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“Todo eso no sirve, Donald…”

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Milei y los aranceles en EEUU.
Milei y los aranceles en EEUU.

Entre los siglos XV y XVII la práctica económica más extendida en Europa era los que más tarde recibió el nombre de “mercantilismo”.

 

En aquella época del mundo los tiempos parecían correr más lentamente y una práctica económica podía durar mucho más tiempo de lo que duran hoy en día.

Del mismo modo la denominación de la práctica apareció luego de que esta ya hubiera completado gran parte del recorrido de su propia influencia en Europa.

Lo cierto es que esta idea, que dominó la escena durante tanto tiempo, consistió en una serie de medidas que se centraron en tres ámbitos: las relaciones entre el poder político y la actividad económica, la intervención del Estado en la economía y el control de la moneda.

Estas medidas tendieron a la regulación económica, a la unificación del mercado interno, al crecimiento de la población, al aumento de la producción propia (controlando recursos naturales y mercados exteriores e interiores, protegiendo la producción local de la competencia extranjera, subsidiando empresas privadas y creando monopolios privilegiados) a la imposición de aranceles a los productos extranjeros y al incremento de la oferta monetaria (mediante la prohibición de exportar metales preciosos y la acuñación inflacionaria).Todo esto supuestamente tendía a lograr la multiplicación de los ingresos fiscales, para, de ese modo, alcanzar la formación de un Estado-nación lo más fuerte posible.

La aparición de los economistas clásicos en Gran Bretaña -con Adam Smith a la cabeza- y de la Escuela Histórica de Economía en Alemania, poco a poco fueron destruyendo las bases teóricas del mercantilismo hasta que éste prácticamente desapareció, tal como se lo había conocido, hacia finales del siglo XIX.

Uno de los exponentes más cercanos en el tiempo de la aplicación de al menos algunos de los principios del mercantilismo fue el presidente norteamericano William McKinley que gobernó desde Washington entre 1897 y 1901 cuando fue asesinado por un anarquista a los pocos meses de comenzar su segundo mandato, después de ser reelecto.

McKinley aplicó una dura política de aranceles porque creía que esa era la mejor manera de proteger las manufacturas norteamericanas y estaba convencido de que EEUU debía tener balanza comercial positiva con todos los países, es decir lograrle vender a los demás más de lo que los demás le vendían a los EEUU.

El presidente incluso coqueteó con la idea de anexar Canadá y mandó a su Secretario de Estado James Blaine a operar esa posibilidad usando los aranceles como herramienta de amenaza bajo el argumento de que no quería que el vecino del norte complicara la competencia en el mercado de la pesca y la madera.

Finalmente, aquella estrategia fracasó y, en mucha medida, se volvió contra los EEUU, porque como efectivamente McKinley aplicó aranceles diferenciales para productos fabricados en Canadá, muchas empresas norteamericanas abrieron filiales en ese país para producir allí y con eso evitar el sobrecosto causado por los derechos de importación impuestos por Washington.

Es obvio que, con esta introducción, estoy queriendo resaltar los notables puntos de contacto de las políticas del presidente Trump con concepciones tan antiguas que parecían ya no tener lugar en las conversaciones económicas del mundo actual.

En efecto, el presidente norteamericano que asumió hace menos de un mes amanece todos los días con la imposición de un arancel nuevo. Más allá de las simpatías personales mutuas entre Trump y el presidente Javier Milei, desde estas mismas columnas advertíamos que las profundas diferencias entre ambos respecto de las concepciones económicas, podían producir puntos de discrepancia y de alteración en la relación bilateral.

La Argentina ha tenido un déficit comercial histórico con los EEUU que data, casi diría yo, desde siempre porque el país ha comprado allí consistentemente más de lo que ha vendido. Esa tendencia histórica se rompió levemente en 2024 debido a la notoria recesión de la actividad interna debido al necesario ajuste que reclamaban las cuentas internas.

Ese dato fue suficiente para que una línea demasiado rudimentaria trazada por la administración Trump (que dividió a los países según tuvieran déficit o superávit con los EEUU en 2024) dejara a la Argentina del lado de los “castigados” con la imposición de aranceles -en este caso para la industria siderúrgica- que afectará recursos por $600 millones de dólares.

Llama la atención el grosor de la brocha con la que Trump clasifica a los países sin tener en cuenta ni los ciclos históricos ni las condiciones puntuales de 2024.

También, por supuesto, la pretensión de replicar las políticas de McKinley sin tener en cuenta el contexto histórico de ambas épocas y el hecho de que, aun en aquellos tiempos, la movida terminó siendo incluso mala para los propios EEUU.

Trump reivindica a McKinley en todo. Una de las primeras medidas que tomó fue volver a llamar a la montaña más alta del país con el nombre del presidente asesinado. Es cierto que el ahora Mount McKinley (que se encuentra en Alaska) llevó históricamente ese nombre hasta que en 2013 el presidente Obama lo cambió por Mount Denali, en reconocimiento a los pueblos indígenas originarios. Pero el simbolismo confirma el rumbo.

Durante la presidencia McKinley los EEUU salieron airosos de la Guerra Hispano-Americana y como resultado de ello incorporaron Puerto Rico, Guam y las Filipinas y lograron que España reconociera la independencia de Cuba que quedó bajo el protectorado de Washington hasta 1902. Puerto Rico y Guam siguen siendo hasta hoy territorios norteamericanos.

Trump ahora reeditó la idea de anexar Canadá. También quiere comprarle Groenlandia a Dinamarca y recuperar el control operativo del Canal de Panamá que Jimmy Carter le había entregado a Panamá. Su argumento es que el presidente fallecido hace poco a los 100 años, le dio el control sobre el canal, justamente, a Panamá y no a China que, a su juicio, es quien lo opera en condiciones gravosas para los barcos norteamericanos.

Las políticas de McKinley tuvieron algún éxito de corto plazo respecto de los objetivos perseguidos por aquel presidente bajo las circunstancias de aquellos años. Hoy, visto en retrospectiva, el saldo de aplicar aquella concepción fue muy negativo. No obstante, Trump parece fascinado por la idea.

Los presidentes Milei y Trump se reunirán en los próximos días aprovechando que ambos participaran de una reunión mundial conservadora. ¿Podrá la simpatía mutua tener alguna influencia sobre las decisiones de Washington?

Hay un antecedente. Durante la presidencia de Mauricio Macri -que cultivaba incluso una relación personal más antigua con Trump que la que tiene Milei- los EEUU también aplicaron aranceles a la importación de limón argentino. En esa ocasión Macri pudo lograr que la situación fuera reconsiderada y los aranceles fueron levantados con el consecuente alivio para la economía regional del norte (fundamentalmente de Tucumán) para quien la colocación de esa producción era muy importante. Habrá que ver si esta vez ocurre lo mismo.

Pero quizás Milei (por obvias razones) no pueda decirle a Trump lo que seguramente siente y lo que correspondería: “Mirá Donald, querido, toda esa basura de restringir el comercio, en el fondo, no sirve para nada”.

 

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