En la mañana del jueves 11 de marzo de
2004, la estación madrileña de Atocha se convertía en un instante eterno, en una
sucursal del infierno. Un ataque coordinado hacía volar cuatro trenes atestados
de pasajeros entre las 7:36 y 7:40 hrs, en dicha terminal ferroviaria ubicada en
las cercanías de la capital española. Víctimas del mismo resultaron muertas 192
y 1858 aproximadamente serían heridas.
Si bien luego del pasmo inicial, aumentado por la cercanía de
las inminentes elecciones, que se celebrarían el siguiente domingo 14, el
gobierno del entonces presidente José María Aznar acusó sin dilaciones a la
banda separatista ETA, aunque lo hizo temerariamente sin poseer ninguna prueba
concluyente. Al mismo tiempo, impulsaría una oleada de intoxicación
informativa en los medios para que estos, sin chequearlo siquiera, propalaran
como ex cátedra la versión oficial. En el caso emblemático del diario El País el
escándalo aún hoy produce escozor, ya que Aznar en persona llamó a Jesús Cebeiro,
su director, para comunicarle la masacre supuestamente perpetrada por ETA. Y así
dicho matutino, sacó en portada a grandes titulares el brulote tamaño
hipopótamo.
Pero cuando se sucedían las horas, con las noticias
angustiosas propagándose como aceite en el agua, ayudados por decenas de
anónimos que hacían sus propias averiguaciones muñidos de internet y celulares,
pronto se caería en la cuenta que el oficialismo ocultaba información. Pues no
sólo era eso, sino también se hizo evidente que los medios también habían
entrado en el juego macabro de sembrar impunidad.
Con ustedes, los cabeza de toalla
Pero luego, caída la ridícula adjudicación sempiterna a ETA,
sobrevendría el turno de los conocidos de siempre: los militantes islámicos.
Como revitalizando aquella añeja guerra de la reconquista, que insumió desde el
711 hasta 1492, la investigación llevada a cargo por la Audiencia Nacional
resolvió endilgarle la autoría de la matanza a los herederos del fantasmal Bin
Laden. Bien acorde al pensamiento de George Bush en su cruzada mundial post 11
de septiembre contra el mundo musulmán, este extraño atentado inmediatamente fue
funcional a dicho oscuro y macabro interés.
Oficialmente también, se afirmó profusamente que los
verdaderos autores del desmadre fueron unos islamistas fanáticos que, portando
mochilas con explosivos Goma-2, tuvieron el buen tino de suicidarse luego de
perpetrar su horrendo cometido. Lo extraño es que, siempre según fuentes
oficiosas, se llegó a ellos porque un integrante de la célula de una filial de
Al Qaeda cometió la torpeza de dejar una mochila olvidada con un explosivo sin
detonar en su interior.
Párrafo aparte lo merece el explosivo, un tipo de explosivo
plástico avanzado muy utilizado en operaciones militares. Además, siguiendo un
hilo conductor verde oliva, es dable inferir que los verdaderos ideólogos del
denominado 11-M operaron concienzudamente parapetados por una óptima información
de inteligencia y seguros de no ser hallados posteriormente. A esta teoría se
suma la clara evidencia que, los reales ejecutores en las sombras, han sido nada
menos que oficiales de la policía, la guardia civil y un sector de los servicios
secretos. Pues una de las conclusiones del juicio en cuestión, determinó que los
implicados actuaron autónomamente, esto es sin conocimiento absoluto acerca de
quienes en realidad los estaban manipulando. Un viejo juego, muy utilizado
también en atentados anteriores como el que secuestró y posteriormente dio
muerte a Aldo Moro, en 1978. Provisto de tantos tentáculos entrecruzados, que la
mano supuestamente ejecutora no se percata que detrás de ella, existen unos
individuos espectrales de la talla de Licio Gelli, demasiado seguros en su
lógica impune. “Hace tres años y medio de los atentados que se llevaron 192
vidas y, hoy, la sentencia, calificada de histórica, asienta su verdad jurídica
sin dejar resquicio a la duda: La matanza de Atocha fue obra de islamistas y
todo o gran parte del explosivo plástico del tipo Goma, vino de «Mina Conchita».
