Antes de ayer, titulamos esta columna “si te querés matar, matate” en una alegórica reacción de Milei a la Argentina que se resiste a cambiar.
En ese momento aún estaba viva la ley “Bases” (es más, contaba con media sanción en general en Diputados) y, si bien la discusión en particular se presumía fogosa, no existían indicios de que se pudiera caer ni bien empezara el tratamiento.
Pero, como también dijimos muchas veces, nadie podía suponer en su sano juicio que esta “guerrita” contra el pasado genuflexo, corrupto, lleno de vivillos que encontraron en el verso demagógico el camino más corto a la riqueza personal mientras el pueblo por el que se rasgan las vestiduras se muere de hambre, iba a ser fácil.
El principio por el que el Presidente, desde Israel, envió la instrucción de retirar la ley no deja de tener su lógica: “para tener una mala ley, prefiero no tener nada”.
La Argentina le permitió al peronismo cambiar por decreto (literalmente, miles de ellos) el sistema jurídico organizado por la Constitución de 1853/60 pero parecería no estar dispuesta a permitirle a los partidarios de la Constitución de 1853/60 volver a restaurar la vigencia plena de su letra y de su espíritu.
Muchos de los argumentos para interrumpir ese regreso los buscan, paradójicamente, en la propia Constitución, a la que ahora parecen venerar en cuanto a no estar dispuestos a delegar facultades especiales al presidente: parece que las facultades especiales (en el fondo, sí, contrarias al espíritu de la Constitución, aun cuando su actual letra -reformada en el ’94 por una coalición mayoritariamente peronista/radical- sí lo permite) se pueden conceder para encumbrar autócratas que succionan poderes y derechos de los ciudadanos pero no para dejar actuar a un Presidente cuya primera promesa fue devolverle esa soberanía perdida a los individuos.
La postura de los legisladores provinciales que, siguiendo instrucciones de sus gobernadores boicotearon la ley desde el principio, fue francamente lamentable. Todo quedó reducido a una discusión por plata. En lugar de darse vuelta y mirar su propio ombligo para ver qué modificaciones a su administración provincial podían implementar para ahorrar recursos y ser financieramente autónomos y saludables, prefirieron explotar la ignorancia generalizada que existe en torno a cómo funciona un sistema federal y acusar al gobierno central de no querer repartir recursos como si eso fuera, justamente una “ofensa al federalismo”.
El federalismo es una manera de distribuir el poder de acuerdo al territorio de resultas del cual, las unidades federadas son, de alguna manera, independientes del gobierno central y por lo tanto no solo son autónomas para tomar sus propias decisiones sino que también deber ser fiscal y políticamente responsables ante sus propios pueblos por las consecuencias de esas decisiones.
No hay dudas de que el mundo sería un lugar mucho mejor si cada uno se hiciera cargo y asumiera las consecuencias de los actos propios sin derivar esa culpa a los demás.
Los gobernadores son, en ese sentido, la peor expresión política que hoy aqueja al país. Producto de una mala legislación tributaria, los mandatarios del interior han logrado para sus feudos y -principalmente- para sus propios bolsillos, lo “mejor” de los dos mundos: son autónomos en el gasto y reclamadores seriales de fondos al gobierno central para cubrir sus necesidades financieras.
Cuando un gobierno central les corta el chorro, no se lo señala como un gobierno que reivindica el federalismo real y que los insta a ser autónomos en todo (en las decisiones y en las consecuencias de las decisiones) sino como un gobierno maligno que está en contra de las autonomías federales. ¡No! Los que están en contra de las autonomías federales son ustedes que destruyeron las arcas de sus provincias en muchos casos para robar y para urdir un feudo eterno en manos de familias hereditarias.
Como siempre, la demagogia está a la orden del día en la Argentina. No sé por qué un pueblo que se considera tan “vivo” y que se “las sabe todas” cae tan fácilmente preso de palabras altisonantes que solo esconden mentiras para defender bolsillos personales.
El Presidente Milei debería plantear las opciones públicamente y a cara de perro, usando, como en el judo, la propia fuerza de los demagogos. Así, por ejemplo, debería llevar a cero el presupuesto de todo mamotreto estatal que con su verso demagógico chupe recursos que, de otro modo, por ejemplo, irían a los jubilados.
La pregunta en ese sentido sería simple ¿Qué prefieren? ¿Dinero para YCF, para Aerolíneas, para ferrocarriles o para los jubilados? Porque la plata es una sola. No hay para las dos cosas.
Y la pregunta correspondería más cuando los mismos que defienden sus privilegios en las empresas del Estado son los que ponen el grito en el cielo por la situación de los jubilados.
Entonces, hermanito, te llegó la hora a vos ahora. Basta de cháchara demagógica gratis: ya que tanto hablas de los jubilados, ¿estás dispuesto a bajar TU presupuesto y TUS privilegios para que ese dinero vaya a los jubilados? Si tu respuesta es no, la próxima vez que te escuche alzar la voz por el tema de los jubilados te voy a estar esperando.
¿Ha habido errores de manejo por parte del gobierno? Seguramente: hoy todos parecen ser los bananas de la técnica legislativa. Pero todas esas argumentaciones, aunque ciertas, no explican el fondo del problema. El fondo del problema es que, más allá del voto contundente del 19 de noviembre, el alma argentina es estatista, miedosa de tomar la vida en las propias manos; es “busca” en el sentido de siempre apostar a que un currito la salve; prefiere un padre a un par de alas y el fruto fácil al fruto abnegado. Ese es el fondo del problema. Que un presidente venga a decir “mi idea es restarme poder a mí y devolvérselos a ustedes” no es interpretado como algo que sume sino como “¡Uy! ¿Y ahora qué hago?”.
Siempre habrá expedientes bonitos para hacer pasar la resistencia al cambio como un amor por las formas republicanas. ¿Amor por las formas republicanas? ¿Ustedes? ¡No me hagan reír por favor!
Para alguien que no quiere o no está preparado para vivir independientemente ¿cómo se hace para que entienda que el mayor poder que puede necesitar el presidente ahora es para desarmar el poder de los que se quedaron con el poder de los ciudadanos? ¿Cómo se desarma el poder si no es con poder? La pregunta de los que dudan del Presidente debería ser ¿qué hicieron conmigo los que me sacaron el poder que tenía yo como ciudadano libre, aquel que me reconocía la Constitución? ¿Acaso mi vida mejoró desde que estuve de acuerdo en entregárselo? Una mirada sobre la Argentina debería ser suficiente para tener la respuesta.
Pero no hay caso: si el enfermo decide morir, el médico no puede hacer nada para salvarlo. La triste paradoja es que esa muerte no es gratis: los que están más de acuerdo en no cambiar nada serán los que mueran para que, del otro lado, unos pocos miles de privilegiados sigan viviendo su vida esplendorosa llena de lujos y demagogia.