El Medioevo Cristiano (la Edad de la Fe) intentó crear una civilización occidental diferente, en base a las enseñanzas de Cristo (al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios) y al desafío de Cristo al poder financiero de su época (desafío que le costó la vida) mediante la institución de un doble pontificado: el Emperador, Pontífice material y el Papa, Pontífice espiritual, siendo ambos Pontífices los “puentes” que comunicaban la Tierra con el Cielo. A partir del siglo XII el Sistema se transformó (para peor) en una Monarquía política, militar y material subordinada a un único pontífice, el Papa (único “puente” de acceso al Cielo). Sin embargo y a pesar de las buenas intenciones que orientaron estas reformas, las cosas continuaron torciéndose y la corrupción de la Corte de Roma llegó tan lejos que por reacción produjo en 1517 la Reforma (religiosa) y luego en 1789 la Revolución Francesa (política), que sepultaron la Monarquía y la Fe. La Roma de Alejandro VI Borgia (ejemplo de la abyección moral en que cayó el Papado de esta época, a pesar de haber sido Borgia un impecable maestro de Fe), llegó a tener seis mil cortesanas (alternadoras) en la Corte del Vaticano y las propiedades religiosas llegaron a constituir entre el 30 y el 50% de la renta pública de Europa. Qué sucedió para arribar a metas tan diferentes de las propuestas por Cristo?
Como dijimos, hace aproximadamente cinco mil años, en los Templos (Templo significa casa grande) de las antiguas civilizaciones de Medio Oriente que solían funcionar como depósitos de granos y como primitivos Bancos, comenzó a gestarse un ingenioso mecanismo psicológico racional religioso (los hombres que vivían hace cinco mil años no eran ni tontos ni retrasados sino mas bien todo lo contrario) para “fabricar” oro, el metal que se utilizó como moneda en todas las épocas por ser deseado y escaso.
El método racional para “fabricar” oro (independientemente de la alquimia y los alquimistas) y emitir moneda respaldada en él era muy sencillo, pero a la vez inaprehensible para el público, y consistía primero en fingir que prestaban oro, sin entregar oro, segundo, prestar varias veces a distintas personas (sin que lo supieran) siempre el mismo oro, oro que quedaba en depósito en el Templo (ya que coaccionaban a los prestatarios de mil maneras para que siempre lo dejaran en depósito), entregando a cada prestatario en lugar de oro un certificado de depósito que podía ser utilizado para efectuar pagos y cancelar deudas y tercero, cobrar intereses sobre el total del oro falsamente prestado varias veces.
El truco sólo funcionaba entregando certificados de depósito en lugar del oro dejado en depósito. Si entregaban el oro real a los prestatarios, la actividad de los sacerdates/banqueros quedaba limitada al stock de oro disponible en el Templo y podrían quedarse entonces rápidamente sin existencias de oro y no podrían seguir prestando. Si p. ej. disponían de 100 kgr de oro en total en stock sólo podían prestar estos 100 kgr en stock ; en cambio, si entregaban certificados de depósito en lugar del oro real en stock , induciendo a los solicitantes de préstamos (los prestatarios, “clientes” que no se conocían entre sí, que ignoraban el truco y que temían a los sacerdotes) a dejar el oro de sus préstamos acordados en custodia en el Templo (en depósito), dado que estos prestatarios no podían controlar los movimientos del stock real de oro (de los 100 kgr), los sacerdotes podían entonces engañarlos y prestar los mismos 100 kgr no una sola vez, como corresponde, sino varias veces más (hasta nueve veces más), tanto los 100kgr de oro real como 900 kgr “extras” de oro irreal, ficticio, imaginario, inventado, sólo existente en sus libros contables, sin terminar de desprenderse nunca del total de los 100 kgr reales de oro, ya que lo que realmente prestaban eran los certificados de depósito que circulaban en el mercado como moneda . Además cobraban intereses por los 100 kgr de oro real y por los falsos 900 kgr irreales adicionales.
Los certificados (recibos de depósito) correspondientes al oro real y al ficticio se escribían en tablillas de barro que giraban en el mercado como si fueran moneda, dinero real (oro), y teóricamente podían ser canjeados a oro por el portador en la caja del banco (el Templo). Pero nadie pedía el canje a oro del certificado trucho, pues era una terrible ofensa a los Sacerdotes y a los dioses. Lo que se “fabricaba” y las que en realidad se multiplicaban eran las tablillas de barro (certificados de depósito, que circulaban y funcionaban como si fueran oro a pesar de que eran sólo barro) , y los intereses cobrados por el oro real y por el ficticio (las tablillas de barro), nunca el oro en stock que siempre era el mismo. Sin embargo el público no lo advertía y utilizaba las tablillas de arcilla como si fueran moneda contante y sonante.
