Que me disculpe la opinión pública, el lector común y corriente, que es a quien escribo y dirijo, no sólo estas palabras, sino me debo como periodista, cronista de mi tiempo, en la reflexión, veracidad de los hechos y también a la memoria de un pasado que no termina de ajustar sus cuentas pendientes y pasa revista de vez en cuando a la impunidad.
El mundo no cesa en hacer la guerra, es cierto, los derechos humanos siguen siendo violados a vista y paciencia de los organismos internacionales ad hoc, no lo es menos, aún reina la impunidad de un pasado reciente, la justicia brilla aún por su ausencia en la negra historia de las últimas tres décadas latinoamericanas.
El tiempo simplemente ha pasado como una hoja volada por el viento de la historia sin paradero. El verso inmortalidad de todo tiempo pasado fue mejor, nos conduce a que los ríos van a dar a la mar que es el morir, y sobre todo, que no nos podemos bañar más dos veces en el mismo río de sangre que dejaron las tiranías con los desaparecidos y los Estados en hipnosis permanente, secuestrados en su libertad y justicia.
La impunidad y el olvido se han dado la mano en estos tiempos de recuperación democrática en la mayoría de los países afectados, donde aún existen violaciones imperdonables, silencios lapidarios sobre la lápida que construyeron los violadores, y una espantosa retórica por seguir ocultando la realidad, los hechos y tapando con cal los muertos en los caminos, lanzando a los vivos de los helicópteros.
El terror hizo esquina en Nuestra América, y eso es indiscutible en estos tiempos. La gente digna se llenó de horror, vivó en un limbo la sociedad civil en no pocos países, secuestrada en sus derechos elementales, humanos. El pasado, pisado quieren quienes tocaron todas las cuerdas de la impunidad y del crimen.
Afortunadamente, existen hombres dignos en el poder, surgen de vez en cuando estos líderes que la historia reclama, que los pueblos necesitan, que las cuentas claras reclaman. Me produce una honda satisfacción que venga del Sur, donde los límites no existen, tierra prometida para ensanchar la libertad, un lugar para ser libre, volver a los orígenes. La palabra Patagonia recoge un tiempo de vida para alcanzar metas superiores, sueños sin límites, para amar con el amor de la toda la vida los tiempos íntimos frente a esos inconmensurables espacios de grandes soledades compartidas.
Comparta sus sueños patagónicos señor presidente K con la gente sencilla, común, con nosotros y no cese en sus empeños de hacer justicia apoyando la justicia, buscando la verdad, trabajando con sus pares de del sur, de América, en una visión nuestra, SUR-SUR. Ahí radica nuestra esperanza, los magníficos sueños del futuro, de un tiempo no lejano. El destino no está en las grandes ciudades, sino en el guiño, en el pequeño gesto que nos hacen las regiones, las provincias, los lugares abandonados por el Estado durante siglos. Allí, la gente simple hace la vida honesta, camino al andar, sin mayores desplantes, con el sentido común de la existencia.
Sé que usted conoce de estas cosas, las ha vivido, las siente, son de su pertenencia, y espero que nunca formen parte del olvido.
Es un acto de justicia, sin duda, un gesto a y por la vida, él que usted hace al reunirse en Montevideo, Uruguay, con la nieta del poeta argentino, Juan Gelman, cuyos padres fueron secuestrados y desaparecidos por la dictadura militar de su país. La majestad de su cargo otorga prominencia al tema.
Ese gesto suyo, señor presidente, ha motivado esta nota.
Rolando Gabrielli
Corresponsal en Panamá