Los Estados Unidos siguen manejándose según lo que indican las instrucciones institucionales escritas hace 243 años. Ningún idiota con alguna capacidad de influencia salió jamas a decir que la Constitución del país era “antigua:” o “pasada de moda”. Al contrario la vigencia ininterrumpida de esas normas fueron las que llevaron al país al lugar que ocupa hoy, que es por otro lado el que ocupó siempre, prácticamente desde que nació: el de ser la primera potencia mundial.
Ese solo hecho (que un país regido por las mismas normas durante casi dos siglos y medio haya sido y siga siendo hoy el primer país de la Tierra) debería hacer reflexionar a la militancia del “modernismo” y a los que con éxito derribaron las instituciones creadas en la Argentina por la Constitución jurada en la Argentina el 1 de mayo de 1853, para cambiarias por el engendro de 1994.
Es en ese pacto, salido de las ambiciones personales de Menem y de los desvaríos parlamentaristas de Alfonsín, donde deben buscarse gran parte de las razones por las cuales el país desde ese momento no ha hecho otra cosa más que empeorar.
No digo que la realidad argentina anterior a la reforma fuera un dechado de logros, pero ese modelo podía a mostrar casi un siglo de progreso ininterrumpido (1853-1946) y una recuperación institucional a partir de 1983 que si hubiera podido ser combinada con los cambios económicos de los ‘90 (es decir continuidad del esquema político creado en 1853 y continuidad de las reformas económicas implementadas por Menem), quizás se habría evitado el kirchnerismo y la brutal decadencia -fundamentalmente moral- de los últimos 20 años.
Pero dejemos atrás este paréntesis argentino y volvamos a los EEUU. en donde mañana se elige presidente. Algunas cuestiones de color antes de un comentario sobe los que puede ocurrir.
Decir que mañana se elige presidente es solo eso “un decir”. En realidad desde hace muchas semanas que los americanos que se registraron para votar están votando. Ya lo hicieron 75 millones de los más de 240 millones que están en condiciones de hacerlo.
Aquí otro detalle: “estar en condiciones de hacerlo” (es decir ser un norteamericano nacido o naturalizado) no significa que esa persona pueda votar. Para ejercer el sufragio hay que registrarse previamente. El sufragio es ademas voluntario y no obligatorio.
El voto adelantado si bien puede sorprender a más de uno está por debajo de las cifras de 2020 en donde a un día de la elección general habían votado más de 85 millones de personas.
El aspecto práctico de la votación está facilitado de todas las maneras posibles: se puede votar por correo común, por mail, por QR (es muy usual ver por las calles pequeños flyers con esos códigos de geroglíficos que apuntados con la cámara del teléfono dirigen a un sitio desde el cual el ciudadano registrado puede votar mientras camina por la calle), o claro esá, presencialmente incluso antes de mañana.
El día de la elección ocurre “el segundo martes después del primer lunes de noviembre” cada cuatro años. Desde hace 171 años, la legislación estableció una original fórmula para indicar de modo definitivo e inalterado la fecha de las elecciones, ya sean presidenciales o de medio término. Por empezar se decidió que fueran en noviembre porque es un mes de temperaturas templadas en todo el país y eso, hace más de un siglo y medio, contaba y mucho. Luego, para dejar fijo el día, se echó mano de un método que habla mucho del país, de sus prioridades y de su visión de la vida.
La aparentemente alambicada manera de establecer el día tiene sus razones y son esas razones las que nos dan una pauta más de los valores del país. Esa fórmula dice que las elecciones se celebrarán el “primer martes después del primer lunes de noviembre”. Esto es: siempre tiene que haber habido un lunes en noviembre antes del acto electoral. 2016 fue un claro ejemplo de por qué los estadounidenses no sólo establecieron un día laborable para votar, sino por qué no lo hicieron directamente el primer martes de noviembre y ya.
Y son razones del ámbito privado de las personas las que se pusieron delante de la “política” haciendo que ésta tenga que esperar que aquellas hubieran resuelto sus cuestiones personales primero antes de dedicarle su tiempo a elegir funcionarios. Una sutil manera de decir quiénes son los importantes.
¿Y cuáles eran esos asuntos privados? En primer lugar, motivos religiosos. Desde ya que no se iban a elegir días de fin de semana, porque ambos son para la oración, según sea la religión que se profese. Entonces, primero las creencias, después “la política”.
