Los duros cruces que vienen protagonizando
el campo y el Gobierno desde hace casi un año se profundizaron esta semana y las
partes parecen haber roto lanzas, en lo que se proyecta como un nuevo y mayor
enfrentamiento entre el sector más dinámico de la economía nacional y
funcionarios que no terminan de dimensionar la gravedad de la crisis
agropecuaria nacional.
Desembarcar en este nivel de desencuentro estaba muy lejos de
la intención de los chacareros del país y mucho menos en momentos en que la
producción sectorial soporta castigos adicionales como la sequía y los reveses
externos, que llegaron para mostrar con mayor crudeza la situación rural
interna, consecuencia de las desinteligencias oficiales.
En las últimas horas, el vértigo dominó los hechos
cambiando el escenario hora tras hora, en una suerte de truco inexplicable que
llevó a la dirigencia del campo a dar marcha y contramarchas en cada decisión
que tomaba, a raíz de los 'retrucos' espasmódicos que no pararon de llegar desde
el más alto poder político.
Ahora, el campo comenzó a transitar un terreno minado
cuyas consecuencias por ahora son imprevisibles. Se desembarcó en una protesta,
tibia en apariencia, que presagia una tormenta que expresará la intensidad del
desastre climático desde el martes próximo, cuando los líderes del agro vuelvan
a verse las caras con funcionarios del Gobierno.
Llegan al encuentro sin expectativas, con fuertes presiones
de sus bases para cerrar de una vez por todas este capítulo de desencuentros
cada vez más profundos y estériles, apoyados sólo en caprichos oficiales
incomprensibles, que se desataron hace un año hasta alcanzar niveles impensados
de extensos olvidos hacia quienes más y mejor pueden motorizar la economía. El
primer paso para expresar la bronca se dio en Leones y amenaza con extender la
lucha a todo el país rural, en momentos que la Argentina no cuenta con resto
para aguantar otra protesta prolongada, por la mayor debilidad que muestra la
economía nacional, donde impacta la falta de divisas que podría haber generado
el campo, recortadas ahora por la sequía.
La paciencia está tocando fondo entre los productores; no
aparecen señales desde el Gobierno y más allá de cuántos chacareros llegaron a
Córdoba, una vez más los movilizó el espanto, la parálisis que soportan y el
terror de desaparecer, como ya sucedió con muchos de sus pares: sin escalas, las
partes se encaminan hacia un enfrentamiento que se perfila más duro que el del
año pasado. La colisión pudo haberse evitado sin agregar más piedras en el
sendero durante siete meses consecutivos, pero no hubo intentos de conciliación
desde el poder político y se gestaron nuevas e innecesarias medidas que solo
entorpecieron las relaciones. Así, con los puentes rotos, recomponer el diálogo
parece una quimera, cuando abrir puertas hubiera sido la mejor manera de
sobrellevar el conflicto y convivir civilizadamente.
Hoy no hay margen para hablar de piquetes de la abundancia.
Urge entender que se llegó a este punto por necesidad. Especialmente por la
necesidad de sobrevivir, después de atomizar el reparto de las pérdidas
provocadas por haber invertido para producir.
Sucede que a los mensajes claramente conciliadores del campo,
el Gobierno respondió con silencio y, sobre la hora, convocó después de
chicanear (definieron los mismos dirigentes), dinamitando las instancias
institucionales del diálogo para encaminar la solución del conflicto que, esta
vez, entró en una zona de mayor riesgo y turbulencias: deberá enfrentar los 'no'
fuertemente blindados que se pronuncian para los pedidos del campo, en el
círculo más influyente de la presidenta de la Nación. Así, el devenir de los
sucesos se transforma en peligrosamente imprevisible.
Gladys de la Nova