Este mecanismo comenzó a practicarse en Sumeria, donde se creó la Banca, que funcionó en el Templo, pues los “banqueros” eran Sacerdotes mensajeros de unos dioses terribles. Una tablilla de barro fue el primer certificado de depósito de la Historia, falso y riesgoso como todos los que le seguirían durante miles de años, que el primer prestatario de la Historia utilizó como si fuese una moneda de oro obligándose a pagar el préstamo al Templo, llevando trigo a los Sacerdotes, ganado, especies u..... oro.
Cuando el tenedor de una tablilla se atrevía a cobrarla al Templo/Banco (a retirar su depósito), para evitarlo los sacerdotes/banqueros lo tentaban para dejar el oro a plazo ganando intereses (o a dejarlo como ofrenda a los dioses, si lograban asustar al portador) y luego podría girar su saldo, mediante otra tablilla (un cheque) escrita por los escribas (prohibieron a los profanos la escritura) del Templo/Banco.
Emitieron muchos de estos provechosos préstamos, en tablillas que circularon entre los artesanos como moneda y, según se cree, gracias a esto aumentó la producción y el desarrollo comercial, pero los Sacerdotes se encargaron de borrar las huellas del Sistema creado y utilizado a fin de evitar su divulgación al público y mantener vigente el redituable “negocio del oro” sólo entre los “iniciados”.
Los Sacerdotes aconsejaban también la invasión de reinos vecinos como medio para obtener oro ajeno y así poder aumentar la fabricación de tablillas de arcilla (la base monetaria de esa época). En realidad organizaban y fomentaban guerras para evitar pagar los depósitos, pues en las guerras muchos depositantes morían y en el tumulto estos sacerdotes desaparecían “con el oro”, sin quedar en evidencia. Luego con la paz llegaban otros nuevos depositantes y otros sacerdotes/banqueros, y así sucesivamente.
Uno de los trucos más brillantes ideado por los Sacerdotes de todas las religiones, de todos los tiempos y de todos los continentes para vivir bien ellos y sus familias el día a día, a cuerpo de rey, ( además de los negocios prestamistas y financieros), consistía en inculcar en los fieles (o sea en el público ingenuo) la infantil idea de que para que los dioses, cualesquiera que ellos fueran, no se enojaran y siempre estuvieran contentos con los mortales , éstos debían hacer “sacrificios” para obtener sus favores. Estos “sacrificios” jamás eran espirituales sino que invariablemente consistían en el regalo de “ofrendas” materiales a los dioses, “ofrendas” que los ingenuos e incautos fieles debían dar a los Sacerdotes puesto que estos eran los “expertos” en el culto divino y eran los intermediarios que se “comunicaban con los dioses” y “conocían sus designios”. Dado que la economía de los pueblos antiguos era agrícola ganadera habitualmente estas ofrendas consistían en animales de campo y de granja (que eran los que los Sacerdotes y sus socios del Club de Vivos necesitaban para comer sin trabajar, jamás ningún Sacerdote de ninguna religión pidió como ofrenda para aplacar la ira de los dioses animales salvajes).
Al principio la implementación de este truco fue imperfecta y produjo un efecto no deseado, ya que como para poder comer un animal primero hay que desangrarlo y este proceso de desangrado de las “ofrendas” previo a ser engullidas en los opíparos banquetes sacerdotales era imposible de mantener en secreto (los desangradores no eran sacerdotes sino simples campesinos), muchos fieles se dieron cuenta del fraude y se tomaron feroz y justa venganza con los Sacerdotes descubiertos que se comían la carne de los dioses. Esta situación obligó, desde el fondo de la Historia, a que los Sacerdotes introdujeran perfeccionamientos varios para evitar ser descubiertos y así poder seguir viviendo del lucrativo negocio de las ofrendas religiosas. Luego de probar diferentes mejoras, se quedaron con aquella que era la más simple y que, aún cuando pudiera ser sospechada, era imposible de ser demostrada. La misma consistía en que la “ofrenda” exigida por los dioses ahora era sólo la sangre de los animales de campo y/o de granja recibidos de los fieles (del público) y no la carne del animal.. De esta ingeniosa manera, eran los dioses los que exigían el desangrado de las ofrendas, y así entonces los Sacerdotes, sus familias y sus socios comerciales (el establishment de cada época) podían acceder y consumir sin problemas las provisiones recibidas. .Además el oficio de desangrador pasó a ser sagrado. ¡Bingo!! Cartón lleno.
