El “Libragate” ya está siguiendo el largo camino de la justicia. Salvo que haya pruebas concluyentes que generen dudas respecto al presidente y su entorno, el caso en sí pasa a ser una anécdota. Sin embargo, nos trae mucha información sobre atributos estructurales de la política contemporánea a nivel global. 

Vamos a mencionar al menos cinco atributos que está experimentando la política en este primer cuarto del siglo XXI:

1) Exponencial: nada es moderado, lento, gradual, sino que todo sube o baja de un momento para otro, para lo positivo y lo negativo. Este concepto deriva de la dinámica de las llamadas tecnologías exponenciales, como la inteligencia artificial, la internet de las cosas o el blockchain.

2) Compulsiva: se trata de conductas imparables, adictivas, no controlables, semejante a lo que nos ocurre en nuestra relación con las redes sociales (conducta promovida por las propias plataformas para mejorar la rentabilidad del negocio).

3) Cortoplacista: derivada del primer atributo. Pocos piensan en el largo o mediano plazo, sino que todo se trata de golpes de efecto inmediata en la puja global por la atención de los usuarios / ex ciudadanos.

4) La mercantilización de toda cuestión política: desde el proyecto inmobiliario en la Franja de Gaza, hasta la experiencia “casino” del “Libragate”, pasando por las particulares ganancias de terminar con la guerra de Ucrania.

5) El “dirigente influencer”: una figura política ya no es solo una referencia ideológica o valorativa para un grupo de ciudadanos, sino que también puede ser un animador de oportunidades de ganancia rápida, un comentarista eterno de la realidad, o un promotor de productos y servicios.

Esto lleva a varias conclusiones, oportunidades y amenazas sobre la forma de hacer política que puede estar avizorándose, aunque por supuesto no implica una transformación de la mayoría de las construcciones políticas. En los niveles provinciales y locales la dinámica sigue siendo más tradicional: está cambiando, pero a menor velocidad.

En primer lugar, ya no haría falta embarcarse en construcciones políticas de largo plazo, ya que todo es efímero. Esta característica, que no es en absoluto nueva, sino que ya lleva unas tres décadas de múltiples experiencias, nunca se había materializado en algo o alguien que llegara a la presidencia de la nación. Ahí radica la gran diferencia. La última gran experiencia de construcción a la “vieja usanza”, pero altamente aggiornada al siglo XXI, fue el PRO (su derrotero actual ya lo sabemos). Es decir, fenómeno disruptivo mata a construcción política.

En segundo lugar, cada vez más alguien, a último momento, podría dar un batacazo, lo que nos lleva a pensar que las largas planificaciones de candidaturas no necesariamente son una condición para el éxito. Nos pasamos casi dos años suponiendo que el ganador de la primaria de Juntos por el Cambio en 2023 iba a ser el próximo presidente… y la ganadora ni siquiera entró al balotaje. Corto plazo mata a largo plazo.

En tercer término, hay que salirse de las reglas de lo políticamente aceptable. Los productos políticos pueden ser muy variados y distintos a cualquier otra cosa preexistente. Disrupción mata a tradición.

Por último -y esto no agota en absoluto la descripción del fenómeno- para una sociedad con conductas compulsivas no hay nada mejor que un líder compulsivo (parafraseando a Perón). En ese sentido, Milei es bastante más parecido a todos nosotros que lo que nos imaginamos.

Demás está decir que esta nueva estructura también tiene riesgos importantes. La más obvia es que el que crece rápido, podría decrecer a la misma velocidad. Es decir, todo es una insoportable levedad cortoplacista y líquida. ¿Nos permitirá Tinder averiguar con qué candidatos “matcheamos” mejor respecto a nuestras múltiples preferencias en la vida privada?

El segundo gran riesgo es que este ciudadano, cortoplacista por naturaleza, es naturalmente exitista respecto a los resultados, importándole poco y nada los procesos políticos, la complejidad de los problemas, las políticas de largo plazo, etc. Es decir, todo aquello de lo que la política “bien pensante” pretende jactarse. “No sé lo que quiero, pero lo quiero ya”.

Un tercer riesgo -entre muchos otros- es que, así como Tinder produce una sensación de insatisfacción permanente, la “criptopolítica”, nos convierta en permanentes destructores de líderes que jamás tendrán la oportunidad de mostrar todo lo que pueden rendir porque… no tendrán tiempo.

Esta lógica del “uso y tiro” viene de la mano con otras tres consecuencias para la cultura política: 1) al no haber construcciones de larga data, los códigos de convivencia y solidaridad interna de los proyectos son poco relevantes; 2) son modelos más bien verticalistas, donde los líderes no se someten a debates internos y prefieren tener empleados más que socios; y 3) la lógica de la pura eficiencia convierte a las relaciones personales en más utilitarias y crueles.

A partir del fenómeno Milei, las oportunidades son bien sabidas: ya no resulta imprescindible pensar en el costo -personal y económico- de contar con una estructura nacional para aspirar a una candidatura presidencial, tener territorio, un cura en cada pueblo, etc. Al igual que muchas startups tecnológicas, un proyecto al máximo cargo institucional puede comenzar en la palma de su mano… clickeando.

El próximo mandatario puede ser alguien que esté a su lado, mirando absorto su Smartphone mientras viaja en el transporte público.