Decíamos ayer que el periodista es esencial para ayudar a los ciudadanos a navegar en medio de una inmensa amalgama de contenidos en la que a menudo se funden, sin distinción, informaciones reales, invenciones pueriles y manipulaciones.
Debemos comenzar pensando que el estado de la libertad de expresión en nuestro país, corresponde a internarse en un debate con profundos componentes que, en general, tienden a terminar en el maniqueísmo de la polarización entre el gobierno y la oposición.
Presiones, restricciones desde los entes gubernamentales, amenazas de grupos económicos, falta de pauta oficial de publicidad, autocensura, y en algunos casos irresponsabilidad de los propios periodistas, representan una de las principales restricciones a la libertad de expresión.
Resulta muy difícil encontrar cualquier funcionario oficialista que no elogie los avances del gobierno y se encolumne rápidamente a la posición vertida o sugerida desde el Poder Ejecutivo. Alguna vez, en el Congreso de la Nación, hemos escuchado decir: “A los tibios los vomita Dios”, Habría que preguntarse ¿qué hará Dios con los obsecuentes que han abolido el pensamiento, la reflexión y el libre albedrío incorporados al ser humano como obra máxima de la creación?
Del mismo modo, hay sectores de la oposición política para los cuales existe una sistemática persecución contra cualquier posición de la voz oficial y creen que esa postura es generalmente orquestada desde el mismo Gobierno. Esta es la gran deuda pendiente de la democracia, donde las generalizaciones se desvanecen ante los matices propios de una sociedad, en las que las visiones reduccionistas impiden ver qué es lo que ocurre en realidad en este complejo país. Una noticia tapa a otra, vivimos exaltados, enajenados en el día a día, dejando de lado los verdaderos problemas que hacen a nuestro futuro como sociedad y como país.
Es bueno recordar que la libertad de expresión no es un regalo divino exclusivo de los periodistas, sino un derecho fundamental inherente al ser humano que elige vivir en democracia. Esa facultad de comunicación va de la mano del derecho a utilizar esa capacidad, en procura de la realización personal para desarrollar una personalidad, tomar posición respecto de temas tanto públicos como privados, en síntesis ejercer derechos para asumir un rol en la sociedad, donde también existen obligaciones.
Asistimos diariamente a través del Vocero Presidencial, destacar con orgullo cifras que demuestran que estamos ingresando en un mundo un poco más ordenado, luego de los efectos devastadores del último gobierno peronista, que ha dejado “daños colaterales”, peor que en un enfrentamiento bélico. Daños cuyos efectos tardarán décadas en ser reparados, tales como la desnutrición infantil, la crisis en la educación, la salud, la justicia, el sindicalismo… A esto se le suma la recesión, la falta de inversiones, la inseguridad, los jóvenes que ni estudian, ni trabajan, muchachos perdidos de la realidad, los que aún siguen viviendo de planes sociales. Pero no todos los correctivos involucran la acción del gobierno, que tiene poco más de un año, el estamento político también tiene su cuota de culpa dado que, hasta el momento, no ha terminado de dar el ejemplo.
A todo esto, muchos periodistas, y porqué no decirlo, políticos, jueces y empresarios, son víctimas de autocensura por temor o por negocio. Este tipo de práctica en la prensa, conduce a que el periodista prefiere trabajar con la agenda oficial, o utilizando la información suministrada sólo por esa fuente para, de esta forma, evitar contrariar la voluntad de su jefe, con la pérdida de sentido crítico de la fuente. En general, cuando un periodista se convierte en empresario pierde total distanciamiento de la realidad que pueda afectar sus intereses.
Pero como dice el refrán, el papel lo aguanta todo. El enfrentamiento entre los intereses políticos, con los empresariales y el respeto al derecho a la información alcanza su punto más crítico durante los contextos electorales. Una estructura de corte monopolista tanto por parte del Estado, como por parte de los medios de comunicación, termina comprometiendo la “objetividad” y transparencia en el momento de informar al público, porque el contenido de los espacios informativos, sean escritos, radiales, televisivos o digitales, suelen alinear su posición, tanto editorial, y de contenido, según los intereses del grupo que representan.
Nuestro país ha convocado, desde que se inició este nuevo proceso político distintas emociones; o se lo celebra por ser la nación que condensa, con un liderazgo definido, las esperanzas de emancipación o se lo juzga como un país que ha dado un inexplicable salto atrás, considerándolo como un peligro para la democracia que impera en Occidente, o se lo describe como un nuevo brote neopopulista. Las miradas extremistas en este conflicto no son indiferentes.
