Mientras la política sigue enfrascada en su mundo y algunos políticos se mantienen empecinados en poner en riesgo la que probablemente sea la oportunidad más importante que ha tenido la Argentina de los últimos tiempos para sepultar al peronismo y a esa anomalía enfermiza que lo sucedió bajo el nombre de “kirchnerismo”, la gente común sigue padeciendo una de las consecuencias más dramáticas que para la vida cotidiana ha significado la llegada de los Kirchner al poder hace 25 años.
Muchos de los jovenes que hoy tienen esa edad (muchísimos más de lo que sería una excepción normal a la regla de la civilización, el estudio y el trabajo) se debaten entre la ignorancia y el desgano y otros entre las drogas y la delincuencia.
Benito Cabrera era un abuelo de 65 años que acababa de jubilarse. Familiero, hincha de River, vivía en Laferrere en el Partido de La Matanza en la provincia de Buenos Aires. Como todos los fines de semana se aseguraba de pasarlo con sus nietas y sus hijas.
Helena manejaba el Chevrolet Celta en el que viajaba también su esposo en el asiento delantero, y Benito y sus nietas (una nena de tres años y una bebe de tres meses) en el asiento de atrás. Habían salido a comprar las tradicionales pastas para el domingo en familia.
De la nada dos criminales en moto aparecieron rodeándolos para robarles el auto. Uno de ellos apuntó con un arma al interior. El yerno de Benito grito: “No tires que están las nenas!!!” Todo en vano: el prototipo humano creado por la cultura dominante de estas ultimas dos largas décadas fue programado para que la vida de los demás le importe poco.
Benito se abalanzó sobre sus nietas para cubrirlas y el balazo le ingresó por una de sus axilas. Los hijos de puta huyeron, y el intento de Helena para salvarle la vida a su padre terminó antes de siquiera poder entrar al quirófano…
Sofia tenía tres meses. Iba en brazos de su madre, Natalia, en Pablo Nogués, también en el epicentro del reinado peronista de la provincia de Buenos Aires.
A pocos kilómetros de allí, otros delincuentes le habían robado un Jeep Renegade a una señora en Ricardo Rojas, partido de Tigre. Puesta en conocimiento una patrulla de la policía, comenzó una persecución que terminó en un choque del Jeep contra otro auto y con la perdida de control del Renegade que fue a embestir a Natalia y a Sofia que caminaban circunstancialmente por allí.
Sofia sufrió tres paros cardiacos pero no pudo volver del ultimo. Natalia, con heridas graves, aun no se sabe que va a pasar con ella.
Diez años antes, en plena ebullición del kirchenrato, otro hijo de Natalia, Franco de 16 años, moría de una puñalada también en la calle, a manos de chorros que, Zaffaroni, seguramente, consideraría “víctimas de una sociedad injusta”.
Son 25 años de este verso. 25 años de una gota china que horadó el cerebro de millones. De millones que se envalentonaron para copar las calles, de otros cientos de miles que se convencieron de que efectivamente el razonamiento “del delincuente como la verdadera víctima” era el que había que aplicar frente a la delincuencia y de otros miles que llegaron a los estrados de la Justicia para implementar desde allí, como jueces, las decisiones prácticas que nos dirigieron a este desastre.
Frente a este drama -que ocurre todos los días, aun cuando hoy tengan los nombre propios de Benito, Sofía y Natalia- sería irrespetuoso decir que algo de todo esto da gracia.
Pero confieso que sí, que me da gracia, escuchar aun hoy argumentos que pretenden explicar estas barbaridades por la escasez de recursos, como parece que quiere insinuar el inservible gobernador Kicillof: ni un maná que provea sin solución de continuidad un chorro ilimitado de dinero alcanzaría para frenar lo que no es otra cosa más que la consecuencia de una concepción de vida que le ha inculcado a la sociedad la liviandad frente a las drogas, la destrucción de la idea de familia, el rechazo del mérito, la burla del esfuerzo, la mofa por lo que está bien, el estímulo de la transgresión, la reverencia ante la insolencia, la confusión imperdonable entre la bravura y la cobarde bravuconada.
Todo lo que hoy vive la Argentina y los argentinos no es más que la consecuencia de una matriz de disolución, de desmoronamiento moral calculado, de una ignorancia y de un embrutecimiento inducidos, de un plan de envilecimiento de los pilares de una sociedad civilizada.
Lo hicieron para aflojar las resistencias naturales que el hombre tiene frente al abuso del poder: un pueblo bruto, mal alimentado, ignorante, preso del terror es más proclive a aceptar las directrices de un déspota.
No es nuevo este plan. Ni siquiera empezó con el kirchnerismo (que sí lo elevó a niveles de sofisticación y malicia nunca antes vistos). Todo empezó hace 80 años cuando el adoctrinamiento peronista -públicamente admitido y promovido por Perón- destruyó la idea sarmientina de la educación y de la transmisión de valores intrafamiliares.
El enfrentamiento odioso que produjo ese estrépito, la division que originó entre los argentinos esa malformación continúa con sus efectos residuales hasta hoy. El kirchnerismo multiplicó por millones la capacidad destructiva del método hasta convertirlo no ya en una herramienta de dominación mental, sino en algo por lo que había que sentir orgullo, en una especie de éxtasis rendido ante el altar del mal.
Mientras esa raíz podrida no sea removida de la escuela, de la mente y de los estrados de la Justicia, seguirán muriendo Benitos y Sofias por la calle. Hoy tendrán unos nombres, mañana otros. Pero la causa que produce todo este espanto yace en la semilla de una idea que, mientras no sea desterrada para siempre de este suelo, este suelo seguirá regado por la sangre de sus víctimas.
Si hay un punto de unión entre estos dramas y los políticos que navegan en sus propias nubes y a los que nos referíamos al principio, es exactamente ese: muchos de ellos cometerían un error histórico si permitieran que sus egos sean más fuertes que la unión que podría transformarse en el principio del fin de todos los males: desde Benito y Sofia hasta la escasez ominosa que convirtió lo que debería ser un vergel en una villa miseria gigante que ofende al mundo, a Dios y a los argentinos.