Hay un creciente consenso en Argentina sobre la necesidad una reforma liberal. Urge disminuir la presión impositiva, aumentar la capacidad de ahorro y progreso de los ciudadanos, facilitar el emprendimiento, dinamizar la economía y consolidar el Estado de Derecho. Pero ¿cuál candidato representa mejor las ideas de la libertad?
No hace falta argumentar mucho sobre que no es Massa. Aunque posee un discurso bastante tirado a la derecha para su espacio político, tiende a una variante suavizada del estatismo y está aliado con el cristinismo. Su vice es Agustín Rossi. Comparte coalición con el incendiario y extorsionador serial de Juan Grabois. Es ministro de economía de Alberto. Se apoya en el aparato kirchnerista, madre del estatismo y el autoritarismo recientes. Es decir, aunque con algo de maquillaje, Massa representa el statu quo.
Milei, por su parte, tiene un discurso fuertemente disruptivo, por momentos violento. Tanto es así que le resulta relativamente fácil captar y canalizar la bronca acumulada en el electorado. Ahora bien, expresa una explosión irracional, extremista. Su virulencia y agresividad, sus ataques desmesurados contra las personas que piensan distinto, dejan (cuanto menos) serias sospechas sobre una personalidad autoritaria. Se reconoce admirador de Donald Trump, el único presidente de Estados Unidos que intentó tumbar una elección y perpetuarse en el poder por medio de la fuerza.
Esto se refuerza con su alto nivel de dogmatismo. Fue capaz de votar en contra de la reforma de la fallida y destructiva ley de alquileres porque prefería que no hubiera ninguna ley. No tiene noción del mal menor. Carece de flexibilidad práctica para favorecer el bien común. Prefirió que los inquilinos siguieran sufriendo antes que salirse de su dogma. No debe sorprendernos, puesto que se define como anarquista. No se opone solo al estatismo (exceso de Estado), sino al Estado mismo, incluido el Estado democrático.
Para conformar listas en todos los distritos y asegurarse de que no le robaran las boletas, Milei hizo acuerdos con sectores del massismo y del cristinismo. No ha dudado en pactar con lo peor de la casta que supuestamente cuestiona, cuando le ha servido para acercarse al poder. Pareciera ser que el fin justifica los medios. Debe ser por ello que están habilitados la soberbia, la agresividad y la falta de respeto.
Todo esto abona la sospecha sobre la tendencia autoritaria de su personalidad y su ideología. Podrá orientar el Estado hacia una agenda de derecha, pero difícilmente pueda romper el entramado de corrupción, mafias y clientelismo que carcome al sistema político argentino desde hace casi un siglo.
Es decir, Milei resulta muy seductor como forma de expresar bronca y resentimiento contra el statu quo o la extrema izquierda. Empero, hay altas probabilidades de que su autoritarismo y su dogmatismo generen una fuerte inestabilidad, si no un proceso autoritario. Por eso los mercados reaccionaron mal ante su triunfo, aunque él afirme que es imposible porque se considera “pro mercado”. La negación de la realidad es también un síntoma preocupante.
Massa es la continuidad. Milei, por su parte, es un voto bronca irracional, de alto riesgo. Patricia Bullrich pareciera ser, en este contexto, la única opción potable, más racional y democrática, pero sin dejar de ser rupturista con el orden vigente. Ella encarna un liberalismo democrático e institucionalista que ha sido sumamente exitoso donde se lo ha aplicado. Rompe con la hegemonía peronista, pero evita el experimento libertario. Este último nunca se implementó plenamente y ayudó a crear la crisis financiera internacional de 2008, por propiciar una desregulación fanática e indiscriminada del sistema financiero.
Algo similar al liberalismo democrático se aplicó con la Generación del 37, que nos convirtió en potencia mundial. Pero, aún en ese caso, no se llegó a realizar de forma completa, ya que no teníamos instituciones ni tradiciones democráticas. No logramos combinar de forma estable sufragio universal con división de poderes, pilares de una democracia liberal.
Es entendible que haya cierta frustración con Juntos por el Cambio. Macri generó expectativas demasiado altas, que no pudo cumplir. Sin embargo, inició reformas que no alcanzaron continuidad porque el peronismo se rejuntó para impedir que volviera a ganar. Asimismo, no tuvo apoyo del Congreso, algo que debería cambiar con un legislativo mucho más diverso y liberal que el de entonces.
Cabe agregar que, en la interna entre Larreta y Bullrich, hubo una fuerte definición de este espacio a favor del liberalismo democrático, cosa que no estaba tan clara cuando lideraba Macri, con una pata socialdemócrata fuerte. La evidencia más contundente de este giro es la participación de liberales indudables en el espacio de Bullrich, como Carlos Melconian, Ricardo López Murphy y José Luis Espert.
Aunque el kirchnerismo lo niegue, la herencia recibida en 2015 fue terrorífica: alta inflación, altísimo gasto público y presión fiscal, déficit fiscal, déficit comercial, déficit energético, atraso cambiario, burocracia desmadrada, corrupción arraigada, sindicatos politizados, etc. La función histórica de Macri fue cortar el proceso autoritario del kirchnerismo, normalizar algunas variables macroeconómicas e iniciar un debate público que abrió la posibilidad de un cambio profundo. No es poco.
Hoy en día, debemos aspirar a más. Parece haber llegado la hora del liberalismo democrático. Es lo que la Argentina necesita. Estamos ante la oportunidad histórica de aplicarlo por primera vez de forma completa y sostenida en el tiempo. En las actuales circunstancias, sin idealizar a nadie, Patricia Bullrich es la única que lo encarna y es quien presenta la claridad de ideas y la fuerza de convicción para llevarlo a cabo.