y cómo impactan sobre una audiencia que tiene referencias muy lejanas de los porqués de nuestra decadencia y vive el hoy con particular intensidad: los pobres de entre 30/40 años.
Muchos de ellos viven en casas con pisos de barro alisado o baldosas quebradas “de segunda”, y sus hijos deben abandonar la escuela porque “hay que ganarse el “mango” como sea, para que podamos comer todos” (sic).
Por otro lado, la penetración de la droga que se consume “ahora” y no después (para echar las penas al olvido cuanto antes), y el abatimiento de una clase media que ha pasado a ser ¼ -por decirlo de algún modo-, han provocado el derrumbe espiritual de quienes solían enfrentar el futuro con el estímulo de un pasado “progresivo” que ya no existe, y la sociedad no tolera las sempiternas cantilenas de políticos inescrupulosos y muy corruptos que nos han traído hasta donde estamos: hundidos y sin esperanzas.
En ese escenario, ha dejado de tener relevancia la comunicación elaborada y amañada por el poder político, dirigida a grandes mayorías que ya no creen en mensajes que no satisfacen sus urgencias acuciantes.
Para muchísimos “sumergidos” ya no hay tiempo. El piso de barro de sus viviendas está bajo sus pies las 24 horas del día. Las escuelas (cuando abren sus puertas) han pasado a ser solamente “comederos”. Los padres que abrían un comercio y lo acreditaban para dejarlo con el tiempo a sus hijos para que siguieran sus pasos, hoy no saben cómo afrontar una inflación galopante que les obliga a poner “cara de nada” frente a clientes del barrio con quienes conviven, cada vez que deben comunicarles aumentos (a veces semanales) de un 20 o 30% en los productos de primera necesidad; y muchos se ven obligados a cerrar su negocio. Así de simple.
Los mensajes sociales se consumen así dentro de un desorden informativo generalizado, y casi todo el mundo está unido por la rabia que produce un “sistema” que responde a los intereses de un régimen político que ha contribuido a “bloquear” el cerebro de la gente desde hace por lo menos 70 años.
Los más castigados por la degradación que vivimos, dedican su tiempo a vulgares conversaciones caseras sobre el precio del tomate y la carne de hoy, y la inseguridad de mañana, cuando deban salir a trabajar o “cirujear”; manteniendo esas charlas con un malhumor de tipo “animal”, que potencia el resentimiento.
En ese escenario ha irrumpido la figura del “redentor” Milei. Un hombre inteligente –lo es sin duda alguna-, que habla de los problemas con un estilo vocinglero y natural, asegurando con énfasis que sabe cómo cambiar el “chip” de una economía desbordada por la incertidumbre.
No le importa un comino si sus dichos resultan radicales, explosivos o son producto de su estado emocional, pero intuye que hay que llegar a la gente con una comunicación disruptiva.
¿Que “se le va la mano”? Posiblemente. ¿Qué es ególatra? Quizás. Pero está diciendo lo que muchos quieren oír en un lenguaje que no todos entienden “académicamente” pero provoca entusiasmo en quienes tienen la soga al cuello, mientras acusa por la crisis a una suerte de “escoria insufrible” (sic): los políticos profesionales.
Su lenguaje directo y sin vueltas, -algunas veces destemplado y algo vulgar-, está abordando una partitura que resulta ser una válvula de escape para las frustraciones sociales que vive la sociedad.
Como nos dijo el morador de una vivienda muy humilde del conurbano: “no sé si podrá cumplir con lo que promete, pero al menos no tiene una mala historia: es un pibe que jugó al fútbol de arquero y sabe qué hacer para que los contrarios no te metan un gol. Por eso me gusta. Además, no tengo nada para perder. Usted ve cómo vivo hoy”.
¿Y si todo sale mal? Repreguntamos a nuestro interlocutor. Nos responde: “¿peor que ahora? ¿Cómo? Explíquemelo usted si lo sabe”.
Sus adversarios deberán hacer grandes esfuerzos para contrarrestar la ola Milei. Porque son quienes han contribuido – en mayor o menor medida-, para que lleguemos a este estado espiritual de abatimiento y frustración generalizada.
Finalmente, y a todo evento, coincidimos con Friedrich Nietzsche: cualquier tipo de futuro posible dependerá siempre de un buen plato de comida.
A buen entendedor pocas palabras.