Derrota innecesaria del Gobierno en el Senado por el bendito DNU. Si hubiera aceptado la propuesta de la ley espejo -convertir al decreto en una ley- ahora podría ser Javier “Algunaley”, pero sigue siendo “Sinley”. Mientras tanto pasaron 95 días y tiene las manos vacías: sin ley ómnibus y con un decreto herido de muerte en los vericuetos de la justicia. Este episodio del decreto -si el oficialismo no le hubiera puesto tanta épica- podría haber pasado a ser una anécdota. Pero lo más importante es que delata un sistema conceptual de este período presidencial.
En primer lugar, el gobierno parte del supuesto que la gobernabilidad -ergo el Congreso y la justicia- no es un problema en sí mismo, que se puede vivir haciendo un permanente bypass a las instituciones. Más allá de la cuestión republicana, cuando no se tiene el Poder Legislativo a favor surgen tres escenarios: 1) el gobierno cierra el parlamento (Fujimori) o mete presos a legisladores (Correa); 2) negocia cómo puede y utiliza hasta el último milímetro del poder presidencial; o 3) sale volando por la ventana (Castillo, Lasso).
En segundo lugar, existe la presunción de que gana la partida en el clivaje la gente vs. la casta. Esto es muy relativo porque: 1) la opinión pública es volátil, más aún en situación de crisis grave; 2) sin resultados a la vista, tarde o temprano ese clivaje se desdibuja; 3) los electores votan poder, es decir, capacidad de hacer; victimizarse frente a los políticos tradicionales nunca alcanza; y 4) suponer que estas victorias simbólicas -derrotas políticas disfrazadas de épica- van a tender a dar un resultado electoral impactante dentro de 19 meses es ser muy optimista. Supongamos que LLA obtiene el mismo resultado que el año pasado, podría duplicar su bloque de diputados, es decir, pasar de 37 a 74; aun así, está muy lejos de no depender de construir consensos con opositores dialoguistas.
En tercer término, no queda claro que el equipo presidencial haya comprendido por qué se cayó la ley ómnibus. Todo parece indicar que el oficialismo quiere volver a presentar un proyecto menos amplio… pero a libro cerrado. Ese es el mejor camino para otro fracaso. Si no hay un clima de entendimiento político que haga progresar en diversos temas, todo se traba y el 25 de Mayo puede pasar tres cosas: 1) el gobierno desiste de un anuncio rimbombante y dice que la casta confirma sus peores presunciones; 2) se hace un acto un tanto escuálido con mandatarios que se prestan a para la foto, sin mucha expectativa, para que Milei no haga un papelón; o 3) van muchos o todos a sacar una foto “pour la galerie” y firman un papel mojado que será letra muerta.
En cuarto término, la conducción libertaria descarta -¿o rechaza?- cualquier tipo de contención política. ¿Cuánto tiene la sesión del senado un pase de facturas de Villarruel por la marginación política que le impusieron desde la mesa chica? ¿Los consensos se arman solo con los gobernadores, solo con los legisladores nacionales, o hay que armar un combo? ¿Al primer error cualquier funcionario paga los platos rotos y lo echan por televisión? ¿Qué tenía que ver el secretario de trabajo con el error del área de legal y técnica? ¿Ese sistema decisorio anima a la tropa a tomar riesgos o a ser extremadamente cautelosa?
Algunos gobernadores le hicieron la gamba al gobierno para que evitar el tratamiento de la actualización jubilatoria en diputados. No quieren hacer olas porque saben que, si no, todos pagan los platos rotos. Es un gesto de buena onda para ayudar a un clima de negociación. Pero ¿qué pasa si el oficialismo insiste con ley a libro cerrado? ¿Podrán hacer caer el DNU también en la Cámara baja? En “Mileilandia” todo es posible. Como que por primera vez una cámara del Congreso rechace un decreto de este tipo.
Más allá del decreto con dudas sobre la necesidad y la urgencia, esta semana el presidente pareció transmitir que “yo no creo en los formadores de precios… pero que los hay, los hay”. Las reuniones con los supermercadistas y los empresarios parecen dar cuenta de que la ley de la oferta y la demanda no estaría funcionando tan bien como lo imaginaba Von Mises: el Estado -con mejores modales que Moreno– parece que algo tiene que hacer. Como no convalidar acuerdos salariales, y ni hablar si ponen en práctica un nuevo dólar soja como el del creativo Sergio Tomás Copperfield. Al final, la caja de herramientas es limitada.
La política transcurre en una montaña rusa. Empezó la semana con una fuerte reacción por el campo minado por el narcotráfico que es Rosario, a lo cual le puso algunos condimentos. Más allá de algunas cuestiones efectistas, manejado por una super entrenada Bullrich, le puede traer algunas buenas noticias al gobierno, no encapsulado solo en la economía. Sin embargo, así como eso pudo haber sido una subida -más allá de las espantosas desgracias personales- tuvo una bajada con el affaire del decreto de los salarios de los funcionarios. El índice inflacionario tuvo su festejo exultante (una vez más), pero luego entró en el pantanal del conflicto por las importaciones, reflejo de la preocupación respecto a que marzo no trae viento a favor, además de la fenomenal recesión con el menor uso de la capacidad instalada desde 2002.
Nos acercamos rápidamente a los 100 días de gobierno, que son un gran mito. La sociedad no saca conclusiones acabadas antes de los 6 meses, y a veces más, así como buenos comienzos no implica que no habrá tropiezos fuertes tarde o temprano. Pero un tropezón no es caída, y hasta de las peores situaciones puede haber recuperación. Pero los dialoguistas no tienen con quién dialogar, y los que dialogan desde la Casa Rosada no tienen suficiente poder.
En algún momento de su vida Villarruel debe haber leído “la venganza es un plato que se come frío”. Se cree que esta frase se popularizó en el siglo XIX gracias a la obra de teatro «Les Liaisons Dangereuses» del autor francés Pierre Choderlos de Laclos. A su estilo, Dolina popularizó “La venganza será terrible”.