Las buenas expectativas con que comenzó el
año 2008 se diluyeron con la rapidez que los argentinos ya estamos acostumbrados
a experimentar: a caballo de la falta de visión y lucidez de sus dirigencias, lo
poco de bueno que se consiguió con excesivo esfuerzo, se dilapidó al compás de
una serie de malas decisiones.
Así el final de este año encuentra a los ciudadanos
sumergidos otra vez en la incertidumbre sobre qué vendrá en el año que entra:
a diferencia de doce meses atrás, hoy quedan muy pocas esperanzas y más bien la
sensación dominante es de temor.
Si la presidenta Cristina Kirchner no pudo, en su primer año
de administración, aportar el bien más valioso y necesario para la vida de una
nación como es la confianza interna y externa, qué podría esperarse de lo que
resta de su mandato, que comienza a transitar desgastada, y peleada con la
realidad.
"De repente, apareció el Mundo", fue la poco feliz frase con
que la primera mandataria trató de resumir la razón de los infortunios que
empezaron a cabalgar por todos los segmentos de la sociedad. Es verdad que la
irrupción de la crisis financiera global terminó agotando las pocas reservas de
esperanza que podían quedar aquí, después de un año marcado por los desaciertos
políticos de la dirigencia nacional.
Cristina Kirchner pisó fuerte cuando ganó con un amplio
margen las elecciones, pero pasó muy poco tiempo hasta que su esposo y
antecesor, Néstor Kirchner, demostró que no sólo este gobierno iba a ser una
saga del anterior, sino que en realidad era más de lo mismo: no quiso resignarse
a dejar el poder a manos de su propia esposa.
Así Néstor, que tal vez comprendió tarde que lo mejor que
pudo haber hecho era presentarse a la reelección y ensayar la continuidad de su
dinastía a través de su esposa en el siguiente período, cuando ya hubiera podido
consolidar sus logros, se retiró sin retirarse y metió mano en el manejo de
la cosa pública hasta el punto de embarrarla.
El enfrentamiento, el rencor, el malhumor y la miopía
para analizar situaciones conflictivas domésticas e internacionales, actuaron
como un cóctel explosivo que lo primero que despilfarró fue el basamento
político que había sabido construir el ex gobernador santacruceño durante su
mandato presidencial.
El estilo político que dominó a los esposos probó ser tóxico,
pero no obstante ello, nunca decidieron abandonarlo: empecinados, siguieron
apostando a los gestos espasmódicos movidos más por el despecho que por la
convicción, como se vio durante el largo y crucial conflicto con el campo.
El Gobierno no salía aún del desgaste que le generó esa
derrota que se vio envuelto en el Tsunami internacional, sin siquiera haber
previsto que estaría por venir, pese a que el mundo daba señales clarísimas
sobre lo que estaba a punto de estallar.
La excusa fue, para la Presidenta, que el Mundo "decidió
aparecer de repente" para aguarle el asado al gobierno kirchnerista.
Después de un lapso demasiado largo para la reacción,
Cristina Fernández intentó retomar la iniciativa lanzándose a una desmedida ola
de anuncios, una señal más de la falta de ponderación y sensatez con que se
viene manejando la administración del país.
La normas destinadas supuestamente a mantener el nivel
económico para frenar la debacle no sólo en el crecimiento, sino también en el
nivel de empleo, podrían haber resultado casi hilarantes si no fuera que definen
una vez más, por si hiciera falta, el modo de gobernar que hoy impera en el
país.
Ninguno de los créditos difundidos ni de los planes
supuestamente destinados a sacar al consumo del letargo se verificaron en la
realidad: los préstamos para el primer auto, los canjes de electrodomésticos,
las facilidades de pago en el turismo, nada de todo eso se trasladó a los hechos
reales y tangibles, igual que aquellos supuestos planes para que los inquilinos
pudieran acceder a su primera vivienda, o a aquellos rutilantes anuncios de que
se pagaría por fin toda la deuda externa, la del Club de París y la que se
mantenía con los bonistas.
Tampoco se tradujeron a la realidad las mega obras
públicas que se dieron como a punto de iniciarse una y mil veces, siempre las
mismas, las que nunca, al menos hasta ahora, se concretaron.
Hay un sinnúmero de adelantos hechos por el gobierno de
Cristina que no resisten ni el más frágil archivo.
En un contexto económico totalmente adverso no puede
esperarse que el político se salve.
Con el desgaste generado por la sumatoria de malas
decisiones, el kirchnerismo va perdiendo como un transatlántico fisurado
su base de sustento.
Aunque siga contando en el Congreso con una mayoría de
obediencia debida, la sangría entre los justicialistas se hace cada vez más
ostensible, mientras la oposición una vez más cree que está sonando la campana
para ponerse en el ruedo con buenas posibilidades electorales.
También con apuro e improvisación, los partidos de la
oposición intentan a toda marcha tejer alianzas que antes declaraban imposibles,
con el único propósito de arañar alguna porción de poder que se le pudiera
restar al oficialismo.
La única realidad es que hoy nadie es dueño de nada, porque
nadie sabe qué va a ocurrir en un 2009 que se presenta lleno de interrogantes,
no sólo a nivel nacional sino también a nivel mundial.
Los expertos más pintados tratan de elaborar diagnósticos y
pronósticos que también carecen de credibilidad, si se tiene en cuenta que
ninguno supo predecir la debacle que signó en el mundo el final del 2008.
Es como si la realidad hubiera estado circulando por un
carril diferente al que transitan los dirigentes políticos y económicos de todo
el orbe.
Ahora el esfuerzo máximo deberá centrarse en hacer
coincidir la visión propia con la que la realidad arroja sobre los países y sus
ciudadanos, de fenómenos que no se autogeneraron, sino que fue resultado de una
cadena de perversas decisiones políticas internacionales.
De aquí en más todo está por verse: los que triunfarán serán
aquellos que puedan leer con la mayor honestidad, desprendimiento y amplitud las
señales que lanza el mundo para dar a la dirigencia una nueva oportunidad de
redimirse , porque la ley de hierro será esa: reinventarse o sucumbir.
Carmen Coiro