Durante la actual andanada mediática contra Alberto Fernández, ha quedado en evidencia que el poder anestesia a muchos políticos y gobernantes omnipotentes, que suelen dejar testimonio de sus tropelías en laptops y celulares.
Esto suele colocar a la democracia en un escenario mixto donde se mezclan la censura y la libertad, al exponer secretos “palaciegos” que comprometen severamente a sus protagonistas y conducen a un escenario de indignidad de su investidura.
Se puede apreciar que por la naturaleza del sistema, ninguno de estos datos suele estar a disposición del público al ocurrir, y el ciudadano ordinario no tiene así la posibilidad de informarse sobre situaciones ignominiosas que suceden tras las bambalinas del poder político.
Finalmente, una información que parecía impracticable, provoca el destape de “delatores” o “interesados” que se amparan en la permeabilidad de la tecnología contemporánea, para sacar beneficio de las alternativas que se abren frente a los descuidos de muchos dirigentes corruptos que se sienten impunes respecto de sus trapisondas.
Dice Jean Revel: “En democracia, el obstáculo a la objetividad de la información, no es ya –o lo es muy poco-, la censura: lo son los prejuicios, la parcialidad, los odios entre partidos políticos y las familias intelectuales que alteran y adulteran los juicios o incluso las simples comprobaciones. Y a veces, más que la convicción, es el temor del qué dirán ideológico que tiraniza y amordaza la libertad de expresión”.
Alberto Fernández es, en este momento, una de las tantas víctimas de sí mismo. Es decir, de aquellos que se encuentran inmersos en estos “juegos de poder” que se presumen eternos y que, como muchos otros asuntos de este mundo acelerado, imprevisto y cambiante, siempre terminan mal.
Porque de una manera u otra, las organizaciones políticas, aún las más perfectas en apariencia, duran menos tiempo que otrora, aunque conserven nombres parecidos y tengan los mismos miembros que antes. Y en la actualidad, existen muchos indicios que permiten colegir que la relación del individuo con ellas se está acortando a creciente velocidad.
La gran victoria que la democracia moderna ha conseguido en el curso de la historia reciente, no ha producido paralelamente ningún resultado positivo para la resolución de estos problemas referidos a “intimidades sospechosas”, generando una extraña paradoja: a mayor libertad, mayor dependencia.
Todo esto lleva a preguntarnos si el equívoco y la oscuridad no estarán deliberadamente cultivados y mantenidos por aquellos que sacan ventajas de la confusión que provocan con sus “hallazgos”, frente a los cuales los mecanismos de defensa de los eventualmente imputados reciben el rechazo espontáneo de una sociedad ávida por consumir historias morbosas.
Sería oportuno que los íntimos del inefable Alberto le aconsejen que mantenga en alto su imaginación –si esta alcanza-, porque es muy probable que la necesite con urgencia para amortiguar los efectos del zafarrancho que ha provocado ante la opinión pública, y el descrédito personal del que probablemente no consiga zafar nunca más.
A buen entendedor, pocas palabras.