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Cometeros

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ENTRETELONES DEL ESCÁNDALO DE LAS COIMAS
ENTRETELONES DEL ESCÁNDALO DE LAS COIMAS

Un sujeto muy ubicuo. Si se pretende utilizar un término para definir al lenguaraz Mario Luis Pontaquarto, seguramente el elegido le calza como media al pie. “Un Sancho Panza extravertido y amigo de todos, simple y de buena relación, capaz de cantar un tango al cierre de una comida radical o de ilustrar sobre turf a un senador. Tato, como lo conocían en el Senado a Pontaquarto, era con menos de 40 años un veterano del cuerpo. Trabajaba allí desde 1983 como la primera de las capas sedimentarias que había descripto Jorge Yoma a Chacho Alvarez. Radical de toda la vida, solía prestar el quincho de los ferreteros Costalonga para reuniones de Franja Morada. Los estudiantes iban un poco por el asado y otro poco para admirar a Silvana, la mujer de Pontaquarto, una bonita mujer que había sido elegida Miss Primavera de la ciudad.”

 

Así lo define al oportuno arrepentido Martín Granovksy en su libro El divorcio (El Ateneo, 2000), donde se ilustra la autoejección de Chacho Alvarez hastiado con la madre de las cometas.

¿Porqué ahora y no antes?. Esa es la pregunta del millón, porque a casi nadie le cuadra que esta confesión madurara en el interior de este implicado durante tanto tiempo. Porque, a todas luces, más allá de las lógicas repercusiones del caso, esto tiene un tufillo desagradable a golpe de efecto super K.


La ley Banelco

“-Hola, ¿José Luis? Yo terminé con el karma de la Ley Mucci. A ver si vos terminás con el karma de la hiperinflación. Todavía caminaba por el Senado, saludando y recibiendo felicitaciones y abrazos. Alberto Flamarique estaba eufórico la noche de abril en que se aprobó la reforma laboral. A Chacho lo había visto desde el palco, en pleno recinto. Cuando el proyecto quedó votado, levantó los dos pulgares en señal de triunfo hacia donde estaba sentado el vicepresidente, que dirigía la sesión. Con De la Rúa había hablado después. Y cerraba su noche de gloria gritándole, casi, a José Luis Machinea en el teléfono.” (op.cit). Y los trabajadores sintieron, a partir de esa noche, que esos pulgares se les introducían muy adentro de ese lugar donde no calienta el sol.

“La reforma buscaba descentralizar los convenios colectivos, y según la Alianza fisuraría a la dirigencia tradicional de los sindicatos. También establecía que debía prevalecer un convenio alcanzado en un ámbito menor (una empresa) sobre otro firmado en el ámbito mayor (todo el país). Los trabajadores podrían estar a prueba noventa días, prorrogables por otros noventa y los convenios anteriores a 1988 se revisarían en favor de otros nuevos.

Las medidas eran reclamadas desde la época de Menem por los analistas financieros internacionales, las visitas periódicas del FMI, los gurúes locales y los empresarios. Ya antes de asumir, cuando no tenía ni una idea remotísima de que terminaría recalando en la SIDE, Fernando de Santibáñez remataba cada intervención delante de De la Rúa haciendo propaganda sobre la necesidad de la reforma laboral” (op.cit).

Precisamente él, quien aportaría los cinco palos provenientes de su secretaría y se sentiría alborozado por conseguir en “cuarenta días lo que nosotros no conseguimos en cuarenta años.” Nosotros, obviamente, eran aquellos poderosos que venían celebrando desde los tiempos felices del Oreja Martínez de Hoz.

 

¿Y ahora, quién podrá salvarnos?

Seguramente no el Chapulín Colorado, pues no fue capaz de vencer al irreductible Coiman aquella noche de abril de 2000. Más allá de especulaciones y media verdades, este escándalo agranda a niveles mayúsculos la brecha enorme entre la clase política y la gente. Pues es más que claro que la reforma laboral no fue la única ley adornada por truchos. Pero hasta ahora, ninguna de las anteriores contó con el testimonio de un arrepentido como Pontaquarto.

Lo verdaderamente horrible de todo esto, es constatar de la peor manera como se burlan en la cara de este vapuleado pueblo. Y encima, se dan el lujo de arrogarles todos los males habidos y por haber a los integrantes del Bloque Piquetero. No tienen ni vergüenza, ni cara para arrojar piedra alguna.

El tiempo, juez y verdugo inapelable, dirá si este megaescándalo servirá para algo contundente. Y sirva para que esta democracia se auto depure para que, de una vez y para siempre, sea un sistema integrador basado en la verdad y no en el curro y la cometa.

 

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