Tipo de cambio alto —con su consiguiente impacto depresivo en los costos empresariales, particularmente en los salarios— y situación fiscal desahogada constituyeron los pilares sobre los que se construyó el modelo K. La excusa de la competitividad cambiaria permitió desarrollar una batería de impuestos a las exportaciones —verdadero contrasentido productivista— con la cual abastecerse de ingresos no coparticipables que mantuvo a salvo la espina dorsal del poder kirchnerista: «la caja» (solvencia financiera ajena a todo devaneo principista de ortodoxia económica, pero directamente ligada a la concreta materialidad de las efectividades conducentes con las cuales asegurarse transversalidades, concertaciones y —por qué no— argentinizaciones). Un modelo económico tributario de un modelo de poder. Y un modelo de poder tributario de un modelo de negocios.
Desde sus comienzos, se advirtió que este modelo incubaba al menos siete zonas de infección, de inevitable agravamiento. Ellas tenían que ver con la inflación, las distorsiones de precios relativos, la falta de inversiones, la escasez energética, el gasto público, la expansión monetaria y la dependencia de los precios internacionales. Esos focos ya emergieron en superficie y condenan al modelo a sucumbir, deshilachándose por ahora.
Hoy, tanto los costos de producción como el gasto público —medidos ambos en dólares— se encuentran igual o peor que en 2001: la ventaja cambiaria se erosionó por efecto de la inflación. En una vasta gama de sectores —que van desde la leche hasta el petróleo, pasando por los cereales, oleaginosas y minerales—, la supuesta ventaja ya había sido neutralizada con sucesivos aumentos de retenciones, que en los hechos significaron un régimen de tipo de cambios múltiples.
Estancamiento
En cuanto a la pretendida solvencia fiscal, los ingresos tributarios tienden a estancarse en términos reales por efecto del enfriamiento de la economía, mientras que el gasto crece imparable, impulsado por los subsidios, y ya se está ampliando en $ 18.000 MM el Presupuesto 2008.
La performance del segundo trimestre es elocuente. El superávit primario ($ 11.465 MM) tuvo un aumento nominal de poco más de 23%, lo que significó una caída del orden de 6% en términos reales. La principal explicación del aumento en el superávit primario proviene del extraordinario salto (426%) en las «rentas de la propiedad» ($ 3.263,6 MM, que incluyen utilidades giradas por el BCRA). Si se descuenta la diferencia en ese renglón respecto del año anterior, se registra una caída nominal de superávit primario de 4,9% y de 11,6% en el financiero (en términos reales, este último se desploma 40%).
Para mostrar aquel superávit primario, se recurrió también a otras ayudas. Se tomaron $ 4.840 MM del PAMI y de fondos fiduciarios (en mayo de 2007 se habían tomado $ 3.780 MM). Y hubo nuevamente ingresos extraordinarios por la contrarreforma previsional (traspasos al sistema estatal) por $ 450 MM.
Pero el problema más grave reside en que las erogaciones siguen creciendo más rápidas que los ingresos. Peor aún, la proyección de crecimiento de los recursos es decreciente, mientras que la de los gastos —en particular—, los subsidios es francamente creciente.
El gasto corriente aumentó 41%, mientras que los ingresos corrientes lo hicieron 36% (en realidad 30%, si se descuenta el incremento en « rentas de la propiedad»; lo que quiere decir que en términos reales no crecieron).
El principal motor de despilfarro son los subsidios. Las transferencias corrientes y no corrientes al sector privado saltaron a un ritmo de 75% interanual en el trimestre. Sin embargo, las discrecionales al sector público corrientes se incrementaron 22%, y los gastos de capital en provincias, apenas 3%. ¡Cómo se nota que no es año de elecciones! En 2007, la necesidad de asegurarse la continuidad matrimonial implicó que las transferencias discrecionales a gobernadores e intendentes volaran a 91%.
El Estado gasta actualmente más en subsidios que en seguridad social. Y esto es mucho decir si se tiene en cuenta el generoso otorgamiento de 1,6 millón de jubilaciones sin aportes previos que requirió poner a otro K en la Casa Rosada. La situación fiscal y financiera puede tornarse asfixiante en 2009, con subsidios siempre crecientes, recaudación declinante por menor actividad e inferiores precios de las exportaciones y necesidades de financiamiento del Tesoro por unos u$s 9.500 MM. A esto se agrega el deterioro de las finanzas provinciales y reclamos de fondos adeudados por la Nación: suman unos $ 3.200 MM sólo entre Córdoba y Santa Fe.
La reducción de los precios internacionales y el estancamiento de la actividad ponen en alerta roja la situación fiscal. Un derrumbe de las finanzas públicas puede colocar al país a las puertas de tragedias que es preferible olvidar. Poco se puede hacer sobre los precios externos, pero bastante por la actividad.
Objetivo
Para devolverle dinamismo, el esfuerzo no debe centrarse en fogonear el consumo, sino en recuperar certidumbre en las reglas de juego, disminuir el gasto y combatir la inflación. El primer requisito del combate a la inflación es recuperar la confiabilidad estadística, mientras que la reducción del gasto impone acabar con el perverso andamiaje de subsidios públicos y privados.
Sin embargo, los subsidios suben sin pausa, la inflación sigue sin atenderse y el gobierno vuelve a estimular el consumo suponiendo que la actividad, y con ella la inversión, será traccionada por el crecimiento de la demanda.
Pero la inversión depende de la rentabilidad de los proyectos y no de la fortaleza del consumo. El aumento por decreto de los salarios incentiva el consumo, pero eleva a la vez los costos de producción, deteriorando la rentabilidad. Sólo cuando crece la inversión se aumenta la productividad, lo que permite un aumento de los salarios reales junto a una expansión del consumo.
El permanente incentivo al consumo en el marco de un clima de negocios que espanta las inversiones acentúa el desequilibrio entre la oferta y la demanda doméstica, lo que está provocando un feroz crecimiento de las importaciones, desaceleración de las exportaciones e inflación en alza. La inflación, a su vez, encarece el costo argentino y aumenta en forma exponencial los subsidios y multiplica el costo argentino, desflecando aún más los corroídos pilares de un modelo que ya pide pista.
Agustín Monteverde
Ámbito Financiero