Una sequía de proporciones históricas, una
crisis mundial inédita y un Gobierno que se maneja casi exclusivamente por el
rencor y la venganza, hacen que los hombres del campo hayan quedado con un sólo
recurso para pedir ayuda: Dios, mientras los gobernadores e intendentes,
ministros, secretarios y legisladores del oficialismo, en la cuerda floja entre
los reclamos de la sociedad y los de sus jefes, sólo le piden a Kirchner. Así
parecen haber quedado divididas las necesidades en el país.
Por algo los productores agropecuarios, además de haber
vuelto a las rutas y a las protestas, organizan en los pueblos procesiones,
misas y oraciones especiales para que Dios se acuerde de sus tierras y les mande
lluvias, porque otra solución a la vista no les queda. El propio Néstor
Kirchner, según afirman los expertos en los vericuetos del poder del
santacruceño, sería quien dio la orden a gobernadores como Daniel Scioli, para
que no declaren la emergencia agropecuaria tan necesitada para el campo, hasta
allí llega su animadversión hacia el sector que casi selló la derrota política
de la presidenta Cristina Kirchner. Los mandatarios justicialistas tienen las
manos atadas, si quieren aspirar a cargos prolongados, mejores o aunque más no
sea, a permanecer con pequeños trocitos de la enorme torta del poder
kirchnerista. Cualquier manifestación a favor del campo es la antesala al
ostracismo. En cambio, la fácil receta de denostar a quienes viven y trabajan de
la tierra, les suma enormes beneficios. Mientras las otrora ricas tierras de la
pampa y el litoral argentino ahora exhiben una colección de huesos de las vacas
muertas por la hambruna generada por la sequía, la primera mandataria apareció
en público esta semana después de su prolongado descanso —sólo, según ella, por
un caso de hipotensión— con anuncios para favorecer a la agroindustria.
Claro que lo presentó como un beneficio más para los
desagradecidos hombres del campo: cómo no reconocer, sería su idea ante la
opinión pública, que ella había resuelto destinar créditos blandos para que los
productores puedan comprar maquinaria agrícola. En las desérticas y secas
llanuras argentinas el anuncio fue tomado como un cachetazo más: qué productor
se arriesgaría hoy a gastar su dinero en una máquina cosechadora si ya no tiene
qué cosechar, se preguntan. Sin embargo, hay lógicas que en el mundo del
kirchnerismo no se toman en cuenta. El país sufre pérdidas ingentes de divisas
por el cepo que el Gobierno decidió poner en el campo, el mejor recurso
argentino para apuntalar y generar crecimiento. La AFIP ahora está en manos de
kirchneristas de paladar negro puestos para controlar a contribuyentes, dibujar
cifras de recaudación y hacer cuantas maniobras ya conoce el intervenido INDEC.
El secretario de Agricultura, Carlos Cheppi, también está probando el sabor
amargo de saberse ninguneado por su jefe directo, el ex presidente Kirchner, que
una vez más dio al secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, todo el
poder para manejar también la política agropecuaria. Así es que a la gente del
campo sólo le queda pedirle a Dios, como diría el talentoso León Greco. Mientras
los gobernadores que van por más en las elecciones de octubre se debaten entre
las demandas de sus electores y las de sus jefes políticos, que en general están
en contradicción, los intendentes del conurbano viven felices la recepción de
gran cantidad de dinero para asegurar que sus ciudadanos votarán en octubre la
versión oficial en los comicios. En el conurbano, el conflicto del campo no
existe, sólo las demandas de paupérrimos grupos sociales que hoy se resignaron a
vivir de una limosna, la que les proveen a manos abiertas para la humillación
los jefes comunales peronistas, los mismos que abrevaron antes de Carlos Menem y
de Eduardo Duhalde. El supuesto progresismo del matrimonio Kirchner hace
agua, si no, cómo justificar que hoy por hoy el único sustento político que han
logrado es el de los más recalcitrantes caudillos peronistas del cinturón urbano
bonaerense. Ahí comienza y termina el apoyo potencial de los Kirchner, que
por añadidura no ha sido obtenido por amor sino por pura codicia. Muchos otros
se han sentido dejados de la mano todopoderosa del matrimonio en el poder: los
asambleístas de Gualeguaychú, por ejemplo, pasaron del respaldo del entonces
presidente Néstor Kirchner en un multitudinario acto, en reclamo contra las
pasteras que estaban instalando en Uruguay, a una declaración lisa y llana del
caudillo del PJ contra los cortes de ruta, abonada por un estudio del INTI
anunciando que desde que Botnia empezó a funcionar, las aguas del río nunca
habían sido tan cristalinas como ahora.
Mientras tanto los ciudadanos de a pie padecen tarifazos
impiadosos, cargan el peso de la crisis real que vive el país en sintonía
con el mundo, y tratan de hacer equilibrio en una realidad facilitada por un
gobierno que se dice progresista pero que en los hechos exhibe las mejores
virtudes del liberalismo económico mientras políticamente se asocia a figuras
que poco y nada tienen de centroizquierda.
Carmen Coiro