Ello llevó a elegir entre los días de la semana hábil. El lunes, en aquellos años de 1845, hubiera puesto a muchos en la necesidad de viajar hasta los lugares de votación y a unos cuantos, incluso, a salir el día anterior, el domingo. De nuevo, el impedimento religioso: los domingos son sagrados para los cristianos, así que “la política”, a la cola.
Eso llevó a los legisladores al martes. Y aquí viene el misterio de por qué no el primer martes, si este caía en el “uno” del mes.
Dos son los motivos de haber creado la formula “el primer martes después del primer lunes”. El 1 de noviembre es el Día de Todos los Santos para los católicos, así que, de nuevo, “la política” a esperar. Y además muchos comerciantes, granjeros y, en general, los hombres de negocios, usaban el primer día hábil del mes siguiente para cerrar las cuentas del mes anterior. Así que ese día 1 de noviembre, si era martes, había que trabajar, no votar: “la política” a un segundo escalón.
De esa forma, y desde 1845, si 1 de noviembre cae martes (como ocurrió en 2016) las elecciones pasan al segundo martes, el 8. Cuando ocurrió en 2016, hacía mucho que no se daba esa particularidad, pero el año que Trump ganó su primera presidencia sucedió: las elecciones no fueron el primer martes porque antes de eso no había habido ningún lunes en noviembre.
Obviamente el país cambió mucho desde 1845 hasta ahora. Aquellos eran los años que vio Alexis de Tocqueville y que desembocaron en la monumental obra La Democracia en América, en donde este visionario vaticinó que los EEUU y Rusia llegarían a dominar cada uno la mitad del mundo (unos 100 años antes de que eso sucediera de verdad), “uno”, dijo, “con la reja del labrador; el otro, con la espada del soldado”.
Pero, sin embargo, la fórmula sigue allí. Nunca fue modificada porque los valores que la hicieron posible siguen vigentes: lo importante son las personas individuales, la sociedad privada; son ellos los que tornan posible todo lo demás y, por lo tanto, sus preferencias, sus trabajos, sus ideas y creencias, deben estar por encima de la conformación del Estado: el llenar las vacantes de los administradores es una actividad a la que los ciudadanos se dedican una vez que se hayan ocupado de sus quehaceres privados.
Por último un tema que se relaciona con lo que hablábamos al principio en comparación con la Argentina: el Colegio Electoral. El sistema de la democracia norteamericana sigue siendo indirecto, es decir, los ciudadanos no votan directamente por los candidatos sino por la lista de electores que los representan en cada estado. Cada estado tiene un número de representantes que integran el Colegio Electoral establecido por una proporción respecto de su población. Así California entrega 54 electores al CE, Texas 40, Florida 30, New York 28 y así sucesivamente. Con una particularidad: el partido que gana un estado aunque sea por un solo voto se lleva todos los electores de ese estado y el que perdió aunque haya perdido por un solo voto no se lleva nada. Esta regla tiene dos excepciones: Maine y Nebraska que entregan una cantidad de electores al ganador y reparte los restantes entre los demás candidatos de acuerdo a su representación en el Congreso.
De este modo el sistema evita que el presidente sea el producto del “muchedumbrismo” y, al contrario, sea el resultado de un esquema mucho más equilibrado de elección en el cual cada estado cuenta. Con la reforma del ‘94 en la Argentina los constituyentes le entregaron, prácticamente, la elección del presidente al conurbano bonaerense.
Por esa misma razón a veces es difícil consagrar al candidato en la noche de la elección y hay que esperar los finos conteos estaduales. En 2020 Biden fue reconocido ganador siete días despegues de la elección y en 2001 fue la Corte la que debió intervenir para terminar de interpretar el voto en el Colegio Electoral de la Florida.
Siete son los “swing states” o estados pendulares que, según la ocasión, pueden darle el voto a uno o a otro: Pennsylvania, Michigan, Wisconsin, Arizona, Nevada, Carolina del Norte y Georgia. A su vez a Nebraska y a Maine se los debe considerar por lo que decidamos más arriba respecto de la particular manera que tienen de adjudicar sus electores al Colegio.
La de mañana es una elección muy importante no solo para los EEUU sino para el mundo. También para la Argentina que, por el arte simplificador que la caracteriza, ha decretado que un triunfo de Trump beneficiaría al gobierno de Milei lo que para mí no es para nada una certeza.