“No tengo dudas. Tapándome la nariz, con mucha resignación, si hubiera una segunda vuelta entre Massa y Milei, voto a Massa”.
No salía de mi asombro al escuchar estas palabras de boca de un empresario de 80 años de edad con mucho oficio y también mucho antiperonismo encima. Pero así y todo, el miedo a lo desconocido lograría algo impensado: que vote un candidato al que siempre cuestionó y despreció.
Tal reflexión hizo preguntarme si el de este hombre se trata de un caso aislado o si podría ser un pensamiento representativo de una parte de la población. Que el próximo 22 de octubre votará por Patricia Bullrich, pero en un eventual balotaje, lo hará por Massa.
¿O acaso no lo reconoció públicamente el comunicador Baby Etchecopar?
La pregunta cae de maduro: ¿Por qué se le tiene más miedo a Javier Milei que a Sergio Massa?
El temor al candidato libertario es conocido, de acuerdo a la óptica de mucha gente: ideas extremas e inviables, dudas respecto a su origen, manifiesta inestabilidad emocional, inexistente base política.
En contraposición, le adjudican al ex alcalde de Tigre sensatez y algo de cordura.
Sergio Massa no es solo un candidato presidencial que pueda generar amores, odios o indiferencia. Es, además, ministro de Economía del gobierno de Alberto Fernández desde hace 15 meses.
Massa entró al ministerio con una inflación mensual del 7,4% en julio de 2022. En agosto fue del 7% y siguió bajando hasta noviembre, cuando llegó al 4,9% mensual. A partir de diciembre volvió a subir marcando nuevos récords: en marzo de este año ya fue del 7,7%, en abril 8,4%, en agosto, llegó al 12,4%, y en septiembre, 12,7%.
En 12 meses, la inflación fue de 138,3%. Y en los primeros nueve meses del año la suba de precios escaló hasta el 103,2 por ciento.
Cuando asumió, a finde julio de 2022, el dólar blue cotizaba $314. Catorce meses después, está $1000. Por otro lado, las reservas líquidas del Banco Central eran más de $2.200 millones, y hoy están en aprox. $10.000 millones, pero negativas.
Y lo que más duele (aunque ya nadie llore por tv): hay 2 millones más de pobres.
Luego de las PASO de agosto de este año, y ante la baja performance que Massa obtuvo en aquella elección, el ministro candidato hizo lo que mejor sabe hacer, y lo que tal vez le reditúe algunos votos: la “argentinada”, si se me permite el neologismo, de incumplir con los acuerdos.
Pese al compromiso asumido y firmado ante el FMI, comenzó a volcar dinero a la calle como si no hubiera crisis y como si el país fuera Dinamarca. Total, a nadie la importa. A juzgar por lo que dijo aquel empresario, podría tener razón.
En total, el candidato lanzó 15 medidas con un costo fiscal de $2,5 billones, lo que equivale al 1,3% del PBI. Que deberá hacer frente el próximo gobierno. Dale que va.
A su vez, hay una brecha entre el dólar oficial y el paralelo de 180%, lo que genera una parálisis de hecho en el comercio y la industria, y deja a muchos importadores incumpliendo con sus proveedores del exterior al no darle el Banco Central los dólares necesarios para pagar sus compromisos.
No parece muy sensato todo lo expuesto.
En casos como este, ¿no se debería encontrar una figura penal que encuadre para imputar al funcionario por imprudencia económica?. Al fin y al cabo, lo que está en juego es el destino inmediato de un país, donde viven 45 millones de personas. No se juega el futuro de tal o cual dirigente.
Massa es a todas luces un producto bien argentino: vivillo, trepador, ambicioso, chanta, inteligente, tal vez corrupto. Todo eso en una sola persona.
Un dirigente que absorbió todas las mañas de Carlos Menem, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner, y Cristina Fernández. Que coqueteó con Mauricio Macri, José Manuel de la Sota, para finalmente irse con Alberto Fernández y Máximo Kirchner.
Y que potenció a Amado Boudou a los lugares más exclusivos del poder.
Un funcionario que pese al desastre que está dejando en su paso por Economía, tiene algunas chances, aunque mínimas, de ser el próximo Presidente de la Nación. Insólito.
Un hombre que, como bien dice el periodista Christian Sanz, autor del libro “Massa confidencial”, donde expone como nadie la faceta más corrupta del ministro, está blindado. Por la justicia y por los medios.
Con “amigos” en el poder judicial, vínculos entre los grandes empresarios, y de fluidos contactos con importantes medios, Massa avanza, destruye, y va por todo.
Es que alguna vez, allá por 2013, supo ser entronizado por la opinión pública como la “esperanza blanca” que siempre saca el peronismo, que es un experto en destruir todo a su paso para luego reciclarse en un ser providencial y prometer arreglar el desastre que ellos mismos crearon.
Ese hombre que alguna vez fue Daniel Scioli, otro misterio insondable de la política. Una persona que con tan pocas luces haya estado a solo 3 puntos de ser Presidente habla peor de nosotros que de él mismo.
Hoy es Massa. Que en rigor de verdad, nunca engañó a nadie. O acaso no es el mismo dirigente que en 2014, a pocos meses de “enterrar” el sueño alocado de “Cristina eterna”, no supo aliarse con un impresentable como Raúl Othacehe, ex intendente de Merlo y sospechado de las peores cosas.
Hay que decirlo. Massa es capaz de todo para llegar al poder. Y una vez que lo consigue, va por más.
¿No sería hora de tenerle más miedo a este hombre que a cualquier otro?