Lo que viene sucediendo desde hace décadas –conflicto entre Estado y medios de comunicación, entre comunicación y democracia- se ha fabricado en una feroz lucha entre poderes que ha tenido como principal vitrina, el uso de los medios de comunicación. Circulan en las universidades distintas categorías para tipificar la dramática suplantación que ha sufrido la política por la influencia que tienen los medios de comunicación y mientras se habla de democracia como equilibrio de poderes, lo que en realidad aparece es un verdadero desequilibrio.
Al actual proceso político se lo venera o se lo maldice. No existen puntos de consenso. Los puentes se han roto y ha desaparecido el terreno de traducción que debía ejercer el periodismo como institución.
Seguimos viviendo, desde hace muchas décadas, un periodismo de propaganda. De denuncia y de adulación. Un periodismo al servicio de los intereses políticos y otro de la oposición. Ha desaparecido el periodismo que debe registrar, documentar y presentar con equilibrio los diversos disensos entre las fuerzas políticas. Se ama o se odia con la misma intensidad y el resultado es un país dividido en un gran abismo. Para un sector de la sociedad se está construyendo el definitivo ajuste de la justicia social y la clave para desarmar al capitalismo mundial y para otra parte se ha venido construyendo un nuevo modelo totalitario, lo cual habla de una complejidad que debe ser abordada rescatando la idea del ejercicio de un periodismo como una fuente de equilibrio ante tanta tensión.
El poder es la habilidad para construir discursos, destreza para movilizar a partir de ficciones, crear territorios simbólicos, emblemas y palabras. El poder es habilidad para comunicar, por eso los medios de comunicación son el centro del conflicto, porque la guerra gira en torno a las interpretaciones y la capacidad para construir realidades. Y como todos saben, en toda guerra, la primera víctima es la verdad.
Como hemos advertido en otras oportunidades, hoy no necesitamos ir al cine para ver una película, tampoco ir a la biblioteca para leer un libro, o comunicarse con otra persona en cualquier parte del mundo, todo se puede hacer desde las redes. Esto está produciendo una crisis generalizada, principalmente en el contenido de las manifestaciones culturales, a las que tampoco escapa el periodismo. Estos desarrollos producen una asincronía entre la evolución social y la percepción intelectual, generando al individuo que llamaríamos “bárbaro-civilizado”, alguien capaz de acumular muchas redes de información, pero carente de formación en el sentido de la cultura del razonamiento. Podríamos decir que se trata de un individuo que se atrinchera en una supuesta seguridad, despojada de identidad y responsabilidad.
Estos fenómenos están, en muchos casos, incidiendo cada vez más, en la creación periodística, llevando la calidad informativa a lo meramente trivial. En muchos casos se da información no chequeada con otras fuentes, sólo por querer ser los primeros. Ya no se valora por cada uno de los acontecimientos, sino que a partir de una decisión política del medio se va estructurando una compleja red de significados. En primer término se ubica la “inseguridad”, donde se exponen diferentes hechos por la condición de ser parte del genérico conjunto temático.
Otro tema de interés público es la esfera política, donde la digresión permanente de los debates de fondo realmente importantes se lleva a cabo en virtud de una puja de poder que atrae más que la discusión política de relevancia. Todo se jerarquiza sobre la discusión partidaria y la aparición pública de los candidatos de uno u otro sector político y ningún hecho resulta sobresaliente porque ni los medios y ni los periodistas, en general, presentan un pensamiento verdaderamente estructurado en datos, estadísticas, investigación, testimonios, cuadros comparativos, en su sentido más estricto.
En tercer término es jerarquizar las discusiones y entredichos de ciertos personajes de la farándula o del deporte. Durante meses muchos medios no tienen otro título que los avances y retrocesos de relaciones personales sólo para mantener presente el tema cuando no existe interés verdadero en su sostenimiento.
Por lo dicho, la instalación de ciertos temas, no supone su invención por parte de la producción de contenidos, donde puede inferirse que no se valora la importancia de un hecho para su estructuración discursiva como noticia. En todos los aspectos se ha corrido en el terreno pantanoso de la vaguedad y el facilismo intelectual, donde la palabra ha perdido valor, las afirmaciones no son tales, los juicios sin evidencias que los fundamenten están en las conversaciones cotidianas, el hablar de lo que no se sabe es una práctica cotidiana y el uso de “malas palabras” es mucho más cómodo y masificante. Los medios, en especial la televisión, reflejan este deterioro y cooperan para acentuarlo eximiéndose de toda responsabilidad.
