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Al rescate de la política

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La dependencia de la teta del Estado malogró el futuro y la potencialidad de la sociedad argentina.
La dependencia de la teta del Estado malogró el futuro y la potencialidad de la sociedad argentina.

El fenómeno ha sido recurrente a lo largo de la historia, y en cada ocasión de cambios las víctimas siempre son la política y una de sus herramientas imprescindibles: la comunicación política.

 

En Argentina especialmente, pero no solo en ella, las experiencias previas desaparecen, dejan de ser memoria e invalidan así el mandato esencial: el de aprender de los errores. Aquí puede aplicarse una frase común: “todo empieza cuando uno llega”. Es una frase de resignación, usada cuando un novato en la política o en la administración de gobierno cree haber descubierto la pólvora, tira todo lo que el anterior hizo e impone sus propias reglas sin evaluar qué sirve o no de lo que había quedado. En realidad, creo que la frase, más admonitoria, era: “no todo empieza cuando uno llega”, una advertencia para evitar que el recién asumido tire todo por la borda y en vez de crear algo nuevo distinga en qué se equivocaron los anteriores para no caer en las mismas equivocaciones.

Con gran pesar hay que reconocer que el arte de la política agoniza frente a una realidad que, por los fracasos de demasiados gobiernos, es ahora una pampa seca y resquebrajada. Quedan a la vista apenas las mañas del ejercicio de la política con pocas ideas nuevas, aun cuando se agiten banderas de libertad, que no vienen mal porque la esclavitud y la servidumbre derramadas desde el poder se volvieron insufribles. La dependencia de la teta del Estado malogró el futuro y la potencialidad de la sociedad argentina, el populismo estatista cavó la fosa del desarrollo aspiracional de las personas, sean trabajadores, excluidos del sistema, empresarios prebendarios, educadores, sindicalistas o profesionales de distintos ámbitos.

En tiempos remotos y nunca olvidables, Sócrates sostenía que la política era una cuestión fundamental para la vida humana. Confiaba firmemente en la necesidad de una sociedad justa y virtuosa, en la que los ciudadanos fueran capaces de desarrollar su potencial y vivir de acuerdo con su naturaleza racional, dándole importancia al conocimiento y la sabiduría. Para él, los gobernantes debían ser personas sabias y justas, capaces de tomar decisiones que beneficiaran al conjunto de la sociedad, no a un sector. Y también creía que la política no debía ser un asunto exclusivo de los gobernantes, sino que todos los ciudadanos debían participar activamente en ella.

Platón definía a la política como una actividad esencial para el bienestar de la sociedad y su objetivo principal era la búsqueda del bien común. El filósofo le daba una gran importancia a la educación en la política. Consideraba fundamental formar a los ciudadanos y prepararlos para la vida política, educarlos en las virtudes cívicas y morales para que pudieran cumplir con sus responsabilidades como miembros de la sociedad.

Aristóteles también entendía que la educación era crucial para formar a los líderes políticos, y creía que los jóvenes debían ser formados en la virtud, la justicia y la razón, y que solo aquellos que habían desarrollado estas cualidades podían ser considerados aptos para gobernar.

En el país más austral del mundo la política “ha fuga´o de mí”, como diría Serrat, de nosotros. El marasmo, la apatía caracterizada por la falta de motivación, sentimiento o emoción, generado por las últimas elecciones presidenciales, ha dejado en ese estado a la sociedad argentina, desnuda y a la espera de un par de gratificaciones. Tan mal ha quedado que se conforma con haber sacado al kirchnerismo del poder, una necesidad insoslayable para imaginar otro camino, cualquiera, pero no el mismo.

La desilusión por las derrotas de otras opciones previas abrió entonces las puertas del fracaso de la política y de la fragmentación en todas las expresiones partidarias. La política, como la pampa seca, se quedó sin agua, temblando a la luz de una amenaza capaz de carcomer los intestinos de toda la clase política: ser de la “casta”. Perdieron el linaje, fueron descubiertos, sin que ello implique que, quien les enrostrara esa “culpa”, luego los utilizara porque no tenía más remedio.

Hoy, unos pocos pueden pasar los muros del castillo, desde donde distintos emisarios inexpertos y sin autoridad, llegan en caballos resoplantes, con las órdenes giradas en salvoconductos para negociar. El príncipe no sale de su fortaleza, no habla más que con su séquito, no acepta reuniones con otros hombres de poder, y cada tanto saca un X (qué signo estúpido para reemplazar a Twiter) para pelearse con periodistas mujeres. No despide, lo hacen sus súbditos; para eso están. Se sabe que trabaja porque es lo único que hace, pero nadie sabe en qué. Su agenda no está a disposición de los “Journalistes”, tiene un mensajero que cada día despliega un bando y da mas o menos a entender qué tiene el gobierno para decir.

Murmuran que en la sede subsidiaria de color rosado los funcionarios viven con miedo, tienen temor a equivocarse y que los murmullos lleguen a oídos del príncipe pues pueden ser decapitados. A Machiavello ya lo encerraron en la torre del viejo Cabildo para que no moleste con sus críticas. Lo hicieron antes de que el príncipe haga sus viajes religiosos a Israel y al Vaticano. Como los Médicis en el Renacimiento, pero sin plata. “No hay plata”, pragmático hasta los tuétanos. La política hubiera usado otras expresiones.

Todo tiene que ver con todo, la política y la comunicación política. Hay un vaciamiento de ambas cosas. Algunos testigos sospechan que se respira el mismo clima que cuando estaban en el gobierno Mauricio Macri y Marcos Peña, otros lo niegan. El secretismo no tiene exclusividad.

El relato viene a cuento porque nadie aprende de las experiencias ajenas. La segunda víctima es la comunicación política, una bolsa donde entra todo lo que tenga que ver con la información, la oficial y la privada. El periodismo argentino tiene una profusa historia de destratos, desde el poder y de antes de llegar al poder. A los periodistas argentinos se los ha llegado a enjuiciar públicamente, durante los mandatos de Néstor y Cristina Kirchner, con la señora Hebe de Bonafini a la cabeza y La Cámpora como escolta fidelizada. Se los vilipendió, fueron escrachados con carteles en todo el país, los amenazaron, los criticaron, los insultaron, los escupieron.

Con los medios de comunicación se metieron también bajo la excusa de que eran un monopolio, en lugar de reconocer que en ellos se hizo siempre periodismo y no militancia partidaria como en el “monopolio” organizado por los K durante los 16 años de permanencia en el poder.

¡Y ahora, qué, príncipe! La comunicación política del nuevo gobierno adolece de las mismas fallas que en los gobiernos kirchneristas. Manuel Adorni no es Gabriela Cerrutti, pero tiene atados los dientes. La intercomunicación entre gobierno y legisladores nacionales existe a través de intermediarios que dicen “sí” o “no” a lo que les plantean quienes tienen la deferencia de soportarle sus berrinches e insisten en que “por ese lado no sale la Ley Ómnibus”. Muchos de ellos sí saben de política, y de alto nivel.

Durante la campaña electoral el príncipe había dicho que estaba “listo para asumir”, sin embargo, quedó al descubierto que su “gabinete en las sombras” contaba apenas con unos pocos amigos, de los cuales se fueron al menos tres muy valiosos antes de hacerse cargo de la presidencia, sonriéndole a Cristina Fernández, de quien nunca dijo nada, absolutamente nada, en su contra.

Sin extender esta nota a otras cuestiones iguales de relevantes que las señaladas, cabe preguntarse: ¿esto es hacer política? ¿O es francamente, antipolítica? Tal vez pueda denominarse “la no política”.

 

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