Los números siguen sin cerrar en el campo,
mientras unos quince millones de toneladas de granos descansan en silos en busca
de un destino que debería ser la exportación, apertura de ventas mediante, algo
que las autoridades no han dimensionado hasta ahora y que amenaza con
transformarse en una pesada mochila, tanto para la producción como para las
arcas oficiales.
Este año perfila un cierre lamentable, con cosechas que
comenzarán a deteriorarse en calidad, más el ingreso de la nueva campaña, para
la cual los precios no muestran tendencia de cambios ni recuperación, después
del estrepitoso derrumbe que tuvieron en los últimos meses.
El sector agroempresario en su conjunto ya tomó nota de estos
datos no menores que muestran un escenario donde la crisis recesiva global
potencia a la agresión interna, corporizada en la actitud de indiferencia y
falta de reconocimiento oficial a la gente que mejor hace lo que más necesita el
país: producir.
De hecho, y aunque los controles de gestión productiva
inclinen la balanza hacia el quebranto, quienes están en el negocio agropecuario
se resisten a abandonarlo, quieren seguir en la actividad y se aprestan a dar
pelea.
La gente del campo, casi en el abismo, va por mas y lo dejó
bien claro esta semana: si no se definen políticas estructurales para el sector,
enero volverá a reunirlos en las rutas del país y no precisamente para matear o
compartir un asado. Se aprestan a reeditar un año que merecería ser olvidado y
están dispuestos a dar pelea por algo que debería ser una actitud normal y
natural en democracia. Quieren dialogar con el Gobierno, buscar consenso y
volver a empezar.
No pocos afirman que el 2009 puede superar holgadamente la
profunda crisis con que el agro llega a este diciembre, con los peores números
de los últimos diez años, como mínimo.
Si la lupa se coloca sobre las cotizaciones granarias, no
se salvó ningún cultivo y contrastando guarismos con diciembre del año pasado,
los valores se desplomaron en más del 40 por ciento en todo el arco productivo
agrícola, merma que no puede compensarse ni siquiera con la rebaja que está
mostrando el mercado para algunos insumos esenciales.
El caso es que uno de los principales sectores económicos del
país navega por las aguas del lamento y las pérdidas, se ignora su potencial y,
a pesar de la adversidad, quieren ponerse de pie. Parece que el único modo de
ser escuchados será, una vez más, volver a las rutas hasta que alguien los
convoque al diálogo. El tema está llegando a su punto más álgido y ninguna
actividad escapa de la recesión, incluyendo la maltratada ganadería de leche y
carne, donde hablar de rentabilidad es casi una quimera.
Sobran motivos para inquietarse y, sin perder tiempo, el
gremialismo ruralista, nuevamente desbordado por sus bases, en pocas horas
entregará proyectos en el ámbito legislativo, entre otros objetivos, para
desarticular el devastador protagonismo de la ONCCA en las cadenas comerciales
de todas las actividades del campo. No se salvó ninguna a la hora de poner palos
en la rueda a cuanto producto del campo apunte a ser exportable. Los analistas
sectoriales aseguran por estos días que si no se modifica el escenario el
próximo verano, los chacareros recibirán por sus granos solo dos terceras partes
de lo que cobraron el año pasado, además de frenar cualquier intento
inversionista en el que hubieran pensado, arrastrando a otras cadenas de valor
en la caída.
Gladys de la Nova