Mirando a la distancia, seguramente nadie de los enfervorizados concurrentes a la Plaza de Mayo aquel luminoso sábado 10 de diciembre de 1983 imaginó que 25 años después la desilusión era moneda corriente. Es que no hay jornada que concluya sin su cuota de crímenes, asaltos o demás desgracias producto de la sensación de inseguridad que azota a los argentinos. Ya a quienes salen pensando que en cualquier esquina, sobre todo en esas noches pesadillescas donde todos los gatos son pardos, les puede sobrevenir alguna casualidad permanente y perder violentamente algo más que la billetera.
Nadie se siente a salvo, ni siquiera dentro de su vivienda. Pues desde la muerte del empresario Barrenechea, en San Isidro, una nueva modalidad delictiva asola esa zona y otras no tan pudientes. El saqueo sistemático de casas, mediante la utilización de una sierra copa que destruye la puerta de entrada. Una vez en su interior, los delincuentes se dedican a amedrentar, y en algunos casos hasta a torturar, a sus aterrados moradores con el fin de proveerse de la mayor cantidad de botín posible. Luego de consumado el atraco, ingresan a otras moradas desplazándose por los techos para luego huir con lo arrebatado.
Tamaña parafernalia organizativa dejó entrever, no sin razón, que dichas bandas pudieran contar necesariamente con algún tipo de infraestructura de protección. Pues sin ella, evidentemente, no demostrarían ese tipo de audacia y organización.
También, eso se desprende de leer entre líneas un par de acontecimientos acaecidos en los últimos días. El primero de ellos, concretamente tuvo lugar la semana pasada en la Villa 31. Hacia el fin de esos siete días, grupos de supuestos vecinos organizaron un corte de la Autopista Illia que duró 9 hrs; provocando un pandemónium en el flujo de tránsito principalmente en las horas pico. Si bien tanto el jefe de Gobierno porteño Mauricio Macri y el Estado Nacional intercambiaron las pertinentes acusaciones de rigor, resultó más que certero de que la movida se trató de un vuelto pesado de los segundos hacia aquel. Organizaciones villeras y algunos residentes denunciaron la presencia de punteros kirchneristas que amenazaban incluso a quitarle los planes sociales a quienes se negaran a participar de la misma.
Lo peor estuvo a punto de suceder cuando la Policía Federal se negó a intervenir ante la requisitoria municipal, sobrevolando el fantasma de un remedo de la masacre de Avellaneda, aquel ominoso 26 de junio de 2002.
¿Larvada guerra social?
El segundo suceso se vio anoche por televisión, en el programa de Telefé La Liga. En él se mostraba el modus operandi de las bandas de marginales que pululan en las populosas estaciones de Retiro y de Constitución. Entrevistas mediante, los protagonistas ilustraban al televidente las distintas técnicas de supervivencia que empleaban en tan azaroso paraje. Y la más utilizada era el robo al desprevenido transeúnte, siendo víctima del mismo en plena filmación un atónito sonidista.
“Les pedís una moneda y te dicen 'no tengo, salí de acá'. Y después cuando los revisás (sic) encontrás que tienen un montón de billetes. Si quieren que no les afane, que me consigan un laburo”, declaró sin hesitarse una chica de la calle. Obviamente, el entrevistador hizo mutis por el foro. Ya había tenido bastante con que le tomaran prestado el micrófono de ambiente.
De esta alucinante confesión, se desprenden un par de cuestiones de peso. ¿Acaso no tendría que ser el Estado un generador de empleo digno, y no un emisor de planes sociales berretas o de dádivas que no sirven para dignificar al individuo? Y si eso no ocurre, ¿por qué un inocente debe ser víctima de un atraco por parte de quien se siente resentido ante tamaña injusticia?
Por eso, no es descabellado inferir que a ciertos personeros del oficialismo les conviene grandemente que prosiga este estado de cosas, así las bajas innecesarias siguen siendo del mismo lado y ellos bien tranquilos, con ningún cacerolazo en la puerta de sus lujosas moradas.
Sumidos en angustia, presas de desazón e inermes ante la voracidad de una dupla gobernante que no parece detenerse ante nada, millones de ciudadanos dudan si este próximo vigésimo quinto aniversario les queda algo en pie para festejar.
Fernando Paolella