Otro de los engaños y fraudes más notables que efectuaron los antiguos Sacerdotes paganos de todos los tiempos (el equivalente antiguo de los banqueros y financistas del siglo XX y XXI) para vivir bien ellos y sus familias a costa del Rey y a costa del pueblo está relatado en el Antiguo Testamento en el Libro de Daniel, el último de los cuatro Profetas Mayores en el orden cronológico, y resulta altamente ilustrativo al respecto ya que narra sucesos ocurridos en la Corte Babilónica (en la cúspide de Babilonia) en el año 600 a.C., o sea hace 2.600 años. En esos tiempos, en las cortes orientales se formaban desde la infancia a los que se destinaba a las carreras de las “letras”: escribas, traductores, cronistas, sabios y adivinos de toda clase. Entrenaban desde su juventud a los consejeros (asesores) del Rey y de ninguna manera y bajo ningún concepto los enviaban a capacitarse a los reinos vecinos. No eran tontos. Aparentemente hace 2.600 años eran más inteligentes y hacían mejor las cosas que en la Argentina del siglo XXI ya que los argentinos, al revés que estos reyes orientales y al revés de toda lógica colocamos en los puestos trascendentes de nuestros gobiernos a profesionales adoctrinados en Universidades foráneas y además, como si no fuera esto suficiente ignorancia y estupidez, consideramos esos adoctrinamientos en el exterior como meritorios para acceder a la función pública. Así nos va, al revés.
En Daniel I leemos: El año tercero del reinado de Joakim, rey de Judá, vino Nabucodonosor, rey de Babilonia a Jerusalén y la asedió. Y el Señor entregó en sus manos a Joakim, rey de Judá, y parte de los vasos de la Casa de Dios. Llevólos al país de Sinear, a la casa de su dios, y puso los vasos en la casa del tesoro de su dios. Y dijo el rey a Aspenaz, prefecto de los eunucos, que trajese de los hijos de Israel, del linaje real y de los príncipes, algunos niños que no tuvieran ningún defecto, de hermosa figura, instruidos en toda sabiduría, dotados de saber, prudentes, inteligentes y aptos para estar en el palacio del rey y aprender la escritura y la lengua de los caldeos. El rey les asignó una ración diaria de los escogidos manjares de la mesa real, y del vino que él mismo bebía, y mandó que los alimentasen así por tres años para que al final de ellos sirviesen al rey. Entre ellos se hallaron, de los hijos de Judá: Daniel, Ananías, Misael y Azarías.
En Daniel XIV leemos: Era Daniel uno de los comensales del rey, quien le honraba más que a todos sus amigos. Había a la sazón en Babilonia un ídolo llamado Bel, y se gastaban para él cada día doce arrobas de flor de harina, cuarenta ovejas y seis cántaros de vino. Tributábale culto también el rey e iba todos los días a adorarlo. Daniel, empero, adoraba a su Dios. Y díjole el rey: “¿Por qué no adoras a Bel?” A lo que respondió, diciendo: “Porque yo no adoro a los ídolos hechos de mano, sino al Dios vivo, que creó el cielo y la tierra, y es Señor de toda carne”. Replicó el rey: “¿Creés tú acaso que Bel no es un dios vivo? ¿No ves cuánto come y bebe cada día?”. A esto contestó Daniel (que aparentemente conocía estos fraudes religiosos) riendo: “No te dejes engañar, oh rey, porque él por dentro es de barro, y por fuera de bronce, y nunca come”. Montó el rey en cólera, y llamó a los sacerdotes del ídolo, a los cuales dijo: “Si no me decís quién come todo eso que se gasta, moriréis. Pero si me hacéis ver que todo eso lo come Bel, morirá Daniel por haber blasfemado contra Bel”. Y dijo Daniel al rey: “Sea como has dicho”.
Eran los sacerdotes de Bel setenta, sin contar las mujeres, los párvulos y los hijos. Fue pues, el rey con Daniel al templo de Bel, y dijeron los sacerdotes de Bel: “He aquí que nosotros nos salimos fuera; y tú, oh rey, haz poner las viandas y servir el vino, después cierra la puerta, y séllala con tu anillo.
Y si mañana temprano al entrar no hallares que todo se lo ha comido Bel, moriremos nosotros sin remedio, o morirá Daniel, que ha mentido contra nosotros”. Ellos no tenían miedo, pues habían hecho debajo de la mesa una comunicación secreta, y siempre entraban por allí y se lo comían (todo).
Luego que se hubieron salido, hizo el rey poner las viandas delante de Bel, y Daniel mandó a sus criados traer ceniza, y la hizo esparcir con una criba por todo el templo en presencia del rey. Después salieron, cerraron la puerta, sellándola con el anillo del rey, y se fueron. Durante la noche entraron los sacerdotes, según su costumbre, con sus mujeres e hijos, y se lo comieron y bebieron todo.
