La última transferencia de escuelas que tuvo lugar
en 1992 en el país, cuando se giraron las escuelas secundarias a las provincias
y sin fondos que la acompañaran, dejó en claro que el papel de la Nación iba a
ser el de "coordinar" la política educativa y, a la vez, eludir con comodidad
las preguntas sobre conflictos y huelgas docentes.
En ese sentido, los docentes también entendieron el nuevo mecanismo: tenían que
dirigirse a sus respectivos gobernadores y ministros de Educación para
solucionar sus históricos reclamos; los estudiantes en las calles de su
jurisdicción y, al mismo tiempo, los funcionarios que en adelante tenían
escuelas y maestros enfrentar el mantenimiento y sostén financiero.
Desde hace más de una década, por lo tanto, las protestas docentes con
intermitencias no cesaron, la pérdida de días de clases tampoco y, en ese marco,
se confundieron los lamentos de las provincias de no contar con recursos
suficientes, de estar tironeados por la Nación en la coparticipación y de hasta
fijar los sueldos mínimos del magisterio.
Los docentes, que en general como marca y remarca CTERA son "trabajadores de la
educación", se conformaron tradicionalmente en el termómetro gremial del país y
en el espejo en que se miraron casi siempre el resto de los estatales, en un
escenario en que se conservaron como uno de los sectores con mayor independencia
de los gobiernos de turno.
Ello, a pesar de las críticas que recibieron los "ceteristas" por compartir
fotos con el ministro de Educación, Daniel Filmus, en el arranque de clases del
ciclo lectivo en Entre Ríos en 2003, cuando se pagó a los maestros en huelga
desde hacía dos meses, con fondos tramitados al Banco Mundial durante la gestión
de Roberto Lavagna y la ex titular de Educación Graciela Giannettasio. Pero este
papel "rector" que quedó para la Nación, ahora huérfana de escuelas, docentes y
alumnos —a excepción del nivel universitario que aún está bajo su órbita— estaría generando algunos tironeos a la hora de la discusión salarial o
negociación paritaria, que tiene lugar a nivel jurisdiccional con los maestros.
Tal es el caso de la provincia de Buenos Aires, donde se sabe que cuenta con un
importante déficit y que no estaría peleando los recursos coparticipables con la
Nación con el énfasis que esperan los sindicatos del Frente Gremial docente.
El magisterio bonaerense, que rechazó hace horas la propuesta de una suma fija
de un 7 por ciento no remunerativa y hará el segundo paro del año el jueves 21,
tras el fracaso de la paritaria del viernes último, señalaba por lo bajo que "la
Nación no quería otorgaran un nuevo aumento".
Uno de los motivos sería el que se subirían a esa mejora el resto de los
trabajadores estatales no solo del gigantesco territorio bonaerense sino también
del resto de las jurisdicciones.
Sin embargo el maestro, cuyo sueldo inicial es de 1.290 pesos, gusta por un lado
ser considerado un trabajador pero a la vez defiende la pertinencia un sector
social intelectual y ligado al consumo de bienes culturales, del que dicen hoy
se ven impedidos por el alza de precios.
Algunas entidades docentes prefieren poner paños fríos con los gobiernos y le
enrostran el alza de precios al lock out del campo.
En ese marco habrá que ver cómo se comporta la relación del magisterio
bonaerense con los funcionarios provinciales hasta la tregua que se pidió para
el 15 de octubre, teniendo en cuenta además que las anónimas "bases" consideran
"insuficiente" un paro por 24 horas y estarían reclamando medidas más
prolongadas y drásticas.
También observar en qué medida se resiente la calidad del aprendizaje de los
chicos y la pérdida de días lectivos, tan gravitantes en su formación, cuando en
este caso se estaría discutiendo por unos tres puntos más de aumento.
Laura Hojman