Nadie se hubiese divertido más con su
propia película que Roberto Bolaño. Seguro habría actuado con un segundo
libreto. Pero la realidad siempre supera a la ficción cuando de la misma
realidad se trata y no de la literatura. Bolaño murió hace cinco años, cuando la
estrella distante de la fama se sentaba a su lado, comenzaba a brillar
intensamente. Nicanor Parra, quien lo trató de Príncipe al morir, dijo con
brutalidad sardónica: Le debemos un hígado a Bolaño. (Murió en España porque no
tuvo un donante para recibir un transplante de hígado) De seguro se inventaría
un nuevo Ulises Lima, en realidad, Mario Santiago, su amigo poeta mexicano, co-fundador
de los infrarrealistas y personaje estelar de Los Detectives salvajes.
La idea rodó durante algunos años en la cabeza del director
de cine mexicano Carlos Sama, quien a pesar de no tener una larga trayectoria en
la industria del celuloide, tuvo el olfato de escoger la obra de Bolaño, cuando
aún El New York Time, no la había escogido como entre las cinco mejores
novelas del 2007 en Estados Unidos. Fue una explosión que Bolaño, Herralde,
Chile, Latinoamérica y España, el idioma castellano, se la deben al detonante
del influyente diario liberal neoyorkino y en especial a Susan Sontag, que
recomendó su traducción. Roberto Bolaño, en verdad, ya existía con numerosos e
importantes premios, lectores y una obra ejecutada a pulso, pero no había
traspasado el muro del idioma inglés y menos un país donde la literatura
nacional no deja espacio para que respire un libro de otro idioma y menos
proveniente del castellano, aunque sea la segunda lengua dentro de sus
fronteras. Bolaño venía en su propio ascensor, con viento de cola, recogiendo
frutos, veleidades del oficio, mutismo de sus pares, y Chile, tan silencioso,
tan silencioso.
Carlos Sama tenía casi todo arreglado, los derechos
supuestamente, un primer actor-poeta-Bolaño, con el mexicano Gael García Bernal
y un libreto ya escrito por el poeta y ensayista Luis Felipe Fabre y el
guionista Arcadi Palerm-Artís junto a Sama, que descartaría todas las ciudades y
países fuera de México. Específicamente el filme se desarrollaría en el DF,
desierto de Sonora y pueblitos mexicanos. Diciembre de este año era la fecha
para iniciar el rodaje que culminaría el 2009, pero la viuda de Bolaño,
representante de los herederos de Bolaño (sus hijos), Carolina López mandó a
parar con sus declaraciones a la agencia Efe:"los derechos de adaptación y
explotación cinematográfica de dicha obra pertenecen únicamente a los herederos
del escritor", y "ya se han tomado las medidas legales oportunas". Sama, quien
se imagina el filme como "un thriller metafísico sobre el viaje iniciático y el
despertar sexual de un joven que explora los abismos del mundo", reaccionó ante
esas afirmaciones y dijo: "Tengo a unos abogados en España viendo la manera de
defenderme de este asunto tan triste. Yo intuyo que es un tema de dinero. Debe
haber una oferta millonaria detrás para hacer ‘Los detectives’ en otra parte, lo
más probable en Norteamérica, y que no les interese la historia sino las
ganancias. Capaz que quieran hacerla en inglés, subtitulada, ¡cuando la novela
es muy mexicana!". "Yo hice un pago y un acuerdo en marzo de este año por los
derechos de ‘Los detectives’ a la agencia de Carmen Balcells. Desde nuestro
entender, la percepción de la señora López es totalmente arbitraria e injusta, y
seguramente obedece a que cambió de agente literario hace un mes; creo que está
trabajando con un gringo que es ‘un tiburón’, y que a estas alturas lo único que
importa es el dinero".
Es difícil conocer todo lo que se teje y entreteje detrás del
gran telón de fondo de una cinta sólo ejecutada en el deseo, porque Carlos Sama,
como Los Detectives Salvajes que anduvieron detrás de Cesárea Tinajero, olvidada
poeta del realvisceralismo, se enganchó con la novela del narrador y
poeta chileno poco después que éste muriera hace cinco años.
Lo primero que ha comenzado a rodar es la atmósfera de un pleito legal por los
derechos. Más publicidad para la novela y para quien logre llevar a la pantalla
este best seller que va creciendo a medida de la intriga y expectativas que crea
una situación de esta naturaleza.
Yo, sin embargo, juro a ver visto a Cesárea Tinajero en una
isla leyendo justamente Los Detectives Salvajes, en abosluto silencio, abstraída
como una ánfora de greda en el desierto de Sonora. La descripción es como un
sueño de silencio sobre el silencio en una delicada burbuja de silencio donde
sólo el silencio tiene la palabra y todo lo demás es un paisaje arbitrario de la
mano del hombre y arrebatado a la naturaleza. El mar lo rodea todo, a cucharadas
de sal y agua, se expresa en la dimensión de su propio silencio. Yo la miraba
con su pelo recogido, doblemente hermosa en su ensimismamiento, perdida de sí
misma, olvidada en las páginas de su lectura, sentada en el andén que ella le
instaló al destino. Con un cigarrillo en la mano, convertía en historia la
atmósfera que yo buscaba traducir inútilmente, El horizonte era una línea de
silencio dibujada por un niño. El paisaje era como una terminal aérea, un
aeropuerto en una isla, esa sensación extraña donde todo está por partir o
permanecer en la inmovilidad del tiempo. Ignoraba si la buscaban y tal vez si
existía o sólo fuera para Ella misma. en una Isla nadie quiere escapar o ser
indagado por la soledad. Cesárea Tinajero no despegaba los ojos de Los
Detectives Salvajes, como sumida por sus páginas había perdido contacto
aparentemente con su entorno. Era Ella y no tal vez, o sí lo era, no lo
aparentaba. Asumía un rol secundario, de próximo pasajero a bordo, como
cualquier otro.
Después de leer las 609 páginas de L D S, descubrí que el
mejor lugar para esconderse de sí mismo es una Isla. La fuga es total, no hay
para donde arrancar, ni permanecer, ni querer ser olvidado. Cada página que leía
y daba vuelta Cesárea Tinajero, dejaba entrever otra novela, algo más allá que
se sentía en su atmósfera al respirar. Me dejé llevar por un hermoso y artesanal
señalizador de páginas movido por unos hilos y cuencas. El mar seguía estando
por todas partes. El sol que tanto amaba Cesárea Tinajero, parecía cosido a una
tela entre montañas, pero estaba ahí latiendo a sus espaldas y en todas partes.
Era un reloj sin tiempo, un camino sin concluir, una puesta de sol inacabada. El
comienzo de un nuevo viaje.
Rolando Gabrielli
http://rolandogabrielli.blogspot.com/