Diferencia astrológicamente significativa
Que la edad del poder remite a los 50 años lo prueba la epopeya de Juan Domingo Perón, El General, que murió paradójicamente hace 50 años, cuando el mundo era otro y ni existía, siquiera, el fax.
Padre protector de los pasionales mellizos que confrontan desde octubre de 1945.
El Peronismo y el Antiperonismo. Mellizos que marcaron los desencuentros durante casi 80 años.
En 1945 El General tenía oficialmente 50 años.
La biografía registra el nacimiento en 1895, pero según cierto ensayista minucioso había nacido dos años antes, en 1893. En Roque Pérez. Número de registro 13.313 (se agradece a GV).
La diferencia es astrológicamente significativa.
Si El General es de 1895 se trata de una Cabra de Madera.
Si El General es, en efecto, de 1893, se trata de una Serpiente de Agua (identidad que 60 años después, en 1953, se repite con la señora Cristina Fernández, La Doctora).
La Justicia Social como apotegma
Perón ejerció la plenitud del poder entre el ’45 y el ’55. Hasta el exceso o la pontificación.
La astucia sumada a la inteligencia le permitió inaugurar la dinámica de absorción que caracterizó a las vertientes posteriores de la superstición peronista.
Desde la Secretaría de Trabajo, El General se dispuso a absorber los hallazgos teóricos del marxismo romántico. Con el desafío de llevarlos a la práctica en la realidad. Para transformarlos en los beneficios populares que derivaron en el fortalecimiento del pilar más sólido.
La Justicia Social. Elevado atributo moral que lo sobrevive.
Apenas puede atreverse a objetar la Justicia Social el incandescente pícaro del siglo chatarra.
La magnitud de Javier Milei, El Psiquiátrico.
La resistencia como mitología
El peor de los mellizos derrocó violentamente al General en 1955.
Antesala de clausuras trágicas, abyecciones culturales y partes de heroísmo estremecedor.
A los 60 años El General partía en la barcaza “cañonera” hacia el precario exilio en Paraguay.
Para fundar la mitología de la resistencia que continuaría en la República Dominicana, la Venezuela aún no “bolivariana” y por último en la legendaria España retrasada del generalísimo.
Solían visitarlo con frecuencia los compañeros fraternales que dejaban probables regalitos y se volvían con instrucciones, grabaciones o fotografías.
Atractivo turístico políticamente ideal para completar la semana de militancia clandestina combinada con sosiego, crema de orujo y el jabugo sublime.
Bastón de Mariscal. Líderes y poleas
De la conjugación de líderes populares equivalentes de la europeizada América Latina, sólo Perón logró generar la legítima continuidad política.
Sobrevivió a través de la obra plagada de altibajos y apasionamientos.
Derivaciones del litigio permanente entre los mellizos.
Aún persiste el enigma y el rigor permanente de la polémica sobre la vigencia del peronismo.
Persiste también el planteo eterno de la definitiva extinción.
El peronismo es la ideología del poder.
Pero es precisamente el poder el que dicta las claves de la ideología.
Lo que prioritariamente debe mantenerse siempre en la superstición del peronismo es la firmeza simple de los tres postulados.
Justicia Social, Independencia Económica y Soberanía Política.
En sus casi 80 años, el Movimiento Peronista sólo tuvo tres jefes energéticamente inapelables.
Y dos poleas de transmisión, que deben percibirse como paréntesis intermedios entre los liderazgos.
Los tres jefes que disfrutaron la pertenencia del “bastón de mariscal” aluden a tres momentos distintos del contexto internacional.
El primero, obviamente, fue El General, verdadero fundador en 1945 del negocio peronista.
25 años después fue Carlos Menem, El Emir, quien se apropió electoralmente del bastón.
Para encarar la vertiente transformadora que vulgarmente aún se percibe (o se difama) como «neoliberal».
Correspondía a la etapa de extinción del socialismo real. La superstición absorbía a los liberales de Los Alsogaray.
La pulverización de la Unión Soviética yacía entre las esquirlas del muro derrumbado de Berlín.
El tercer jefe que arbitrariamente manejó el bastón de mariscal fue Néstor Kirchner, El Furia.
Vertiente populista de centro izquierda, experiencia propia de la lógica de euforia continental de los dos mil.
Después de constatar el agotamiento del fenómeno que había dejado de contagiar.
La interpretación original del esquema alude a las dos poleas de transmisión de poder.
La primera polea es bastante ilustrativa. Deja afuera a una cantidad de próceres. Postulantes al costado.
Monopoliza la polea Antonio Cafiero, Dick Sanardi, otro presidente trunco «que no fue».
Peronista clásicamente renovador, aunque desde los preceptos radicales del inflamado alfonsinismo.
La polea de Cafiero se extiende desde la punta del liderazgo de Perón.
Concluye en la punta del liderazgo pragmático de Menem.
La segunda polea de transmisión es conducida por el «conurbanismo» de otro presidenciable trunco que finalmente fue. Pero alcanzó la presidencia por decisión legislativa.
Eduardo Duhalde, El Piloto de Tormentas (generadas).
La polea de Duhalde se extiende desde el liderazgo de punta de Menem hasta la punta del liderazgo imprevisible de Kirchner.
Pero El Furia se extingue equivocadamente en 2010.
Deja el bien ganancial del poder, como herencia, para La Doctora.
Desde entonces La Doctora es la reliquia más carismática de la superstición peronista.
La Doctora convirtió al Movimiento en una Confederación de Peronismos Provinciales.
Con fuerte injerencia en Buenos Aires, la provincia del pecado.
Pero La Doctora jamás asumió la privilegiada condición de jefa del peronismo.
Ahora ofrece, hasta con mueca desafiante, el desafío de apropiarse del bastón de mariscal.
La jefatura se encuentra vacante, y el movimiento -o la superstición- fue electoralmente superado otra vez.
Para colmo por una invención propia. Un producto natural de exportación.
El Fenómeno Milei, el gran pícaro del siglo chatarra.
Nadie entonces ostenta el bastón de mariscal que rifa La Doctora.
Pero en el peronismo de hoy persisten tres exponentes que merodean la plena edad del poder. Los 50. ¿Ampliaremos?
La fila del final
La epopeya de la superstición peronista resulta ejemplar por la sucesión de epílogos prematuros.
Se alardeaban desenlaces fatales, ciclos políticamente agotados, pero siempre sin partida de defunción.
El regreso de noviembre de 1972 fue realmente victorioso.
El General conservaba la velocidad mental.
Ostentaba la complejidad del pensamiento académico.
Tenía clara la estrategia de unidad nacional y portaba el arsenal de experimentada sabiduría.
Pero pobre, no podía ocultar las detonaciones de la salud.
Las fatigas que lo transformaban en un dependiente pasivo, a veces hasta en un ser elemental.
Viejo Vizcacha lúcido y con la ironía intacta.
Pero con el arrastre que lo mostraba en condiciones aptas para ponerse en la fila.
Con el equipaje despachado y los documentos en la mano.
En medio del dolor popular multiplicado, reivindicado justamente como General, el presidente Perón partía.
La lluvia aportaba el dramatismo del final para aquel 1º de julio de 1974.