El escenario de cambios radicales que propicia el actual gobierno, –como no había sucedido nunca antes-, exige someter nuestra mente a ciertos conceptos filosóficos que a veces parecen de perfecta inutilidad y resultan bastante ajenos al hombre del común.
Son los que ayudan a comprender que la civilización ha probado que está movida casi siempre por una firme voluntad de convivencia y realismo, desplazando la disociación de cierto tipo de barbarie conceptual a la que parecen entregados muchos políticos argentinos impresentables.
Los mismos que hoy lucen absortos por el cambio que se está produciendo en el ánimo de mucha gente e intentan seguir aferrados a discursos socializantes y “pobristas”, revelando la incomodidad y desesperación que les producen acontecimientos que los tienen contra las cuerdas.
Y también a muchos periodistas que tratan de “ilustrar” a la sociedad sobre lo que ocurre, con la perplejidad que les ocasionan los fundamentos de un régimen de libertad desconocido para ellos que les dificulta hilar el relato al que estaban acostumbrados.
Ya hemos calificado a Javier Milei antes de ahora, como una aparición impensada y muy resonante que ha despertado la conciencia de una muchedumbre asqueada y harta de los fracasos colectivos. Toda una novedad para quienes fueron sometidos por años al poder de oligarquías enquistadas en las instituciones gubernamentales y hoy comienzan a abrazarse a una nueva esperanza.
Mientras esto ocurre, nos preguntamos: ¿no es sorprendente que el nuevo Presidente gane cada día más adeptos a su manera de pensar y ejecutar la tarea de gobierno llamando a las cosas por su nombre y obteniendo resultados resonantes en su tarea?
¿Es criticable que se defienda por X-twiter u otros medios tecnológicos de quienes atacan un discurso que, en líneas generales, carece de fisuras conceptuales graves?
Los resultados obtenidos hasta ahora han sido espectaculares. Y han coronado el fin de año más pacífico de los últimos 20, sin las manifestaciones callejeras turbulentas de quienes, aún en medio del “apretón” que sufren en el ámbito de su economía personal, perciben una tenue luz al final del túnel y así lo manifiestan.
Milei ha “descarnado” además los vicios y tropelías cometidas en la función pública hasta hoy, poniendo en evidencia las vinculaciones espurias entre la política y las organizaciones sociales. Y el océano de subvenciones y subsidios pésimamente otorgados durante años por supuestos “benefactores” integrantes de la plantilla estatal, que entregaban los mismos a organizaciones de las que ellos mismos formaban parte.
Es claro que el economista (y bastante hábil político) en ejercicio del PE, trata de imponer una nueva consigna: la sociedad debe volver a pensarse a sí misma despojándose de atavismos, eufemismos y voluntarismos absurdos, si quiere retornar a la senda del progreso y el desarrollo.
¿Quién puede estar en desacuerdo con él en este aspecto? ¿No resulta beneficiosa la aparición de un líder que parece tener las agallas para recordarlo con énfasis, mientras ejecuta un programa distinto a los que nos llevaron a la postración?
¿Es posible seguir creyendo que con el “voulez-vous” demagógico e ineficiente de siempre podríamos salir del magma en el que estamos sumergidos?
Mientras tanto, y entre otras hechos positivos, hemos terminado el primer año mileísta sin déficit fiscal y con equilibrio en las cuentas públicas, después de más de cien años de gobiernos que “socializaron” la economía mediante falacias discursivas que volvieron pobres a un 50% de los argentinos.
En cualquier caso, el futuro es otro presente…a ser vivido cuando llegue; y deberíamos descreer de los agoreros que se destacan siempre por inspirar temores, sin tener en cuenta una advertencia de Sir Winston Churchill: “me pasé más de 50 años de mi vida previendo acontecimientos que nunca sucedieron”.
A buen entendedor, pocas palabras.