Hasta el último instante en que permanezca
en el Gobierno, Guillermo Moreno estará cumpliendo el papel de chivo
expiatorio perfecto, derivado de su condición de ser el fiel ejecutor de las
instrucciones políticas que parten del matrimonio Kirchner. Durante las últimas
horas, su figura ha sido lapidada por igual por oficialistas y opositores con la
excusa del INDEC, aunque no queda muy en claro si se le achaca también, con la
misma enjundia, no haber sabido cómo hacer para detener la presión
inflacionaria.
Como ocurrió en la crisis del agro, los opositores se han
nucleado ahora de modo interesado alrededor de Moreno, porque saben que pegarle
al secretario de Comercio es lo mismo que pegarle a Néstor Kirchner, su mentor.
En tanto, las voces del oficialismo, que no se animan aún a cometer tal
sacrilegio, mezclan las cosas y omiten prolijamente hablar de la suba de
precios. En ese sentido, aún no se separa adecuadamente la necesidad
institucional de reconstituir el organismo, algo lógico para darle un sedante a
los mercados y para saber qué número es el que hay que revertir, de la
imperiosa necesidad que tiene el Gobierno todo de encarar de una vez y de modo
coordinado, una lucha profunda contra el fenómeno inflacionario, que se aleje de
los fetiches a los que apeló Moreno.
Al funcionario se lo acusa de falsificar los índices de
precios y de distorsionar todas las estadísticas afines, incluida la medición de
la pobreza y el ajuste de los bonos por el CER, temas por los que seguramente
deberá rendir cuentas ante la Justicia, pero son pocas las voces que han
reparado en que su manejo técnico al frente de Comercio fue una mezcla de
ideología y temeridad, que le impidió cumplir acabadamente con su misión central
de controlar la inflación.
Más allá de las folclóricas apretadas a empresarios que se le
atribuyen y de su idoneidad para rebatir los argumentos empresarios, Moreno
fracasó porque usó recetas con olor a naftalina, a contramano de la realidad del
mundo y de la memoria de los argentinos. Así, el secretario armó listas de
precios máximos que se cumplieron poco y mal, hizo seguimientos de las
cadenas que sirvieron más para estimular la delación que para frenar los
aumentos y, sobre todo, hizo de la prohibición la razón de ser de su gestión,
con lo cual empastó los mercados, cerró el comercio exterior y bajó el ánimo
inversor.
En conclusión, Moreno falló calamitosamente en su misión de
evitar la trepada de los precios, por más que las oscuras estadísticas oficiales
digan lo contrario, lo que contribuyó adicionalmente a bajar la estima que
muchos ciudadanos sentían, hasta hace unos pocos meses, por el Gobierno.
En el sector privado, todo esto habría bastado para ponerle
al funcionario un cero en gestión. Sin embargo, las fidelidades políticas pueden
tanto más que hasta la propia Presidenta se ha hecho cargo pleno de su proceder,
incluida la burla a la buena fe de los consumidores.
El rol de Moreno en el Gobierno fue clarificado apenas
hace unos días por la propia Cristina Fernández, quien señaló que "un secretario
de Comercio... no define cambios per sé. Lo importante de cada
funcionario es ver si se desempeña honestamente, laboriosamente, eficazmente, de
acuerdo a las instrucciones que emanan de la Presidenta, que, en definitiva, es
la última responsable de la conducta de todos y de cada uno de los funcionarios
y es la que decide su permanencia o no".
A confesión de parte, la misión de mero ejecutor fue
perfectamente descripta por un analista de Standard & Poor's, a la hora
de explicar por qué se le bajó la calificación a la Argentina: "nosotros no
apuntamos contra las personas, sino que evaluamos políticas", disparó.
Hugo Grimaldi