La frase del título pertenece a la pensadora rusa Ayn Rand y en ella refleja, con su inconfundible estilo, un pensamiento tajante, rudo, pero inevitablemente imprescindible si queremos alcanzar una convivencia armónica.
Claramente esta no es una reflexión que soporten las personas que ponen al buenismo por sobre los valores ético; no es un posicionamiento para hipócritas ni para espíritus de cristal. En apenas siete palabras, Rand sepulta los eufemismos bien pensantes bajo el peso de lo correcto, de lo debido, de lo justo. La corrección política.
Porque, como decía Ulpiano, la justicia es “dar a cada uno lo suyo” y lo suyo del culpable es la condena, lo suyo del inocente es el resarcimiento y lo suyo de la sociedad es el alcanzar la convivencia en paz.
El marco de esa convivencia debe estar definido por la ley positiva y esta, para ser legítima, debe fundamentarse en el derecho natural. La misma ley debe determinar qué está prohibido, las penas a los infractores y el margen de tolerancia en su aplicación.
La piedad es un acto de compasión individual en la que una persona libera del castigo a su infractor, es una disposición que no afecta a terceros. Trasladar esta demostración de clemencia a la esfera social, cuando esta responde a la voluntad, capricho o conveniencia de un poder del estado y no a la decisión unánime de los miembros que componen la comunidad, es un posicionamiento más propio de un monarca que de un defensor del republicanismo.
Nombré antes a la tolerancia y varios autores han buscado definir cuál debiera ser su límite. Edmund Burke señala que “hay un límite en que la tolerancia deja de ser virtud”, en la misma línea Thomas Mann agrega que “la tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad” y Albert Einstein nos advierte que “el mundo se encuentra más en peligro por aquellos que toleran o promueven el mal que por aquellos que realmente lo cometen”.
Karl Popper va más allá y explica el porqué de la necesidad de un límite en lo que se tolera: “La tolerancia ilimitada lleva al desaparecimiento de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada incluso a aquellos que son intolerantes, si no estamos preparados para defender una sociedad tolerante contra la amenaza de los intolerantes, entonces los tolerantes serán destruidos y la tolerancia con ellos“. Luego de exponer sus argumentos sentencia: “en nombre de la tolerancia, debemos rechazar la tolerancia hacia aquellos que son intolerantes”.
Vemos en este veredicto la respuesta al dilema acerca de cuan flexible debe ser la tolerancia antes de convertirse en renuncia al propio derecho, en sumisión al atropello, en esclavitud a la impunidad ajena.
No se puede tolerar los desmanes de las hordas de salvajes en la vía pública, no se puede tolerar que un delincuente robe, golpee, viole o asesine a un semejante y menos aún justificarlo o disculparlo por estar drogado o borracho, esos deben ser agravantes no atenuantes.
¡Basta de eufemismos e hipocresía!, ser políticamente correcto solo beneficia a los corruptos, a los delincuentes y a los parásitos. Las personas de bien ya no pedimos, EXIGIMOS que el estado utilice el monopolio de la fuerza que le delegamos para proteger a la víctima del victimario. Digamos las cosas como son: “Piedad al culpable es traición al inocente”.