Algún día los argentinos deberán tomar conciencia de la íntima relación del peronismo con la muerte y pasarle esa factura.
El coqueteo impune con la reivindicación, la amenaza y la banalización de la muerte es algo que también debe llegar a su fin en la Argentina. Y si hay un vehículo que debe ser desarmado para que esas apelaciones, no solo dejen de tener valor político, sino que sean erradicadas de la faz de la tierra, ese vehículo es el extremismo malsano del peronismo que abarca a sus personajes más oscuros, más violentos y, hasta ahora, más impunes.
Esos extremos han albergado desde bolsones nazis hasta nacionalismos autoritarios y violentos que expresan un discurso incendiario que habla de la muerte, de la sangre y del fuego como si se trataran de vaivenes naturales de la vida social.
Algunos de los habitantes de esos sótanos inmundos son marginales que, por serlo, tienen la virtualidad de producir un desprecio desdeñoso de la enorme mayoría de la sociedad. Es más, parecería que, directamente, muchos argentinos no los toman en serio.
Ese desdén, lejos de aislarlos, los convierte en más peligrosos porque desde esos lugares a los que nadie parece prestarles la debida atención elucubran jugadas macabras que luego escalan y terminan, efectivamente, en muerte y derramamiento de sangre.
La colección de declaraciones violentas con directa alusión a la muerte (como amenaza o como presagio) de muchos dirigentes peronistas (o a los que el peronismo les ha dado cobijo) desde que Javier Milei ganó las elecciones es francamente preocupante.
Se habla con una impunidad tal de muertos, de sangre y de fuego que resulta increíble que una legión de fiscales no esté actuando ya de oficio para perseguir a esos agitadores como lo que son: verdaderas amenazas a la democracia.
Pablo Biró, por ejemplo, ataviado con su acostumbrada vestimenta Polo Ralph Lauren, dijo que “Milei los va a tener que matar y cargar muertos, antes de sacarlos de Aerolíneas”. Es la clásica expresión de alguien que logró construir un imperio propio con recursos públicos de todos los argentinos y que tuvo la sagacidad de convencer (por lo menos hasta hoy) de que lo que en realidad era una colección de beneficios solo para él y sus secuaces era una “defensa de los valores nacionales” y de la “mismísima argentinidad”. ¡Un bingo redondo: me hago millonario con la guita de estos imbéciles y, encima, los convenzo de que me desvivo por la Patria!
Además, cuando aparece alguien que tendría la capacidad de empezar a hacer dar cuenta a una mayoría decisiva de argentinos de cómo son las cosas y cómo han venido funcionando hasta ahora, lo amenazo con la muerte y con la violencia.
El caso es por demás paradigmático porque en el específico asunto de Aerolíneas, Milei dijo que se la entregaría a sus empleados. Biró debería estar saltando por los aires: de la nada recibe un patrimonio que hasta ahora se suponía que era “de todos los argentinos”. Pero resulta que el “regalo” viene con el agregado de que van a tener que gestionar la compañía con los recursos, la inventiva, las acciones de marketing y de servicio que hagan que la gente la prefiera por encima de sus competidoras. “¡Ah, no… Así no la quiero… Yo la quiero en un esquema en donde todas las ganancias y los privilegios sean para mí y todo el costo lo pague el Tesoro Público… Eso de que me quedo con la compañía pero la tenga que bancar con la mía, noooo… Y si insistís con esa idea te digo que va a haber muertos!
¿Pero qué es esto? ¿Quién carajo es Biró? ¿De dónde salió? ¿Desde cuándo un coto de caza bancado por el pueblo debe ser mantenido para que una elite pavonee sus privilegios y se los refriegue en la cara de la gente que nunca se subió a un avión y que, probablemente, si este sistema continúa, nunca se suba?
¿Y cómo ha sido posible construir la mentira de que lo que perjudica al pueblo y beneficia a unos pocos, es en realidad un beneficio para el pueblo y una obra épica de los que, envueltos en la bandera argentina, se inmolan por la patria? ¡Esta mentira atroz debe acabar! Y los responsables, tanto de perpetrarla como de usufructuarla, deberán rendir cuentas ante la Justicia.
Otros agitadores profesionales de la violencia, como Juan Grabois (que es uno de los pasajeros que accede a viajar en avión -adonde se subió ayer mismo para irse al exterior- mientras los pobres con los que él teóricamente se identifica se quedan en tierra) y Ofelia Fernández, también deberían ser llamados a dar explicaciones por sus amenazas a la paz pública y al funcionamiento normal de las instituciones.
Desde antes que el presidente electo gane las elecciones vienen diciendo públicamente que, si Javier Milei obtenía el triunfo, empezarían su trabajo de resistencia para derrocarlo en el término máximo de un año y medio. Lo han dicho públicamente. Están las pruebas de video donde lo manifiestan. No hay que hacer mucho trabajo de investigación judicial para juntar la evidencia documental y procesarlos. La pregunta es por qué no se hace; por qué el país o la estructura institucional que debería actuar en estos casos tiene estas permisividades con la violencia peronista.
Otros marginales como D’Elia o Cúneo también agitaron la amenaza de la violencia y de la muerte sin que nadie les pidiera explicaciones. Claro que, cuando una de las autoridades que debería estar entre los que piden las explicaciones -como Aníbal Fernández- no solo no lo hace sino que se expide en los mismos términos augurando “muertos y ríos de sangre por la calle”, uno empieza a entender mejor las cosas: el peronismo violento nunca recibió su merecido porque el peronismo violento es que el que ocupaba los estamentos desde donde los “merecimientos” debían ser merituados.
La pregunta ahora es qué va hacer la gente. Si estos extremistas estuvieran dispuestos a llevar las cosas a ese punto de delirio, ¿qué hará la gente? Porque si la gente se decide a darle una oportunidad a Javier Milei y por lo tanto estuviera dispuesta a defenderlo, ¿qué va a ocurrir? ¿los peronistas violentos saldrían a matar gente? En ese caso, ¿habría que concluir entonces que los muertos no los van a sufrir ellos (por el accionar de un supuesto régimen represor) sino que los van a provocar ellos para intentar defender sus privilegios a sangre y fuego?
Como se ve, tenemos (como los hemos tenido otras veces) todos los elementos para que los resortes institucionales de defensa de la democracia se pongan en funcionamiento ya mismo para poner en su lugar a los bolsones de violencia del peronismo. Puede hacerse dentro de la ley y con las herramientas constitucionales que se han pensado justamente para que, puestas a funcionar cuando corresponde, se eviten daños mayores.
Más allá del vendaval de libertad que sopló el domingo, si el país va a seguir permitiendo la inercia de la violencia peronista, ese soplo de aire fresco se convertirá sólo en una más de las muchas esperanzas perdidas que tuvo la Argentina.
Este sistema extorsivo debe terminar ya mismo. Ahora.