Hay determinadas circunstancias frente a las que todas las consideraciones objetivas mueren y en las que solo queda una especie de “fe”, que no es fácilmente explicable con palabras (si bien responde a diversos antecedentes que sí son susceptibles de ser desentrañados racionalmente) pero que es la que, finalmente, inclinará la balanza hacia un lado o hacia otro cuando se trate de fijar una posición o tomar una postura frente a un hecho publico.
Me parece que lo que ocurrió con la famosa difusión por parte del presidente de la moneda cripto $Libra, va camino de convertirse en una de esas cuestiones.
Dicho en palabras simples, creo que cada uno se terminará posicionado frente a lo ocurrido de acuerdo a la postura que sobre Javier Milei tuviera ANTES del hecho y no porque el hecho en sí haya entregado una novedad disruptiva que hubiera hecho variar en un sentido o en otro ese posicionamiento anterior.
El idioma español tiene preparada una palabra aplicable a estas situaciones. Se trata de la palabra “prejuicio”, es decir, justamente, un juicio anterior que la persona ya tenía formado respecto de una idea, de un hecho o sobre otra persona.
A su vez hay personas que, por sus formas, ideas o procederes tienen la virtualidad de hacer que los demás tomen posturas poco menos que inmediatas respecto de ellas.
Javier MIlei es una de esas personas. Su irrupción publica, el conjunto de ideas que encarna, las maneras de expresarse y hasta las formas exteriores de su persona parecería que impulsan a los demás a tomar partido rápidamente a favor o en contra de él.
Creo que lo que está ocurriendo desde el viernes con las reacciones que produjo el episodio del posteo sobre $Libra esta gobernado por esta lógica del prejuicio.
Quienes YA no tragaban a Milei (por las razones que fuese) encontraron en lo sucedido una excusa perfecta para iniciar una nueva y salvaje ola de ataques. Y quienes YA tenían simpatía por el presidente o creen que Milei encarna el tipo de cambio que el país precisa han salido a bancarlo y a defenderlo.
En ese contexto es por supuesto difícil no ser encasillado en uno u otro bando según sea lo que uno diga. Quizás esto se deba a que el kirchnerismo hace muchos años introdujo en la sociedad una lógica de enfrentamiento con las características de amigo/enemigo que se ha esparcido como una enorme mancha de aceite que no ha dejado rincón por invadir.
Sin perjuicio de ello, yo soy, sin embargo, uno de los que cree que para un puñado pequeño de cuestiones no existe (no debe existir) lo que aquí se ha dado en llamar hipócritamente “la ancha avenida del medio”. No hay “ancha avenida del medio” entre el bien y el mal, entre la libertad y la servidumbre o entre el libre albedrío y la vida digitada por terceros: allí no debe haber ‘ancha avenida del medio” porque no se puede vivir promediando entre el bien y el mal, entre la libertad y la servidumbre o buscando un sistema mixto que se instale entre el libre albedrío y la vida centralmente digitada. En esos terrenos la vida DEBE ser binaria.
Pero cuando la existencia deja las alturas en donde se discuten esas abstracciones decisivas y baja a los pormenores prosaicos de la cotidianidad sí aparecen millones de costados que son susceptibles de ser tomados con variantes, independientemente de las posturas que uno tenga respecto de aquellos grandes principios en los que sí se exige tomar partido en términos de “blanco” o “negro”.
Puesto lo que ocurrió el viernes en este nuevo sendero que lo independiza de las discusiones binarias, las posturas de cada uno dependerán mucho de cuestiones tan inasibles como por ejemplo la credibilidad: en la instancia última de la decision uno le creerá al presidente según sea si el presidente le parece creíble o no.
¿Puede esa opinión final estar influida por el arrastre mental que uno ya tenia configurado en la cabeza? Y… sí. ¿Está bien eso? Y… no.
Si esto es así, no creo, francamente, que lo que ocurrió el viernes vaya a producir un efecto trascendental en la consideración social del presidente. Poco menos que los que lo apoyaban lo seguirán apoyando y los que se oponían a él se seguirán oponiendo.
¿Qué ocurrirá con los que comparten con el presidente el sesgo que él quiere darle al país -libertad, mérito, responsabilidad individual (lo que los americanos llaman “accountability” y que, sugestivamente, no tiene una traducción española de esas que nos dejen conformes), apertura, integración mundial- pero que no le aguantan sus modales? Y… es muy posible que tampoco haya cambios allí: esa gente seguirá aspirando a que el cambio lo haga otro pero no Milei.
A este grupo habría que preguntarle qué persona “normal” se encargaría de arremeter con esa empresa. ¿O habrá que admitir que la pasta de la que hay que estar hecho para emprender una tarea como esa en un país como la Argentina viene dentro de un todo que necesariamente generará ruido por sus maneras? Pero en todo caso esos serán temas para otro debate.
Pero como para no dejar esta columna vacía de opinión, yo diría que el presidente llegó al viernes con un record, esto es, con una hoja de antecedentes que, me parece, es el “documento” que más a mano tenemos para que nos dé una pista sobre cómo interpretar lo ocurrido. Javier Milei no registra un solo hecho sospechoso en su vida de trabajo, tanto en el sector privado como ahora en el público.
Eso me lleva a una primera conclusión personal: no estamos frente a un hecho que comprometa las intenciones del presidente.
Eliminada esa primera duda (para los que pudieran haberla tenido) entramos en consideraciones tan subjetivas en donde las opiniones terminan por basarse poco menos que en un “me parece”. Y en el terrenos de los “me parece” hay, probablemente, tantas versiones como personas, lo cual hace que unas neutralicen a las otras. Nadie convencerá a nadie si su postura está solamente basada en un “me parece” porque frente a tu “me parece” yo tengo mi “me parece”. Discusión eterna, interminable.
El caso es diametralmente opuesto al de Cristina Fernández respecto de quien las cosas no están sujetas a un “me parece” sino a pruebas incontrastables que demostraron, más allá de toda duda razonable, que es una ladrona de guantes blancos (y quizás no tan blancos, después de todo).
Lo que sí hay son lecciones que deberían extraerse de lo que pasó. El presidente encarna un cambio mucho mas grande que él mismo. Ese cambio -aunque sea para beneficio de la inmensa mayoría- tendrá enormes obstáculos por vencer porque se basa en principios que contradicen tradiciones (e intereses) de siglos. Si a esos obstáculos se le suman errores o descuidos no-forzados la tarea se hará mucho más difícil.
Cuánto de los errores no-forzados es provocado por el tipo de personalidad que, precisamente, hace posible encarar el cambio, es un intríngulis que la sociedad deberá medir y resolver.
Milei es lo que tenemos por ahora. Cada uno con su conciencia deberá resolver si lo que está haciendo el presidente es suficiente para confiar en él o no. No se trata de un “roba pero hace”. Cada uno deberá formarse en su conciencia una convicción sobre las dos cosas: si el presidente hace y no roba.
Yo tengo mi conclusión por supuesto…