El Sexo es un tema tabú con el que se desayuna la sociedad postmoderna. Se hace
gárgaras matinales con el erotismo, y nada es como antes, detrás de las
cortinas, bajo las tenues persianas de los papás, las tías o las abuelas.
No es un asunto abandonado a la siesta o a las recámaras
secretas, para eso existen las playas, discotecas, automóviles, los baños,
ascensores, cubículos, salas, las mañanas, los medio días, las tardes, las
noches, los, las. No se me mal entienda, ya nada es como antes y no faltaba más.
La antropología ha reiterado que el hombre es por naturaleza
un animal sexual. En el sexo nos va la vida, la guerra, actos inexplicables, se
muere en el lecho, como un último acto de despedida
a la vida.
El sexo es redondo como una naranja
fragantemente madura y como un
pepino. Sirve para el placer y se hace de distintas maneras, pero no es un
platillo volador desconocido, sino más bien un apetitoso bocatto di
cardinale.
Los adolescentes llevan el tema en la punta de la lengua,
como un frágil pezón quinceañero, parecido a un gramo de azúcar
o al rocío matinal.
El sexo es tan duro o flexible como el corazón del ángel
que cargamos en ese momento.
La literatura está llena de sexo, erotismo, lenguaje
corporal cifrado, directo, las relaciones de parejas, humanas, triángulos,
traiciones, los mil y uno vericuetos de la pequeña, punzante, motriz palabra
amor.
De tan vieja data, la expulsada palabra
del paraíso, ancestral manzana podrida, se mantiene aún en vitrina y primera
fila.
El sexo es noticia desde el paraíso, de una y mil formas. Se
camufló en los altares, pero hoy lo vemos a flor de piel, sin ambages, fresco,
sin complejos, liviano, desprovisto de una agenda en muchas ocasiones.
Vende, como ningún otro producto, reguero de su propia pólvora,
sobre el mostrador de un supermercado, en la valla de la carretera, en las
tiendas de ropa, toda la publicidad para el sexo en los medios de comunicación,
por los ojos, oídos, se respira, es de una actualidad francamente insuperable,
vigencia a toda prueba.
La historia de la humanidad, su curso, ha tenido unos
componentes de ruidosas sábanas de
indudable repercusión y efectividad.
Ha ardido más que Troya, por un cuerpo femenino. Cleopatra,
una de las pioneras en el arte de sumar conquistas a través de la piel.
Camelot, un reino de amor. Pero hay tantas historias auténticas de amor,
sencillas, más allá de los reinos perdidos y paridos por el falo de la
heroica espada, como gentes en el planeta.
El sexo como una gran carreta tirada por los bueyes de la
humanidad, se arrastra en sus sagradas escrituras, posturas y formas. El placer
no tiene excusas, ni partidos. Ni vencedores, ni vencidos.
Kamasutra es el arte de sumar de dos en dos.
Y las noticias vuelan en el mundo global, mediático. Por la
vía de la encuestas, el método para decir secretos a voces, sabemos que en
Budapest, capital de Hungría se encuentra la gente más fogosa del planeta.
Los húngaros superan a
los franceses, de acuerdo con los estudios de opinión pública realizado por la
marca de preservativos Durex y ocupan el primer lugar en cuanto a la frecuencia
con que hacen el amor.
Los brasileños, en cambio, son considerados los más “eróticos”,
en una muestra realizada entre más de 150 mil personas de 34 países.
La frecuencia húngara es de 153 veces al año (365 día
tiene el calendario humano) contra 144 de los franceses, cuyos apetitos
descendieron en la lista al séptimos lugar. Bulgaria, Rusia y Yugoslavia están
por sobre la máxima gala con 151, 150 y 147 oportunidades.
Los amantes españoles e italianos, son más de película,
porque están más bajos en el ranking, ya que sus frecuencias andan por los números
mágicos 123 y 119.
En
Estados Unidos, el país del ritmo laboral continuo, se hace el amor en promedio
118 veces al año. Singapur, el país de los circuitos electrónicos y de
salvaje ritmo laboral, tiene la más baja frecuencia global en
amor: un estimado anual de 96 veces.
Los chinos, con 1.300 millones de personas, hacen el amor
132 veces al año. Menos mal, dicen los expertos en crecimiento
poblacional. Gran Bretaña, 135 veces.
No existen encuestas en Panamá sobre este tema.
Recomendamos dejarlo a su imaginación. El SIDA ha frenado la fogosidad de no
pocos participantes profesionales. Le dejamos a usted, amiga y amigo lector, que
haga su propia encuesta entre sus amistades, con realismo, alejada de la fantasía.
No olvide que aun no llegamos a los tres millones de habitantes y que somos un
país visitado y escogido por extranjeros.
Deben
haber húngaros, brasileños,
norteamericanos, franceses, Chinos, ingleses, rusos, porque todos
forman parte del ranking mundial del sexo frecuente, por lo que le
recomendamos revise bien su agenda de compromisos.
Rolando Gabrielli