Levantóse el rey muy de mañana, y del mismo modo Daniel, y preguntó el rey: “¿Están intactos los sellos, Daniel?” Respondió éste: “Intactos están, oh rey”. Abrió luego el rey la puerta y miró a la mesa y exclamó en alta voz: “Grande eres, oh Bel, y no hay en ti engaño alguno”. Mas Daniel se rió y detuvo al rey para que no entrase dentro, y dijo: “Mira el pavimento, y ve de quién son estas pisadas”. Veo, dijo el rey, pisadas de hombres, mujeres y niños”.
Con esto irritóse el rey e hizo prender a los sacerdotes y a sus mujeres e hijos; y le mostraron el postigo secreto por donde entraban a comer cuanto había sobre la mesa.
El rey los hizo ejecutar y entregó a Bel en poder de Daniel quien lo destruyó juntamente con el templo.
Este relato del A. T., nada poético
por cierto, muestra claramente que desde el fondo de los tiempos siempre ha
habido personas que por medio de todo tipo de engaños, argucias, trucos sucios,
hipocresías e intrigas exitosas han vivido bien sin trabajar a costa de los
honrados y decentes que sí trabajan, como si fueran parásitos o sanguijuelas
siempre enquistados en la cúspide de cada país. Hoy, en Argentina y en el siglo
XXI, 2.600 años después, no cuesta mucho darnos cuenta que el ídolo Bel, al que
hay que adorar y dar ofrendas es el mercado, los sacerdotes de Bel son
la Banca y los Organismos Multilaterales de Crédito, el Rey Nabucodonosor no
está engañado sino que es la Corporación Político/Financiera Argentina
cómplice de los “sacerdotes” y el pueblo es el único engañado y es el que pone
las “ofrendas” (corralito, corralón, “compensaciones” a bancos, criminales
superávits primarios a costa de la miseria y del hambre del pueblo, etc, etc )
para que todos coman menos él.
Tal vez nos aparezca un nuevo Daniel.
Pero no creemos que le vaya tan bien como al del AT. En Argentina siglo XXI el
desenlace probablemente sería al revés, el ejecutado sería Daniel.
El vivo vive del zonzo y el zonzo
de su trabajo. Esta ha sido siempre una gran verdad
Volviendo nuevamente a los depósitos
de oro de los templos sumerios manejados por sacerdotes/banqueros, sucedió que
con el tiempo, los años y los recambios de civilizaciones, el maravilloso
mecanismo de prestidigitación financiera para fingir prestar oro y en cambio
prestar sólo tablillas de barro (certificados de depósito) cobrando intereses en
oro por el total de las tablillas de barro prestadas quedó en el olvido en
general pero no en particular, dado que Salomón lo conoció, y lo practicó con
perfeccionamiento propios. Salomón unió este conocimiento del mecanismo para
“fabricar” oro (sin ser alquimista) con su “manejo” de la sabiduría egipcia para
dominar pueblos y personas por medio de la religión, y se convirtió entonces en
lo que fue, un rey deslumbrante, nunca igualado ni antes ni después, en tiempos
de paz, sin necesidad de guerrear, en base al desarrollo y dominio de sistemas
financieros/religiosos/comerciales. Salomón dominaba todos los reinos desde el
Eufrates hasta el país de los filisteos (Philistine, hoy llamado Palestina) y
hasta la frontera con Egipto, territorio al que los periódicos del siglo XXI,
tres mil años más tarde, denominan el gran Israel.. Todos estos reinos pagábanle
tributo (o sea impuestos, no por propia voluntad sino por exacción e imposición
económico/militar) y estaban obligados a servir a Salomón por el resto de sus
días. Salomón poseía miles de establos (caballerizas) para los doce mil
caballos de sus mil cuatrocientos carros de guerra. Sin embargo era ésta una
falsa magnificencia, ya que el pueblo en épocas de Salomón estaba explotado y
sojuzgado. Pero contenido (y reprimido).
