A las elecciones presidenciales los argentinos llegaron con dos conceptos en la cabeza: continuidad o cambio. El resultado electoral señala que los que añoran el cambio supera a los que votaron por la continuidad del actual gobierno kirchnerista. El ballotage del 19 de noviembre dirá quiénes son la mayoría definitiva.
Un grupo de economistas de primer nivel se preparó largamente para enfrentar la caótica situación económica en la que se encuentra el país y abordar los cambios que necesita Argentina para estabilizarse e implementar planes de crecimiento. Hoy, están todos en divanes de consultorios psicológicos.
Antes del 22 de octubre y desde hace tres años y medio, el padecimiento por la economía creció al mismo ritmo que la inflación, estimada hoy desde las mismas oficinas de la AFIP en 181% anual y con miras de alcanzar en el corto plazo la hiperinflación.
El conjunto de variables económicas está tan desequilibrado que las reservas negativas se estiman en 8.000 millones de dólares, el déficit primario supera los 2,5 puntos del Producto Bruto Interno, la caída de la recaudación en el sistema impositivo es insostenible, y el atraso cambiario ya no resiste. La economía está estancada, tanto que el PBI es el mismo que en año 2011.
Es decir, no hay crecimiento dede hace ocho años y Argentina está en los peores lugares de rankings internacionales, los pobres superan el 42% en el país y en el Conurbano bonaerense llegan al 47%. Los salarios están por debajo de la inflación y las jubilaciones muchísimo más, los planes sociales son escuálidos en una nación donde el empleo no crece. Y en ese marco la devaluación se esconde debajo de las frazadas, pero ya está entre nosotros.
En síntesis: Argentina vive una crisis que ya no tiene parangón con las anteriores. Sin embargo, quienes bregan por la continuidad del actual gobierno, causante del empeoramiento más grande de la historia, han hecho un desastre mayor con el solo objetivo de mantener el poder.
La audacia del ministro de economía Sergio Massa, con tal de ganar terreno en como candidato presidencial, usó más de 2 billones de pesos para comprar voluntades electorales entre los más pobres del conurbano bonaerense a través de un amplio abanico de dádivas, bonos, regalos y trampas como no se vio en otra campaña.
Lo más resonante de este paquete fue la quita del impuesto de ganancias, beneficiosos para la gente, pero nocivo para el Estado que ahora no lo recauda y para las provincias que no lo reciben. A ese golpe de efecto, Massa le sumó la devolución del IVA que tanta felicidad le dio a tantas personas. Por supuesto, ese dinero tampoco entra al Estado. Conviene aclarar que quien escribe siempre pensó que ese impuesto debía ser rebajado, pero en base a un plan económico.
Además de los bonos adicionales en los programas vigentes, obligó a las empresas a dar aumentos por fuera de las paritarias, inventó la tarjeta DNI con la cual millones de bonaerenses salieron a comprar desde electrodomésticos hasta carne por mayor en cuotas de hasta 24 meses con tasa de interés cero.
Los municipios y punteros afines al oficialismo regalaron por doquier bicicletas, cocinas, heladeras, por mencionar algunos artículos. Los taxistas fueron notificados de que podrían cambiar su vehículo, también a tasa cero y por las cuotas que se les ocurrieran.
Como se ve, la máquina de imprimir billetes no descansó ni un segundo para hacer posible semejante repartija, a la cual hay que despojar de la simpática denominación “plan platita” porque ya se trata de “plan plataza”, cautivador de desprevenidos acostumbrados a recibir y votar lo que quisieran. Esta vez los convencieron. Como señaló elípticamente la vicepresidenta Cristina Fernández había que “dar en serio”, no una migaja porque esta no mueve el amperímetro.
Seguramente pareció poco el desparramo de guita y por esa razón el oficialismo avanzó sobre la campaña de terror y hasta usó instrumentos públicos para propagandizar una señal de alerta respecto del valor de colectivos, trenes y subtes, magnificando la diferencia entre el boleto con subsidio y sin él. Ingenioso recurso, y también artero, típico de un ventajero provocador que llamó a quienes quisieran a renunciar al subsidio y pagar el boleto entre 700 y mil y pico de pesos.
Todavía no se han hecho los cálculos, pero algunos economistas ya advirtieron acerca del descalabro económico que sobrevendrá después del “ballotage” si Massa decide repetir este plan para ganar el 19 de noviembre.
Miguel Kriguer y Andrés Borenstein señalaron en una nota publicada en el diario La Nación que, en este contexto, “vemos un escenario en donde Massa no puede hacer un “siga-siga” porque las variables macro están en terapia intensiva”.
A todas luces, la irresponsabilidad del ministro de economía no conoce límites cuando se trata de defender la continuidad, especialmente la suya. Y como es habitual, puede producir semejante despliegue sin que se le mueva un pequeño músculo de la cara.
Los últimos meses fueron de pujas discursivas en las que la sociedad argentina se debatió entre la racionalidad y la exageración, el presunto sentido común y la osadía de hacer saltar todo por el aire, actitudes que parecieron polarizar por encima de las propuestas partidarias.
Respecto de esos conceptos abstractos, y como primera conclusión, puede decirse que el resultado electoral favoreció a la continuidad sin racionalidad, el miedo a perder los subsidios y los beneficios estatales triunfó por sobre las expectativas de alcanzar nuevos equilibrios económicos, ordenar las cuentas internas, recuperar el valor de la moneda nacional y poner en práctica un plan de crecimiento.
Durante la campaña se habían escuchado ofertas para un futuro distinto al actual -bastante complejo, por cierto-, en atención a que la mayoría de la sociedad anhelaba un viraje del timón, agotada por las fórmulas kirchneristas. Da la impresión de que el calvario continuará.