Por fin se terminó este proceso eleccionario agotador, un tramo demasiado largo y extenuante que ofreció en el país casi una elección por semana o varias por mes, al punto de llegar al domingo pasado para depositar el último voto en la urna el domingo pasado con el último aliento.
Casi un año de angustias, confusiones, problemas económicos in crescendo hasta el paroxismo; caras de candidatos que aparecían y desaparecían de repente, triunfos y derrotas inesperadas en un sube y baja electoral en el que los cisnes cambiaban de color con increíble velocidad.
Los argentinos atravesaron el camino de elegir entre una variada oferta de candidatos, modificar todo el tiempo su pensamiento, analizar las conveniencias y los sentimientos, taparse la nariz en más de una ocasión, sopesar “el mal menor” a cada paso porque ninguno resultaba totalmente satisfactorio. Fue, tal vez, un aprendizaje, un proceso para tamizar a fondo si estaban viviendo la vida que querían tener hasta llegar a “la razón más importante” que justificara la legitimidad de su voto.
Así se logró la síntesis que expresara lo que verdaderamente querían lograr en el último acto electoral: erradicar al kirchnerismo del poder. Frente a una continuidad que proponía continuar padeciendo lo mismo que hace veinte años, los argentinos eligieron lo nuevo, lo desconocido, un cambio incierto, el abismo, y si era necesario el suicidio. Ya no importó nada, sólo el hartazgo de un sojuzgamiento nacional.
Claramente advirtieron que después del juego de especulaciones por las candidaturas presidenciales, valía elegir entre un ladrón y un loco. Se cansaron de las depresiones y las decepciones, de la ineptitud gubernamental para sacarlos del pozo en que los habían metido, de las promesas engañosas sobre “un nuevo país” que no pudieron construir en cuatro años, del mecanismo prebendario que construía pobreza y destruía las economías hogareñas, de las patrañas de la corrupción inacabable.
Eligieron al Loco, un verdadero loco que dijo todo el tiempo que viene a dar vuelta el país como a una taba, un loco que se animó a decir la verdad en plena campaña, algo inusitado en política. Los votos que cosechó Javier Milei fueron un verdadero mazazo para el candidato Sergio Massa y todo el gobierno kirchnerista.
A nadie le importa si eligieron un libertario, un liberal, un anarcocapitalista, justamente el otro extremo de lo que representaba el kirchnerismo, a quien el ganador prometió sacar de la cancha en serio, no como lo había dicho alguna vez su contrincante Massa que terminó aliado y, asimismo, derrotado.
Los argentinos saben que el desastre económico es tan inmenso y que la gestión que lo provocó fue tan inútil, que cualquier otra cosa que viniera no podría ser peor. Así lo calibraron y llenaron de votos las urnas en la inmensa mayoría del país. El domingo 19 la conclusión fue: “era tan fácil”. Sí, cuando todos se ponen de acuerdo en algo, aunque sea inconscientemente, todo se vuelve más fácil. 14 millones de argentinos hicieron esto. Para Massa fueron 11 millones.
Todo acontecimiento deja siempre una moraleja. En este caso podríamos usar ésta: “cuando construyas un monstruo ten cuidado de que se no se te vuelva en contra”. Viene a cuento por las informaciones y versiones acerca de que Milei fue “construido” en virtud de una estrategia para destruir a la oposición de Juntos por el Cambio. Está a la vista que el objetivo tuvo éxito, pero la sorpresa mayor se la llevó el oficialismo, en particular Massa, Máximo Kirchner, la vicepresidenta Cristina Fernández, y un empresario que bancó su lanzamiento.
Es más, de reuniones semiclandestinas surgió un rumor después de las PASO, cuando Milei salió primero y Massa tercero: “nosotros lo construimos, nosotros lo vamos a deconstruir”. El 22 de octubre dio la impresión de que esa operación había dado buen resultado, al ganar Massa, sobre Milei y Patricia Bulrrich.
Obviamente, la voluntad de un pueblo está ajeno a esas elucubraciones. Nadie sabe cómo ni por qué, de repente, una mayoría se puso de acuerdo sin que nadie se lo indique e hizo esto: CAMBIÓ, le dio el 55% de los votos a Milei y dejó a Massa con el 44%.
Sin dudas, mayoritariamente le otorgaron la presidencia a quien comenzó en la política hace dos o tres años, a un personaje verborrágico y extremadamente apasionado, un rokstart, cuya campaña se hizo básicamente sobre las redes y la televisión, alguien que cuestionó, por momentos de modo exagerado, a la clase política y hasta al Papa Francisco.
Se trata de un economista convencido de que tiene la llave para sacar la economía argentina adelante, con herramientas opuestas a las utilizadas por el kirchnerismo: realizar ajustes hasta estabilizar la economía, redireccionar las Leliqs, levantar el cepo, bajar la inflación, reducir la dimensión del Estado nacional, dejar de emitir la moneda argentina, cerrar el Banco Central de la República Argentina, abrir las exportaciones, hacer reformas en educación y trabajo, redirigir los subsidios sociales y empresariales, privatizar la obra pública, estimular la producción interna, promover el libre comercio, eliminar impuestos, bajar el déficit, y en cuanto pueda, dolarizar.
Probablemente el sueño de Milei sea llevar a la sociedad argentina hacia una ideología liberal, un intento que tiene apenas tres antecedentes: en 1880 se creó el Partido Liberal que duró poco, el ensayo militar entre 1955 al 1958, y el neoliberalismo económico que recibió por osmosis Carlos Menem de parte de Álvaro y María Julia Alsogaray en 1989.
Es una buena hipótesis plantearse si el pueblo argentino será permeable al ideario liberal, algo que no se limita a la libertad y tiene sus referencias más actuales en Donald Trump, Jair Bolsonaro, Nayib Bukele, Recep Tayyip Erdoğan, Georgia Meloni, entre otros.
Esta elección reivindicó el concepto de “por primera vez”. Por primera vez un político hace una carrera de tres años y llega a la presidencia; por primera vez un político adopta el ropaje de un artista de rock para cautivar a la juventud; por primera vez alguien se anima a usar una motosierra para recortar el Estado; por primera vez un político dijo la verdad de lo que va a hacer en una campaña electoral; por primera vez se impone un candidato antisistema; por primera vez el candidato derrotado salió a aceptar su derrota antes de que aparecieran los guarismos en forma oficial.
De aquí en adelante solo cabe observar en qué medida este cambio se reflejará en la vida cotidiana de los argentinos, cuánto resentirán los ajustes que se realizarán, cuál será la reacción de quienes se vean afectados por las medidas, cómo hará el nuevo presidente para estimular el crecimiento y la producción, de qué modo se aumentarán los puestos de trabajo, y en qué medida se adaptarán los individuos a un cambio de moneda, entre otras cosas.
Por el momento, se vuelve a padecer la suba del dólar aunque en la calle Florida nadie grite en estos días: “cambio, cambio, cambio”.