Cuando Salomón, nacido en Jerusalén, segundo de los cinco hijos que su padre David tuvo con Betsabe y tercer rey de Israel después de Saúl y de David ocupó el trono y se hizo cargo del gobierno, las cosas cambiaron en Israel. Subió al poder en un período de paz, ya que todos los pueblos vecinos habían sido conquistados por su padre David. Dado que la ausencia de hipótesis de conflictos llevó al pueblo a cuestionar vivamente la necesidad de mantener al rey y al oneroso aparato estatal (cuestionamientos opuestos a los intereses del rey y de los funcionarios que formaban parte, justamente, del aparato estatal, el establishment de la época), al inteligente y sabio rey Salomón se le ocurrió la brillante idea de efectuar obras públicas relacionadas con la religión. Salomón sabía que así lo habían hecho en el delta del Nilo los faraones egipcios en el pasado, utilizando al pueblo egipcio como mano de obra ultraeconómica obediente a sus sacerdotes y también utilizando de la misma forma a los mismos israelitas a los que luego de la muerte de José esclavizaron y obligaron a edificar para el Faraón las ciudades de Pitom y Ramsés. Siguiendo el método religioso/constructivo egipcio . así lo hizo Salomón en Jerusalen a fin de obtener que un pueblo profundamente religioso como el israelita no pudiera objetar ni cuestionar los altos costos de mantener sin necesidad alguna una monarquía fastuosa equipada como para sostener hipotéticas, ficticias y permanentes guerras, en tiempos de paz.(Hoy en el siglo XXI la estrategia diseñada para mantener en funcionamiento sin necesidad alguna un oneroso complejo industrial/militar y así poder estar en permanentes hipótesis de conflictos en tiempos de paz es la lucha contra el terrorismo, para lo cual, lógicamente, primero hay que “fabricar” un terrorismo).
Êl, el rey de Israel, construiría una casa para Dios en Jerusalén y el pueblo aportaría gratis la mano de obra necesaria para la misma, además de los gastos de mantenimiento de la Corte del Rey. A fin de que no hubiera ningún tipo de dudas al respecto, los leales escribas reales de Salomón (tradición yahvista), que también formaban parte de la Corte del Rey, comenzaron a escribir el Pentateuco, el “Libro”, el Antiguo Testamento o Torá, y se encargaron de colocar detalladamente como mandato de Yahveh, el Dios de Israel, al rey David, padre del rey Salomón, que su hijo Salomón sería el elegido de Yahveh-Dios para suceder en el trono a su padre David y el elegido por Yahveh-Dios para construír el Templo de Jerusalen y que todos los jefes de Israel deberían obedecer a Salomón sin chistar De esta ingeniosa manera, los trabajos de construcción del Templo cubrirían también los gastos y los costos de la Corte de Salomón y no podrían ser objetados por el pueblo ni por los jefes de las tribus de Israel, ya que la construcción del Templo era un mandato escrito de Yahveh, Dios de Israel y todos debían obedecer.
El rey Salomón poseía “toda la sabiduría de Egipto” y poseía también toda la información de Egipto, y dentro de ella conocía el proceder de antiguos sacerdotes egipcios miembros de una secta llamada “El Ojo de Horus”, secta que había diseñado y perfeccionado un ingenioso mecanismo de escamoteo y sustitución para gobernar detrás de la figura, sólo decorativa, del Faraón. Este mecanismo consistía primero en divinizar la persona del Faraón como la de un Dios todopoderoso , de tal manera que no obedecerlo significara una terrible ofensa a los dioses, segundo en ocultar (escamoteo) su propia presencia como dueños del poder real de los ojos de los súbditos egipcios haciendo creer a todos que su actividad como sacerdotes era única y específicamente religiosa y tercero en reemplazar (sustitución) su propia presencia como dueños del poder real por la presencia del Faraón divinizado, al que todos deberían venerar y obedecer y del cual ellos eran sólo asesores religiosos y voceros (oráculos). De esta sencilla manera los sacerdotes egipcios nucleados en “El ojo de Horus” gobernaban detrás del Trono.
Este mecanismo de escamoteo y sustitución exigía algunas medidas de gobierno adicionales para poder ser aplicado con éxito, tal como la necesidad de mantener al pueblo ocupado (sin pensar) en obras públicas de manera obligatoria y forzada para maximizar el control sobre el mismo, evitar desviaciones y obtener recursos para mantener la magnificancia del Faraón- Dios, de su Corte y de los sacerdotes del Ojo de Horus, el poder real. También exigía controlar los recursos del país (los sacerdotes manejaban detrás del Faraón-Dios los vitales depósitos de granos de Egipto y el control de sus existencias) y también exigía poseer las fuerzas armadas más poderosas de la zona y de la época a fin de permitir la continuidad (la continuidad es un aspecto esencial del poder) del Ojo de Horus en el ejercicio del poder real, continuidad que los sacerdotes se aseguraban transmitiéndose instrucciones entre ellos mismos generación tras generación, mientras pasaban uno tras otro, sin pena ni gloria, los Faraones-Dioses..
En concordancia con este sistema egipcio de gobierno, el poder detrás del Trono, Salomón proyectó entonces la construcción de un grandioso Templo para Yahveh, el Dios de Israel, y de paso, dado que el truco funcionaba , le agregó una serie de edificios adyacentes que no tenían ninguna relación con la religión, entre los que figuraban la Casa de los Bosques del Líbano, así llamada por sus finísimas columnas de madera de cedro, la Sala de las Columnas, dotada con un amplio pórtico, la Sala del Trono, desde donde el rey administraba justicia y el propio Palacio Real, donde el rey vivía con sus esposas.