Lo importante es ser los más profundos dentro de un contexto histórico y político, lo más pedagógico, originando un periodismo que incite al debate, la discusión y también a la reflexión. Así las nuevas tecnologías se convertirán en un aliado y en un instrumento a nuestro servicio. Leer y releer lo que se escribe antes de publicar. No ser soberbio, y hacer un culto de nuestro rico idioma. Saber decir no. Ser una buena persona. Decir la verdad, ser respetuoso, tener honor y sentir orgullo de ser Periodista.
Mientras tanto, la sociedad está politizada, lo cual resulta un gran avance pero también un impedimento para la convivencia, porque la lógica de la politización se basa en el reconocimiento del otro y en el desconocimiento de aliados y enemigos. Existen muchas verdades, tantas como visiones existan en el planeta.
Necesitamos un periodismo que nos permita contextualizar y comprender que la política es la creación de actores que sirven de marcas y emblemas para unir, agrupar, proyectar y asociar. Ese es el espíritu más genuino de la democracia. Esa es la tarea pendiente del periodismo.
Volver a las fuentes
Generalmente no existe un fuerte sentido de la moralidad, sobre lo que está bien y lo que está mal. Si bien considero a muchos periodistas honestos y decentes hacen cosas incorrectas para conseguir una noticia o lograr una “primicia”. Mis sentimientos acerca de los deslices morales de los periodistas y del negocio de las noticias en general, comenzaron a definirse en estos últimos años, cuando advertí la enorme división en la que se cayó cuando se comenzó a definir la profesión entre “periodismo militante” y “periodismo de corporaciones” o “periodismo independiente”.
Con la llegada de las computadoras y la digitalización, las redacciones de los medios no se diferencian de las oficinas bancarias: alfombradas, sin máquinas de escribir ruidosas o teletipos repiqueteando y alguien que, con un papel (cable) salga corriendo gritando URGENTE…. URGENTE…Las redacciones de las radios y la televisión están rodeadas de monitores y computadoras, con camarines de maquillajes para sus “figurones” que suelen tener salarios desfasados de la realidad, porque las estrellas presentadoras tienen que ser “respetables”.
He trabajado con gerentes que cuando llegaban a la redacción, saludaban al personal a través de su computadora. Santos o sinvergüenzas, muchos cuentan historias interesantes, otros degradantes donde la ofuscación y el irse por las ramas diciendo palabrotas e insultando parecen lograr más reconocimiento que el trabajo serio y constante.
Cuando se estudia la Ética de una profesión, es necesario estudiar a la gente que lo desempeña porque los canales y las tecnologías en los que las desarrollan pasan a ser secundarios. La Ética –siempre lo sostuve-es la moral de la conciencia.
La regla de oro es entrenar a los periodistas sobre los distintos aspectos de la Ética y no permitir que este tema sea relegado a un lugar ínfimo dentro de las prioridades establecidas para la preparación profesional.
Es crucial asegurar la protección de las voces disidentes, no sólo porque pueden aportarnos toda o parte de la verdad que no poseemos, sino porque en el caso de que se trate de una opinión equivocada, esa voz disidente va a impedir que sostengamos nuestras creencias dogmáticamente. El periodista, es un analista crítico de la sociedad y su cultura, testigo presencial de los hechos que construyen y deconstruyen la realidad ante nuestros ojos. Investigador agudo, suscitador e informador social de la verdad de los problemas económicos, políticos, jurídicos, estéticos, sociológicos, tecnológicos y deportivos. Cronista ético de su tiempo, historiador en vivo, relator del drama, la comedia, la tragedia y la gloria humana, ha pretendido ser sustituido en las últimas décadas por una sola de sus partes “el comunicador”, reducido -a su vez- al papel de un especialista en empaquetar contenidos de conformidad a las necesidades del mercado noticioso.
“Divide y vencerás”, falló el antiguo oráculo en una célebre consulta sobre la estrategia para la victoria con las armas. La brevedad debe ser la musa predilecta de los periodistas. La atención del lector no está hoy educada para trabajos muy intensos ni intrincados, ni para párrafos muy extensos. Voltaire, a quien algunos llaman el primer gran periodista, amaba la concisión en los libros y en los escritos. Es preferible la claridad de lo sencillo a la confusión o imperfección de lo rebuscado y recargado.
Estamos atravesando los restos deplorables de una modalidad periodística que no da para más. Que descalifica a la profesión. La envilece por su falta de calidad. No hay tal realidad separada de quien habla y, por tanto, no hay verdades únicas. Solo hay verdades situadas, siempre en tensión. Lo que es verdadero para uno, no lo es para otro.
Por el bien común es preciso considerar las consecuencias de la desmesura y dejar atrás el simulacro, la batalla dual, la descalificación novelada de la peor calaña, la falta de dignidad periodística.
