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DOBLEMOS LAS CAMPANAS POR HEMINGWAY

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    La vitalidad, un sino familiar y a las depresiones, quizás llevaron a Ernest Hemingway a dispararse un tiro con su escopeta.
    Su padre le habías señalado el camino, a uno de los escritores más vitales del siglo XX. Le gustaba la acción. Como Corresponsal Extranjero lo demostró en España en la Primera Guerra Mundial. Fue herido gravemente en Italia, donde se desempeñaba como conductor de una ambulancia. Desembarcaría posteriormente con los aliados en Normandía.
    En su vida privada en el mar, como incasable pescador, en las corridas de toro y en África, cazador audaz. Necesita la atmósfera real, como la que creaba con sus palabras. Vivía para poner a vivir al lector. Un escritor de raza, alguien dijo.
    He escrito en distintas ocasiones sobre el autor del Viejo y el mar, he doblado algunas campanas por su literatura, porque está en dos cuentos míos inéditos.
    Nos enseñó la disciplina en un lenguaje  simplemente prefundo, con esa atmósfera que quiere toda gran literatura. Se enamoró de  muchas mujeres, de España, de Cuba, pero no pudo superar la depresión, ese cartucho que le destapó los sesos, un dos de julio de 1961 en Idaho.
    Dejó la herencia del escritor gladiador, corpulento, alfo salvaje, intrépido, y eso le gusta a la gente, sus lectores. Pero era un hombre que pensaba, además de narrar, leía y tenía una clara y personal teoría acerca de lo que creía debía ser la escritura.
    “Toda moderna literatura norteamericana desciende de un libro de Mark Twain: Huckleberry Finn", dijo en una ocasión. Es lo mejor que hemos tenido, recalcó seguidamente. Todo lo que se escribe en Norteamérica viene de él. No había nada antes, añadía rotundamente. No ha habido nada tan bueno, después concluía.
    Era un hombre de grandes pasiones, en la vida y en la literatura que es vida hecha palabras. Y un escritor hecho en las redacciones de los diarios. Nunca olvidó las grandes enseñanzas de las frases cortas. Nada de adjetivos extravagantes. Un lenguaje realmente deshuesado.
    Pero su gran teoría, tantas veces repetidas, imitada por muchos escritores, es la del iceberg. La he explicado muchas veces, repetido literalmente. “No debe verse nunca más de un séptimo de lo que está debajo del agua”
  
Así como obtuvo grandes presas cazando en África o pescando esos enormes pez espadas en el Golfo en Cuba, obtuvo el  Premio Nobel. Hombre exitoso que ella Revista Life le pagaba por líneas. Su prosa pesaba, sin duda.
    Influyó en Jack Kerouac, Steinbeck, Malraux Updike, y muchos otros, él que venía de Twain y de las influencias de un periodista deportivo llamado Ring Lardner.
    Casi 43 años después de su suicidio, se abrirá su última morada como  un museo en Idaho. Está naciendo asociación Idaho Hemingway House Foundation, que será presidida por su nieta, Mariel Hemingway. También se realizarán en la casa reuniones entre escritores, encuentros, lo que sin duda, Hemingway hubiese aprobado efusivamente con un daiquiri en la mano, uno de sus tragos favoritos.
  
En Cuba, La Hacienda El Vigía es un museo muy visitado. Allí escribió El Viejo y el Mar. En Key West, La Florida, está su otra casa abierta al público.

 

Rolando Gabrielli

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