Los acontecimientos económicos de las últimas semanas han permitido coleccionar algunas curiosidades propias de esta «nueva» Argentina económica, en donde nada es lo que se dice que es. Y en donde se ha transformado en «opinable» hasta la aritmética más elemental. Aquí van sólo algunos ejemplos:
Se habló mucho de la colocación de deuda a Venezuela y del carácter cuasi monopólico que tiene el amigo Chávez como prestamista de última instancia para el gobierno argentino. Sin embargo, la realidad es otra. El gobierno venezolano no le presta plata a la Argentina, lo que hace es comprar deuda del país, para revenderla a sus bancos. Y éstos, a su vez, venden dicha deuda en el mercado para hacerse de dólares libres, aprovechando regulaciones del mercado cambiario venezolano. Dicho de otra manera, Chávez es un mero colocador de bonos argentinos en el mercado internacional. Es un intermediario, no un comprador. Quien compra los bonos es el «mercado internacional», pese a que, según todos los comentarios, dicho mercado está « cerrado» para la Argentina. En la práctica, entonces, no está cerrado simplemente, está dispuesto a comprar deuda argentina a un precio muy inferior al que lo compra Venezuela (rendimientos muy superiores). La triangulación con Chávez le permite al gobierno argentino endeudarse a una tasa «menor» a la que le pediría el mercado directamente. Es decir, Chávez no es un usurero que nos presta a tasas exorbitantes. Por el contrario, Chávez nos subsidia la diferencia de tasas entre el mercado y lo que nos cobra Venezuela. ¿Y por qué les conviene a los bancos venezolanos «perder plata» con los bonos argentinos? Porque lo que pierden con los bonos, lo compensan más con la ganancia que obtienen con el diferencial de cambio, entre el dólar oficial y el dólar libre en Venezuela. (Si, además, hay algún «vuelto» en la operación para funcionarios públicos venezolanos o locales, se ignora.)
También se mencionó mucho, en estos días, la eventual renegociación de la deuda con el Club de París. Aquí también hace falta alguna precisión. Una parte importante de la deuda con el Club de París, es, en la práctica, deuda de empresas locales o internacionales, que invirtieron en la Argentina, con líneas de crédito subsidiadas, por garantías de organismos oficiales de los países que integran el Club de París. En general, se trata de operaciones de importación de maquinarias o tecnología de los países de origen de los créditos, en donde los estados respectivos le aseguran la operación al exportador, y en donde el Estado argentino asume el compromiso último de pago. Muchas de estas empresas, si no todas, le han abonado, puntualmente, al gobierno sus obligaciones con el Club de París. Y es el gobierno argentino el que «retiene» esos pagos o los desvía hacia otros destinos en estos años. Por lo tanto, al menos una parte de la deuda con el Club de París debería poder pagarse al contado, ya que «la plata está», en alguna cuenta oficial, por cuenta y orden de empresas privadas. No sería, en este caso, un «uso inapropiado de las reservas», dado que, en realidad, ese dinero nunca debió «contabilizarse» como ingreso genuino del Estado argentino.
Hablando de deuda. Las especulaciones en torno a un nuevo default, motivadas por la baja en la calificación de la deuda soberana por parte de las agencias internacionales, obligó al gobierno argentino y a los analistas privados, a «imaginar» la forma de pago de los vencimientos de los próximos años. Allí surgieron como «fuente de financiamiento» complementarias, la ANSeS y la AFIP, entre otros organismos públicos. En el caso de la ANSeS su supuesto superávit se forma con la parte de sus ingresos que dependen de la cesión que, en su momento, hicieron las provincias de un porcentaje de la recaudación de los impuestos coparticipables —a cambio, en algunos casos, del traspaso de las cajas previsionales provinciales—. Otra parte del superávit de la ANSeS surge de «no ajustar» durante los últimos años los pagos a jubilados. Por lo tanto, se ha generado una deuda con los mismos que la Corte irá reconociendo aunque lentamente. Sintetizando, en este aspecto. No estamos ante un superávit de la ANSeS, sino ante la cesión de impuestos de las Provincias y ante deuda con jubilados no pagada -además, la «movilidad» que se votará estos días, reducirá, seguramente, el superávit del organismo en los próximos años. Por lo tanto, en la práctica, estaremos pagando deuda «externa», con fondos de los jubilados y de las provincias. Es decir, incrementando la «deuda social». ¡La gran acusación del progresismo argentino a los gobiernos anteriores! La otra cuestión es más una pregunta que una precisión: ¿Por qué tiene la AFIP, un organismo recaudador, excedentes como para tomar deuda del Tesoro? ¿Es plata de reembolsos a los contribuyentes que no se devuelve en término?; ¿Es el fondo compensador que tienen los empleados de la AFIP para mejorar su retiro?; ¿Por qué otra razón podría la AFIP, insisto, una dependencia que recauda impuestos y gasta en operación y tecnología, tener excedentes de caja lo suficientemente importantes, como para prestarle fondos al Tesoro? En ese caso, otra vez, es deuda con los contribuyentes que no se paga en término y se computa como superávit. O es la plata de futuros jubilados a los que se les «encaja» deuda pública.
