Comienzo felicitando a los uruguayos que, el domingo, fueron a las urnas para elegir quien gobernará el país a partir de marzo de 2025 y a los miembros del Legislativo y, también, para expresar su opinión sobre las reformas previsionales impuestas por Luis Lacalle Pou, cuestionadas por la izquierda y los sindicatos, y sobre la prohibición de los allanamientos nocturnos. Yamandú Orsi, candidato por el Frente Amplio, no alcanzó a imponerse y, el 25 de noviembre, deberá enfrentar un ballotage que, según sugieren los votos sumados de quienes integran la alianza de centro-derecha, podría coronar a Alvaro Delgado, del Partido Nacional o Blanco. La propuesta jubilatoria, casi un suicidio, fue rechazada pero se mantuvo el disparate de la limitación a la acción policial.
El mundo entero está en vilo ante las elecciones en los Estados Unidos, que se llevarán a cabo el próximo martes 5, ya que mucho dependerá, en todo el globo, de quien resulte ganador: Kamala Harris, Demócrata, o Donald Trump, Republicano. Las últimas encuestas conocidas dan una diferencia casi imperceptible en votos, por lo cual la definición saldrá de los Estados variables, o swingers. Es altamente probable, entonces, que se repita el escenario de 2016, cuando Hillary Clinton obtuvo más votos (dos millones) pero Trump fue quien llegó al poder. En una nota anterior, expliqué cómo funciona el sistema electoral allí. En un acto reciente de la campaña de Trump se cometió, en la recta final, un inexplicable error que puede costarle muy caro en el importantísimo voto latino, cuando un cómico, refiriéndose a Puerto Rico, la calificó como una “isla de basura”. Y Harris lucha contra su pasado de izquierda, una posición que el norteamericano medio rechaza visceralmente.
El resultado determinará el comportamiento de los Estados Unidos en todos los escenarios de conflicto actuales: la invasión de Rusia a Ucrania, los ataques de Irán (más Hamas y Hezbollah) a Israel, el estrecho de Ormuz, el Mar de la China, Corea del Norte, etc., aunque también en la guerra comercial con China y la inquietud que produce la creciente presencia de ese país en América Latina. Pese a la tradicional insignificancia con que el Departamento de Estado ha visto a nuestra región, hoy la fuerte rispidez en las relaciones con Cuba, Nicaragua, Venezuela y Bolivia, países que se han transformado en cabezas del playa de Rusia e Irán en el subcontinente, seguramente también originará una conducta distinta.
La Argentina votó, en Naciones Unidas, condenando el embargo (no un “bloqueo”) de los Estados Unidos a Cuba. Es una flagrante mentira del castrismo achacar su evidente fracaso económico a un inexistente e imposible impedimento norteamericano a comerciar con el mundo entero, tal como lo ha hecho desde la crisis de los misiles de 1962; sólo a la incapacidad y la corrupción de los dirigentes cubanos se puede imputar la catástrofe que vive la isla más grande del Caribe. La implosión de la Unión Soviética y la caída vertical de la producción venezolana, además, terminaron con el regalo de tantos millones de barriles de petróleo que permitió al tiránico régimen sobrevivir siete décadas, con un costo social tan enorme. Discrepo con esa medida de Estados Unidos (sólo prohíbe a sus empresas comerciar con la isla), precisamente porque no sólo es inconducente sino que es usado como excusa por Miguel Díaz-Canel, tal como hicieran antes Fidel y Raúl Castro, para disimular los errores causados por su anquilosado y anacrónico comunismo ante naciones que padecen iguales males.
Todos los gobiernos cambian a muchos ministros y funcionarios en el primer año de gestión, movidos por la necesidad de realizar algunas correcciones quirúrgicas en la misma. Javier Milei, que llegó al poder sin partido político, sin gobernadores ni intendentes y, por supuesto, sin los cuadros propios indispensables para cubrir las cúpulas de ministerios y reparticiones públicas, ha debido realizar mayores ajustes que lo habitual, reemplazando a muchos funcionarios heredados de Fernández² y de Sergio Massa. Pensemos en la estructura vertical y piramidal de las fuerzas armadas, y la Cancillería, que deben obedecer siempre –aún cuando no estén de acuerdo con ellas- las órdenes impartidas por quien tiene las atribuciones constitucionales de conducir la defensa nacional y las relaciones exteriores.
Pero ni siquiera el despido de Nicolás Posse de la Jefatura del Gabinete de Ministros produjo un cimbronazo tan fuerte como el de Diana Mondino, Canciller, eyectada por ese voto. Si bien nuestro país, bajo el kircherismo se había expresado así, sonó extraño que nuestro representante en la ONU y su jefa, Mondino, ignoraran el férreo alineamiento de Milei con Washington e Israel, en especial después de un atípico comunicado de Presidencia del día anterior, estableciendo que los diplomáticos que no estuvieran dispuestos a acompañar la posición oficial del país contra los regímenes totalitarios de América Latina y contra la Agenda 2030 deberían abandonar de inmediato sus cargos. Sin embargo, Andrés Cisneros, refiriéndose a la influencia negativa del affaire Mondino en la imagen de Argentina ante el mundo, puntualizó: “El prestigio trae dólares, pero los dólares no traen prestigio”.
Este último entuerto es una cuenta más en el collar de pesados melones que nos dejó el kirchnerismo, ya que durante veinte años prostituyó al Ministerio de Relaciones Exteriores y a su cuerpo profesional –el mejor preparado del Estado hasta entonces- incorporando militantes irresponsables, inexpertos y soberbios a mansalva, engordando hasta la obesidad el número de diplomáticos activos y (lo multiplicó por seis) de empleados administrativos.