Muchas veces se ha intentado descifrar la
razón por la cual la gente sabe tanto de pseudo y tan poco de ciencia. Los
científicos suelen ser el blanco principal. Se los ha criticado por no
dedicarle suficiente tiempo a la refutación y privilegiar su trabajo académico,
sin observar las consecuencias de largo plazo de la multitud de engaños a que se
somete a la población. Si los costos sociales de la proliferación de la
pseudociencia son más altos que los beneficios a largo plazo de los nuevos
descubrimientos e inventos, socialmente los científicos deberían destinar más
tiempo a la refutación que a su carrera personal.
Mi punto de vista, como economista, es que no podemos culpar exclusivamente
a los científicos. Tienen algo de responsabilidad si ejercen tareas docentes.
Quizás se deberían enseñar más a los alumnos los métodos de “detección de
fraudes”, el uso aplicado de la lógica, y desarrollar en ellos una visión
escéptica respecto de las ideas que desafían las ya establecidas, hasta que sean
adecuadamente comprobadas.
Debemos tener en cuenta sin embargo que los científicos, al igual que el
resto de los mortales, calculan consciente o inconscientemente el costo de
oportunidad de lo que hacen. El costo de oportunidad de divulgar es el tiempo
perdido que no pudieron dedicar a la obtención de nuevos hallazgos o la
realización de más experimentos. Y también representa tiempo perdido en sus
carreras académicas.
Las ventajas para la sociedad de la investigación científica no deben surgir
de la “bondad” de los expertos, sino más bien indirectamente, a partir del
incentivo particular que cada científico tiene, que incluye tanto el
reconocimiento de su labor como el dinero ganado. No podemos obligar a los
científicos a resignar sus beneficios personales, así como no obligamos al
panadero a que nos haga una rebaja si nos quedamos sin trabajo o que done su pan
a los pobres.
La financiación de la investigación básica
¿Quién, entonces, financiaría la divulgación? Comencemos por hablar de la
investigación básica, insumo fundamental de la divulgación. La experiencia
indica que las empresas privadas son reacias a financiar la investigación
básica. Los economistas tenemos algunas explicaciones para eso:
-Incertidumbre. El rendimiento efectivo de la investigación básica es muy
incierto. Las probabilidades de éxito son difíciles de calcular, y esto ahuyenta
al sector privado. Sólo las firmas más grandes tienen suficiente financiamiento
como para compensar el riesgo.
-Largo plazo. Relacionado con lo anterior, los beneficios de la
investigación básica aparecen solamente en el muy largo plazo, pues sólo así las
probabilidades de éxito aumentan.
-Free riding. Los nuevos descubrimientos no son difíciles de copiar por
aquellos que no invirtieron en ellos. Este fenómeno, conocido como free
riding, desestimula la inversión en investigación básica, pues sus
resultados no son apropiables por una sola compañía. Las patentes (es decir, el
establecimiento de claros derechos de propiedad) podrían reducir este problema,
pero generan una pérdida a la sociedad, porque a los consumidores les conviene
que estos descubrimientos se dispersen lo más rápido posible para que actúe la
competencia.
Resulta evidente que la mejor solución es que el Estado (esto es, la
sociedad en su conjunto) financie la investigación básica, en pos del bienestar
general. Esto es lo que la mayoría de los países desarrollados hace, pero la
responsabilidad del Estado no debería terminar allí.
La intervención pública para la divulgación
La divulgación científica es una actividad que posee características
similares a la investigación básica, en el sentido de que su provisión debería
realizarse fundamentalmente a través del sector público. Veamos tres razones:
-Beneficios a muy largo plazo. La divulgación científica nos hará más
inteligentes, más cautos, mejor informados. Las firmas no observan en forma
clara y contable estos beneficios y no se pueden apropiar de ellos.
-Información asimétrica. Muchas firmas lucran ocultando información.
Cuando el consumidor no conoce adecuadamente el producto que está comprando, no
puede saber si el precio que paga es el correcto. El consumidor de medicamentos
no puede elegir entre distintas marcas porque no sabe si el remedio es o no
idéntico al recetado por su médico. En el caso de la divulgación científica,
ésta permite a los consumidores tener una visión crítica de lo que están
comprando, y así exigir información que respalde las supuestas ventajas del
producto. Muchas “herboristerías” que venden placebos dejarían de existir y se
ahorrarían recursos.
-Externalidades positivas. Una externalidad positiva es un efecto indirecto
beneficioso que la producción de una actividad produce sobre otra. Reduciendo la
cantidad de curanderos y otros pseudomédicos la salud de la población mejorará.
Los beneficios de la divulgación generan tantas externalidades no “cobrables”
que, una vez más, a los privados no les conviene invertir en ella.
¿Por qué prolifera la pseudociencia?
Desde el punto de vista económico, resulta fácil ver por qué las recetas
esotéricas dominan la creencia de la gente y son mayoría en los medios. Las
soluciones pseudocientíficas parecen más veloces, más baratas, y menos
complejas. Por otro lado, cuando la ciencia no logra develar misterios, no
cuesta nada asirse a una explicación fuera de los cánones de la ciencia
ortodoxa. Además, siempre es más fácil unirse a las creencias populares
pseudocientíficas que desafiarlas, sobre todo con argumentos poco comprensibles
o demasiado teóricos que requieren mucho esfuerzo intelectual. A su vez, los
que engañan logran cuantiosas ganancias con poco esfuerzo.
Por estas razones, no es de extrañar que la pseudo se extienda mucho
más rápidamente que la ciencia, y es debido a esta “falla” que la intervención
del Estado resulta fundamental. Las políticas que estimulen el pensamiento
racional y escéptico redundarán en extraordinarios beneficios de largo plazo
para la sociedad. Pensemos simplemente cuánto se ahorraría una sociedad
razonable en controles, investigaciones, juicios, prisiones, y cuanto ganaría en
salud, educación y bienestar.
Pablo Mira