El último ejemplo que requiere algunas precisiones es la «estatización» de Aerolíneas. Primero habría que saberqué estamos comprando. Si es el «valor presente del flujo futuro de caja» de la empresa, como establece el Actaacuerdo firmado por el Estado con los actuales accionistas, surgen varios problemas. El flujo de caja futuro está en función de un plan de negocios en dónde resultan clave las tarifas y el grado de «monopolio» en las rutas de cabotaje e internacionales. Ninguna de esas cuestiones depende directamente de la empresa, sino ¡del comprador! En otras palabras, si las tarifas siguen desactualizadas, como hasta ahora, y el gobierno concede nuevas frecuencias a otras empresas, en las rutas rentables, mientras Aerolíneas tiene que prestar servicio en todas las rutas, lo más probable es que el flujo futuro de caja de la empresa siga siendo negativo. De manera que, por ese método, no vale nada o, en realidad, vale lo que el Estado quiera, dado que es el Estado el que fija las condiciones centrales para la operación rentable o no de la empresa. ( Ignoro si el contrato original de la privatización de Aerolíneas establece parámetros específicos para tarifas y rutas, equipamiento, etc. En ese caso, no se trata de una estatización, sino de la discusión en torno a incumplimientos mutuos de contrato y la reversión al Estado de los bienes entregados en su momento.) Si lo que se compra, en cambio, es el patrimonio de la empresa, hay que revisar activos y pasivos. Pero, otra vez, entre los activos más valiosos de Aerolíneas, debe estar su marca y las rutas concesionadas por el Estado argentino, junto al valor de contar con personal especializado. Y es posible que haya algunos aviones propios en la flota. Estos activos, al parecer, no cubren los pasivos conocidos por trascendidos periodísticos. Y, otra vez, las rutas, las otorga y quita, dentro de ciertos límites, el comprador. De manera que, sin las rutas, Aerolíneas vale muy poco y con patrimonio neto negativo, el Estado debería cobrar y no pagar. Por estas razones, la «compra» por parte de nosotros, los contribuyentes, de Aerolíneas Argentinas, parece la peor solución. En todo caso, lo más razonable es, primero, precisar las tarifas de los próximos años, con algún mecanismo de ajuste. Establecer los subsidios que el Estado debería otorgar a las rutas que no son rentables económicamente, pero que « socialmente» conviene mantener. Definidas las rutas y frecuencias para cada destino, se puede evaluar quiénes están en condiciones, desde el sector privado, de ofrecer ese servicio, bajo especificaciones de calidad determinadas y al menor subsidio posible. De no surgir oferentes, o compradores para Aerolíneas Argentinas, decidir la conveniencia o no de su quiebra, reestatización,u otras variantes. En otras palabras, el valor de la empresa depende de condiciones y contextos que tiene que definir el comprador. De acuerdo con esas definiciones, la empresa puede valer mucho o nada. Puede tener privados que la operen, o no. Puede hasta ser operada por sus actuales accionistas, o no. En cambio, la decisión que tomará el bloque oficialista en el Congreso en los próximos días, nos deja en el peor de los mundos. Con una aerolínea cuyo precio ignoramos, e ignoraremos mientras no se definan los temas mencionados. Cuyo déficit operativo no tiene ningún control, ni límite y que seguiremos pagando entre todos. Y con un litigio indefinido con los actuales accionistas que consideran, según un acta firmado con el Estado argentino y que el Congreso no ha derogado, que la empresa tiene un «valor presente neto positivo».
Como puede observarse por estos pocos ejemplos, el cambio climático sigue influyendo en la región. El realismo mágico, otrora patrimonio exclusivo de climas caribeños, se ha apoderado, con furia, de estas latitudes.