Se dice que este juicio y el fallo del tribunal son un triunfo del Estado de
Derecho y de las instituciones democráticas. En el terreno sumarial, la
sentencia sólo merece respeto y aquiescencia por su rigor e impoluta factura;
como apunta el propio texto, "la sentencia contesta las cuestiones planteadas
dentro de los límites de las acusaciones para declarar o excluir la
responsabilidad penal de los procesados".
Para el Tribunal, son hechos probados, que el móvil no fue
represalia por las tropas españolas en Irak, sino que estas células asesinas
islamistas «pretenden derrocar los regímenes democráticos y eliminar la
tradición cristiano-occidental sustituyéndolos por un Estado islámico bajo el
imperio de la sharia o ley islámica en su interpretación más radical, extrema y
minoritaria». Pero, para el ciudadano y muchas de las víctimas, resulta
penosa y algo frustrante, en aspectos no sustanciales; con esta resolución,
queda aún entreabierta la puerta a aplicar la lupa de la investigación a ciertas
incógnitas, que les bailan en la mente. Reclaman una veracidad abarcante de la
totalidad de los hechos. Aunque se ha resaltado, que «ninguna de las pruebas
avala la tesis alternativa» de la implicación de ETA en la matanza, lo expuesto
por el juez G. Bermúdez tiene un sentido muy otro: que de «ninguno de los nueve
informes policiales del sumario se habían podido deducir datos que permitieran
constatar la presencia etarra»; y ya se sabe cómo se hacían y retocaban esos
informes. La sentencia, al aludir a Al Qaeda sólo, como un ocasional elemento
ideológico de la autoría, ha triturado las hipótesis de la Fiscalía que la
atribuía a El Egipcio, Belhadj y Haski, y desechado los enormes esfuerzos de la
misma, por vincular la masacre con la decisión del Gobierno de Aznar de
intervenir en Irak; de Irak ni siquiera se habla. En el fallo, no existe ninguna
duda de que El Chino, El Tunecino y sus compañeros yihadistas pusieron la masa
mortífera en los trenes, sin señalar la mente inductora, con lo cual, sale
totalmente desairada la versión oficial y la del Gobierno. Ello muestra que,
evidentemente, subyacen algunas cuestiones primordiales en un nimbo de
oscuridad. Es extraño que la Fiscalía, habiendo perdido gran parte de sus
objetivos, se avenga y rehúya recurrir ante el Supremo; como sorprende que los
magistrados no hayan considerado como prueba el Skoda con rastros del ADN de
Lamari. ¿Qué hacía allí, si sólo tres terroristas viajaron en la Kangoo?, como
precisa la sentencia. Al cerrar este asunto, se abre un enigma más. Es
absolutamente indemostrable la afirmación, de que no se llegó a cortar la cadena
de vigilancia de la mochila de Vallecas, durante "su extravagante periplo".
La cuestión reside en que, como se apunta en el fallo, las partes eludieron el
testimonio del inspector que dirigía la recogida de objetos, a pesar de que
había reconocido, que tal mochila no estuvo nunca en sus manos. Las
declaraciones de los Tedax y de Sánchez Manzano corroboraron en el juicio que
ellos no vieron en El Pozo ningún objeto de ese tipo. Las dudas, pues, siguen
incidiendo. El tribunal podría haber extraído testimonio para que se investigara
la actuación de la UCO y de la Policía Nacional en Asturias, además de la rara
conducta de Sánchez Manzano, pero ha optado por no hacerlo, quizás, por no
traspasar lo que estrictamente exigía su obligación. Si bien, la sentencia
acredita que los explosivos eran Goma 2, la aparición de nitroglicerina en el
polvo del extintor y de DNT en los restos de los focos indica que pudo emplearse
también otro tipo de dinamita. Señalemos, en fin, que la sentencia, aporta la
certeza de que el Ejecutivo del PP reunió las pruebas, que han posibilitado la
condena de los terroristas, y recoge expresamente, lo que califica de
«escrupulosa la actuación policial». El tribunal ha asentado su verdad judicial
y la gente tiene sus interrogantes”, según un artículo de Camilo Valderde
Mudarra, aparecido en la web de Mundo Cultural Hispano, con fecha 7 de
noviembre de 2007.
A casi dos años después de estas conclusiones, la mente o
mentes inductoras siguen gozando del conveniente anonimato, y muy posiblemente,
hoy se mezclarán con la multitud de dolientes que rememoran ese luctuoso día de
injusticia, seguras que al menos por ahora, nadie los señalará con el dedo.
Fernando Paolella