Salomón gobernaría entonces detrás de la figura de Yahveh- Dios (que en esta estrategia aggiornada a la idiosincracia del pueblo de Israel reemplazaba al Faraón-Dios de los egipcios), cumpliendo con las “instrucciones” dadas por Yahveh- Dios a su padre David ( “instrucciones” prolijamente escritas por los propios escribas de la Corte de Salomón). Los ciudadanos israelitas, creyendo obedecer a Yahveh-Dios y a los mandatos por escrito de Yahveh-Dios (cuidadosamente detallados por los escribas de Salomón.) obedecían en realidad a Salomón y a sus escribas, el establishment de la época, tal como los egipcios creyendo obedecer al Faraón-Dios obedecían en realidad a los sacerdotes del Ojo de Horus, que gobernaban detrás del Trono. ( parte de estos escritos fueron hallados más de trescientos años más tarde en la provincia de Samaria, en el Reino del Norte; por los sacerdotes y levitas de Josías, rey de Jerusalén en 622 aC, y debidamente compaginados y editados integraron la Biblia como Reyes 1 y 2) . Salomón gobernaba entonces detrás del Altar, por voluntad escrita del Altar. Un verdadero genio.
Los sacerdotes egipcios del “Ojo de Horus” habían determinado hacía muchos años que ese era el mejor y más seguro (para ellos) sistema de gobierno, sistema que permitía la continuidad, aspecto indispensable del poder real y concreto. El Poder detrás del Trono. Y si el Poder que apuntalaba el Trono era además un poder que pudiera “ venderse” como trascendente y/o místico, alguna especie de divinidad en la que creyeran los súbditos, tanto mejor. Y Salomón tenía “toda la sabiduría de Egipto”.
A efectos de evitar que en un futura próximo o lejano se produjeran desviaciones no deseadas, Salomón nombró Sumo Sacerdote del nuevo Templo al sacerdote Sadoq ,descendiente de Aarón, y estableció un requisito en forma de ley no escrita (requisito que luego se transformaría en una tradición permanente de Israel) que indicaba que era Yahveh-Dios en persona el que le había confiado el cuidado del Templo a Sadoq a través de Aarón y según el cual todo candidato a Sumo Sacerdote del Templo, para ser considerado legítimo, debía pertenecer a la familia de Sadoq. De esta ingeniosa y astuta manera Salomón se aseguró en forma definitiva y permanente la lealtad de la familias sacerdotales al Rey , familias sacerdotales que a partir de la edificación del Templo tomaron en el reino de Israel funciones equivalentes a las de una Suprema Corte de Justicia actual El Altar subordinado al Trono, ejemplo y estrategia que 2.600 años más tarde seguiría fielmente el excomulgado rey Enrique VIII de Inglaterra al declarar a la Iglesia de Inglaterra no subordinada al Papa sino subordinada a la Corona Británica. Ambos monarcas verdaderos modelos de profunda y sincera espiritualidad.
La construcción del Templo comenzó durante el cuarto año del reinado de Salomón (974 aC) y finalizó en el undécimo, luego de siete años de duros trabajos. El resto de los palacios llevó trece años más. En total, veinte años de esfuerzos y de sacrificios exclusivamente a cargo del pueblo de Israel. Para estas labores recurrió Salomón a un sistema de levas forzosas (trabajos forzados) impuestas a los ciudadanos, los que debían trabajar gratuitamente para el rey y su Corte en condiciones casi de esclavos.
Miles y miles de israelitas se vieron arrancados de sus familias y organizados compulsivamente en brigadas de trabajo de tres clases : 30.000 transportaban los materiales de construcción, 70.000 los cargaban y 80.000 picaban las piedras en las canteras (las piedras empleadas en los cimientos de los edificios medían entre 4 y 5 metros de largo y debían ser cortadas, talladas, emparejadas y transportadas hasta el lugar elegido para las construcciones). A las órdenes de 3.300 capataces, los israelitas obreros del rey trabajaban un mes y luego descansaban dos en sus casas, según el sistema de rotaciones egipcio.
