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Tiros al pie (II)

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Milei la viene pifiando.
Milei la viene pifiando.

El presidente hablará esta noche para aclarar. No son buenas las aclaraciones. Por supuesto son mejores que las oscuridades, pero si hay necesidad de aclarar es porque algo fue confuso o, justamente, poco claro.

 

El margen que tiene la Argentina con las cuestiones poco claras es, de por sí, escaso. Pero el margen que tiene un presidente que encara una reforma contracultural de dimensiones inmensas (si se compara el contraste de lo que fueron las posiciones argentinas habituales en una serie de terrenos que van desde la economía hasta las relaciones exteriores y desde la las teorías que explican la delincuencia hasta la interpretación de la Constitución) es aun menor.

En ese estrecho desfiladero se tiene que mover el presidente. No tiene los lujos que da el espacio: un pie afuera del sendero y se desbarrancará.

Esa caída la esperan muchos. Algunos porque el nuevo enfoque acerca de cómo ganarse la vida en la Argentina pone en peligro sus yeites fáciles; otros porque el presidente levanta tantas antipatías por sus formas que no ven la hora de verlo en las malas (aunque eso implique la ruina del país y la vuelta del delito al gobierno); otros porque admitir el éxito real de una práctica económica que aborrecen les causa nauseas; otros porque sencillamente no lo tragan sin más trámite y otros porque fueron víctimas de tantos sarcasmos que no veían la hora de tener una ficha para devolver la estocada.

Aunque tengas razón, subirte al pony de la infalibilidad te condena a la perfección y la perfección no existe porque si existiera sería susceptible de ser alcanzada por el camino de seguir un plan centralizadamente trazado y eso es, paradójicamente, todo lo que el presidente desprecia (y esta bien que desprecie).

En este escenario el presidente debe cuidarse de todo. Su estado de alerta debe ser máximo 24/7. Ese solo dato basta para probar que no es un ciudadano común, porque los ciudadanos comunes pueden relajarse en algún momento y eso no causará ninguna catástrofe.

El presidente Milei -quizás por su innato aborrecimiento del Estado- tiene la tendencia a considerarse una especie de capitán de un equipo de consultores que fue contratado por una empresa para sanearla y hacerla competitiva.

Es cierto que, en parte, su tarea consiste en eso. Pero la diferencia radica en que, cuando el capitán de un equipo de consultores contratado por una empresa termina por el día su trabajo, puede postear una recomendación en X y las consecuencias de su posteo no moverán el amperímetro público. 

En cambio cuando Javier Milei postea algo lo que sigue, muchas veces es una revolución. A veces la revolución pone en evidencia cuestiones positivas que retroalimentan la marcha del gobierno. Pero otras le pega un tiro a una muy delgada e inasible línea de flotación que lleva el nombre de confianza.

Recibir un impacto allí para un hombre que se propone echar las bases de un país diferente, fundado en cimientos que tienen (la mayoría de las veces) un signo contrario a las tradiciones ancestrales de la Argentina, es tan peligroso para el objetivo de alcazar el éxito de su empresa que ningún cuidado es menor, ninguna precaución debería despreciarse.

Sin embargo, la propia lógica de la idea de fondo (transformar a la Argentina en un país que piense con una cabeza distinta a la de antes) requiere de una audacia que, muchas veces, es contradictoria con las características generales de la “precaución”: es muy posible que un “precavido” no hubiera intentado la reforma que intenta Milei y, paradójicamente, es muy posible también que sin precaución de parte del capitán la reforma que intenta naufrague, víctima de descuidos originados en lo que cualquiera podría definir como otra faceta de su audacia.

El episodio del viernes ocurre, para colmo, en un terreno del que Milei alardea: la economía y las opciones financieras. Un error ahi es equivalente a que a Messi le pinten la cara en un partido de uno contra uno. Ese es el mayor peligro de lo que pasó: que se haya probado la falibilidad de un hombre que, en materia económica, se daba el lujo de hablar con una superioridad que parecía incuestionable.

Para ser franco, las discusiones en las que se debate alrededor de los costados legales del tema me preocupan menos. No digo que no sean importantes. Digo que, a mi criterio, no son TAN importantes como que al presidente se le empiecen a animar en un terreno en el que venía pegando sopapos casi a voluntad.

Y digo esto con independencia de que $Libra mañana rebote y quienes se quedaron allí no solo recuperen lo que perdieron sino que se vuelvan millonarios: que el presidente haya recomendado personalmente una inversión no debería entrar dentro de lo que definiríamos como “tener la audacia que se precisa para hacer lo que hay que hacer”. Se puede ser audaz para eso (como, en mi criterio, es audaz Javier Milei) y, sin embargo, tener la precaución de no promocionar un sitio de inversiones que, sin ir más lejos, trabaja con el servidor de correos electrónicos de Google… Una presentación demasiado básica como para que sea seria. Es cierto que el presidente, entre otras cosas, promueve un modelo de país en el que cada individuo sea responsable por las decisiones que toma. Pero cuando esas decisiones aparecen influenciadas por la opinión de un experto como él, las responsabilidades pueden verse acotadas.

A ver: sé que con ese criterio nadie hubiera confiado en una empresa de computadoras que nació en un garaje. Pero quien tuvo confianza en Steve Jobs en aquellos días la tuvo porque su propia intuición lo habrá llevado a ver que allí había futuro, no porque Nixon dijo públicamente “hay un chico en California que está dando en el clavo: apuesten por él”`

Es imposible no echar un párrafo también sobre quienes fundieron todo y ahora están alarmados como si fueran la Madre Teresa de Calcuta: es como si Ricardo Barreda emitiera una declaración pública completamente espantado por la proliferación de la violencia de género.

Desde Cristina Kirchner -que tiene probado haberle robado a los argentinos (en un solo caso investigado) 1000 millones de dólares- hasta Axel Kicillof, que entre YPF, Club de Paris, Repsol y los juicios perdidos en Ciadi le costó a los argentinos casi 40 mil millones de dólares, la lista de impresentables que ahora aparece dieron es interminable.

La resistencia a las reformas que el presidente encara tiene de por sí suficiente combustible como para que el propio gobierno se convierta en su estación de servicio. Evitar todo estos tiros en el pie, innecesarios, que siembran dudas, que plantean la necesidad de dar explicaciones y que sabotean un camino suficientemente complicado -porque va en sentido contrario de lo que nos indican las costumbres tienen raíces de mas de 4 siglos- es absolutamente necesario. Es imperioso.

Algunos podrán estar contentos hoy porque por fin, su adversario, les regaló un penal  innecesario cuando no había ni motivos para cometerlo ni nada que, en lo inmediato, complicara el control del partido. 

Milei era arquero. Pero en este caso ni siquiera sirve de mucho que ataje el penal: el daño subliminal que produjo la infracción es muy superior al daño puntual de la infracción en sí. Solo el tiempo podrá entregar la respuesta respecto de cuánto se perjudicaron el equipo y el plan de juego.

 

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