El gran reportero polaco Ryszard Kapuscinski dijo que una mala persona nunca podrá ser un buen periodista (Los cínicos no sirven para este oficio). Más allá de esa dimensión del asunto a la cual se debería atender de alguna forma, los periodistas también vamos a tener que aprender a convivir con esta cuestión de las verdades con raíces, las verdades en un territorio en particular.
El periodista es esencial para ayudar a los ciudadanos a navegar en medio de una inmensa amalgama de contenidos en la que, a menudo, se funden sin distinción informaciones reales, invenciones pueriles y manipulaciones.
La esencia del periodista es la misma, trabaje en el formato que trabaje: ser curioso, preguntarse el por qué de las cosas, tener agenda, contrastar los datos, manejarlos con precisión, ser respetuoso de las fuentes y con el lector u oyente, trabajar con rigor y dotarse de una buena dosis de humildad, hagan lo que hagan y lleguen donde lleguen. El periodista tiene un papel de conciencia y de creación de opinión.
¿Cómo contar la pobreza, el hambre, las guerras? No se puede escribir sobre algo o alguien con quien no se ha compartido, al menos un tramo de la vida. Éste es un trabajo que ocupa toda nuestra vida, no existe otra forma de ejercitarlo. Nuestro trabajo consiste en investigar y describir el mundo contemporáneo, que está en un cambio profundo y revolucionario.
Hoy en día existen muchos dueños de medios, “gerentes” o “productores”, que ni siquiera han ejercido el periodismo y no podrán dar un consejo, porque no tienen la más mínima idea de cómo se realiza este trabajo. Su misión no es cómo mejorar nuestra profesión, sino como ganar dinero, o mantener el rating.
Hay dos vertientes reduccionistas de la profesión que es urgente enfrentar, considerando los impactos de su accionar sobre las vidas cotidianas de nuestras sociedades: por un lado, los amarillistas, que siempre envilecen la profesión como pura mercancía; por el otro, los que pretenden hablar de la realidad con imparcialidad mercenaria.
Los periodistas trabajan con personas a las cuales intentan explorar e investigar desde la experiencia personal. Son los otros, los entrevistados, los que dan sus opiniones, los que interpretan para nosotros este mundo que intentamos explorar y comprender para poder describir.
Heinz von Foerster manifestó: “Objetividad es el delirio de un sujeto que piensa que observar se puede hacer sin él”. Dos visiones con consecuencias indeseables que es imprescindible examinar desde el espacio crítico de los estudios de la comunicación.
El enfoque de un medio no es casual ni inofensivo, sino por el contrario deja al desnudo la médula ideológica de ese medio, y su verdadera intención en la puja distributiva del poder económico, social y político nacional.
El hombre contemporáneo sólo cree en lo que ve. Pero hay una esencial diferencia entre ver y entender. Para entender es necesario leer; para ver, sólo basta con mirar. Hay muchas imágenes pero poco contenido.
Es corrupto aquel que, para ascender en su carrera, un día se encarniza interrogando a un candidato y al siguiente le sostiene el micrófono a otro, para que declare lo que se le ocurra.
Son varios los periodistas que han obtenido permisos para operar emisoras como recompensa por su parcialidad en los reportajes. Obviamente, estas recompensas tienden a reproducir las adhesiones políticas y las restricciones a la información.
Existen asimismo otras formas menores de corrupción periodística, como la venta de tapas de revistas y suplementos para mejorar la cotización de algún jugador de fútbol o aumentar la de una actriz, o un político. En este proceso intervienen, inevitablemente, los periodistas. Los citados son subproductos periodísticos donde la calidad de redactor se une a la de productor publicitario, con un claro predominio de esta última condición, de modo que la nota que se publica es la que aporta publicidad.
La corrupción en la profesión periodística -fenómeno con el que convivimos habitualmente en América Latina- es el producto de democracias débiles. Son las propias empresas quienes alientan la corrupción profesional y ésta se transforma, muy a menudo, en condición para el ingreso y el progreso laboral.
La corrupción de los periodistas es un fenómeno que no podrá erradicarse sin el establecimiento legal del fuero periodístico y la consagración del habeas data. Es justamente la ausencia del fuero periodístico-unida a una débil presión moral del gremio y la sociedad- quien permite que, impunemente, la corrupción se instale en la profesión. Mientras la función de la prensa en la sociedad no sea estatuida legalmente y el rol de empresarios y periodistas no esté definido, la elevación del profesionalismo no será posible; menos aún la defensa de los periodistas que son perseguidos por cumplir con su deber.