La situación se volvió dramática cuando en las nuevas construcciones se comenzó a emplear materiales y mano de obra calificada proveniente del exterior. Salomón decidió utilizar madera de cedro, imposible de hallar en Israel, cuyo monopolio comercial lo tenía Hiram, el rey de la ciudad portuaria de Tiro, Fenicia. Salomón comenzó a importar cedros y la mano de obra especializada para trabajarlos (carpinteros) y se comprometió a suministrar en pago provisiones y productos agropecuarios, que era la única riqueza de los israelitas. Es difícil calcular con precisión cuánta madera importó Salomón, pero lo que no es difícil saber, porque fue registrado en la Torá, es el monto de los pagos de esta deuda externa efectuados por Salomón a Hiram : Tiro recibía de Israel cada año 8 toneladas de trigo y 8.000 litros de aceite de oliva de primera calidad obtenido de aceitunas no aplastadas del todo sino apenas prensadas.
Pero el sufrido pueblo de Israel no sólo cargaba con los pagos de esta Deuda Nacional de Israel sino que además debía seguir manteniendo a la Corte del rey Salomón que era la que generaba esta Deuda Nacional con su programa de construcciones religiosas según “mandato” de Yahveh-Dios. Según indica el A.T. cada día el pueblo de Israel le entregaba a los recaudadores de la Corte 12 toneladas de harina especial y 24 toneladas de harina común (casi 4.400 toneladas de harina especial y casi 9.000 toneladas de harina común por año, durante veinte años). Por si esto fuera poco, el consumo diario de carne de la Corte de Salomón (la carne era un verdadero lujo en esos tiempos en Israel) era de diez bueyes bien engordados, veinte bueyes criados con pasto y cien ovejas, aparte de los venados, gacelas, ciervos y de las aves cebadas de las que el A.T. no suministra datos cuantitativos, o sea 11.000 bueyes y 37.000 ovejas al año para mantener el aparato estatal de Israel, del cual formaban parte, como señala el Pentateuco, los escribas de la corte del rey Salomón , incluído el escriba “inspirado por Yahveh-Dios”, el encargado de redactar la Torá que, según creen los biblistas del siglo XXI, era sólo uno de ellos. Todos ellos vivieron a cuerpo de rey en la corte de Salomón , jamás participaron de las construcciones ni de trabajo físico alguno ni tuvieron que trabajar para vivir y jamás se les ocurrió escribir cosas “inconvenientes” que pudieran hacer peligrar su buen vivir. Según terminología moderna, las 13.000 toneladas de harina y las 48.000 cabezas de ganado serían la recaudación impositiva anual y las 8.000 toneladas de trigo y los 8.000 litros de aceite serían el superavit primario a obtener para pagar la deuda externa. Tal como también sucede en la Argentina siglo XXI, el pueblo empobrecido y esquilmado por una minoría (establishment) que vivía bien a sus expensas era el único que representaba el papel de estúpido.
Salomón recaudaba todos estos tributos mediante una eficiente administración fiscal . Había dividido el país en doce distritos tributarios con doce gobernadores al frente y un sistema de coparticipación federal por medio del cual cada uno de estos distritos por mes se hacía cargo de mantener el Palacio Real y la Corte de Salomón. No obstante ello, sólo el territorio del Norte estaba incluído en los distritos, en los impuestos, en los superavits primarios y en las levas de trabajos forzados, o sea en los gastos de mantenimiento de la Corte, de las construcciones religiosas y no religiosas y en los pagos de la deuda externa. Por el contrario, la zona Sur, de donde provenía el monarca, se hallaba exenta de todo esto y, para disimular un poco, en ella también se hacía una leva pero sólo para proveer soldados al reino. Soldados que por ser tiempos de paz, la pasaban mucho mejor que sus conciudadanos del Norte. Por si esto fuera poco, del Sur salían los 3.300 capataces para controlar el trabajo de los israelitas del Norte.
Salomón construyó también un puerto, llamado Esyon Gueber, al sur, en el Mar Rojo. Conocedor de los secretos financieros de los sumerios, necesitaba oro y plata para poder emularlos y crear una sólida base monetaria inicial de respaldo para la emisión de los certificados de depósito y en Palestina no había metales preciosos. Contrató entonces los servicios de especialistas fenicios para construír barcos y para que les dieran clases de navegación a los hebreos y así poder armar una flota, a efectos de iniciar actividades comerciales de ultramar. Con las nuevas embarcaciones construídas con más madera importada y tripuladas por israelitas guiados por marineros fenicios, se inició una intensa actividad comercial por los mares del sur, a costo de un incremento adicional de la deuda externa de Israel.
En su primer viaje rumbearon hacia Ofir, una localidad hoy desconocida pero que en aquel tiempo tenía fama de contar con el oro de la mejor calidad. La cantidad de metal precioso traído por la flota de Salomón fue asombrosa : 420 talentos de oro (unos 15.000 kgr). También trajeron madera de sándalo, piedras preciosas, plata, marfil, monos y pavos reales (ninguno de ellos artículos de primere necesidad). Todos estos productos fueron pagados con los únicos recursos de que disponía Salomón : los productos agropecuarios de las tribus del Norte. La actividad marítima de Salomón significó más tributos al Norte.
Otra fuente de exacciones forzosas a las tribus del norte de Israel fueron los gastos militares de la Monarquía, ya que el equipamiento militar del reino de Israel de esa época era importado. .Salomón importaba los carros de guerra de Egipto y los caballos para los mismos de Cilicia, en Asia Menor. Cada carro de guerra (llegó a tener 1.400) costaba al tesoro real 600 siclos de plata (7 kgr de plata) y cada caballo (llegó a tener 12.000) 150 siclos de plata (2 kgr de plata). El eficiente sistema recaudador de tributos (impuestos, la AFIP del reino) direccionado exclusivamente a las tribus del Norte, pagaba todo. Lo más increíble de este enorme presupuesto militar era que no había hipótesis de conflictos creíbles.
Cuando Salomón finalizó con sus obras públicas, aprovechó las levas del Norte para ocuparlas en otras tareas y rellenó el inmenso valle que separaba la ciudad de Jerusalén de la colina del Templo, levantó las murallas de Jerusalén, fortificó otras varias ciudades del interior, construyó miles de caballerizas y guarniciones para sus tropas (del Sur) , remodeló los depósitos para los productos recibidos como tributos (impuestos) y finalmente, como una cruel burla a la candidez religiosa de sus súbditos en función de la cual los gobernaba (ni Sadoq ni sus sacerdotes protestaron ni se opusieron y ninguno de ellos recibió ningún “mensaje” en contra de Yahveh-Dios) edificó los santuarios paganos para los dioses extranjeros de sus esposas de las que llegó a poseer un harén de setecientas, a las que debían agregarse trescientas concubinas oficiales. El trabajo forzoso de las tribus israelitas del Norte pagaba todo.
Al finalizar todo este increíble proceso, la deuda externa de Salomón con el rey de Tiro era tan grande que no podía pagarse. Y como pago y para saldar esta deuda Salomón creyó oportuno entregarle nada menos que 20 ciudades israelitas localizadas en Galilea, en el norte de Israel, ciudades que participaron de las levas, de los trabajos forzados y de los tributos para sostener los gastos del Rey Salomón, los gastos de su Corte (el establishment) y los gastos del complejo militar (equipos importados y sueldos del personal militar, sus afortunados conciudadanos del Sur) y que como corolario de sus desgracias y por haber obedecido a su rey y por haber ingenuamente creído lo que un escriba “inspirado por Yahveh-Dios” de la Corte de Salomón, pagado y mantenido por el mismo rey Salomón había escrito en un nuevo libro que sería luego llamado Pentateuco o Torá, que Yahveh, el Dios de Israel, su propio Dios, había ordenado a Salomón, su propio rey, edificar su Templo , dejaron de ser israelitas y fueron entregados como simples mercancías por su propio rey Salomón, como pago de sus propias deudas a los fenicios (esperemos que no pase lo mismo con la deuda externa de la Argentina y con la Patagonia).
Cabe destacar que en ningún lugar de los libros sagrados Reyes I y II se dice que Yahveh-Dios se haya opuesto a esta operatoria de Salomón de vender a reyes profanos que no creían en Yahveh-Dios nada menos que 20 ciudades israelitas cuyos habitantes sí eran creyentes de Yahveh-Dios ni de que haya recriminado a Salomón en algún momento, a pesar de la flúida comunicación que Yahveh-Dios mantenía con el rey Salomón. Es evidente que los escribas de Salomón (y mucho menos el “escriba inspirado”) los primeros que comenzaron a escribir el Pentateuco o Torá, no tenían ninguna intención de contradecir ni de criticar los actos de gobierno del Rey, ni siquiera a través de sus escritos poniendo palabras inconvenientes en la boca de “Yahveh- Dios”. El miedo no es zonzo. Es por eso que hemos dicho que:
El vivo vive del zonzo y el zonzo de su trabajo. Esta ha sido una gran verdad en todos los tiempos.
Con la muerte de Salomón “toda la sabiduría de Egipto” (y la de Sumeria) se perdió, como hemos dicho, y aparentemente para no recuperarse jamás. Sin embargo, como sucede en las películas de terror y de ciencia ficción donde parece que el monstruo se muere pero queda una larva o un huevo,... (o a veces más de una larva o más de un huevo) años más tarde nos encontramos nuevamente con “toda la sabiduría de Egipto” (banca + religión) ahora en la Europa de comienzos del siglo XII. ¿Qué fue lo que sucedió? Sumerjámonos nuevamente en el viejo arcón de la Historia y busquemos en él los datos que nos permita averiguarlo (Continuará).
Héctor Bardi