Fantasías, recuerdos, imágenes mentales, pensamientos, pasiones... se hace larga la lista. ¿Todo esto producto de los electrones, protones, neutrones... quizás de neutrinos, fotones, magnetismo...? ¿En términos físico-nucleares: muones, leptones, bariones y... por último quarks o... ¡también ultraquarks quizás a ser descubiertos más adelante con aceleradores de partículas de mayor potencia que los actuales!? ¿A dónde iremos a parar en materia de pequeñez de las partículas? ¿O es que ¡no existen dichas partículas! y entonces todo se nos va al infinito a dos puntas: el tamaño de lo grande y en lo infinitamente pequeño? ¿Más allá de la última galaxia, otro universo de galaxias, y más allá otro... y así hasta el infinito? Y en pequeñez, ¿hacia dónde nos dirigimos con nuestras investigaciones? ¿Hacia otro inimaginable infinito?
¡Locura! Pero... si lo pensamos mejor, surge el interrogante: ¿Quiénes somos nosotros, pulguitas de nuestro sistema solar, microbios de la galaxia Vía Láctea, quarks del universo... ¡Pobres! Queremos abarcarlo todo para tenerlo en un puño, cuando apenas asomamos a un universo que no parece tener fin tanto en su extensión como en la pequeñez de los elementos subatómicos. Somos antropocéntricos por naturaleza, pero... ¡ojo con el antropocentrismo! Podemos estar engañados de cabo a rabo como microbios del universo real. No un cosmos finito en su tamaño imaginado por aquellos astrónomos que aún hoy creen en el creacionismo, sino intuido como infinito por los cosmólogos de avanzada que dejan de lado todo mito creacionista por ser ridículo para estos tiempos del avance científico.
Según mi óptica basada en mis conocimientos, el concepto de alma, de lo espiritual, incorpóreo, que no ocupa lugar, simple (no compuesto), sobrenatural..., a esta altura del conocimiento científico basado en la experiencia, es con toda evidencia ¡trasnochado!
No obstante, aún siendo pobres piojitos del universo, nos hemos agrandado sobremanera por medio de nuestro magno “invento”: la ciencia experimental, y gracias a ella y a su consecuente acompañante: la tecnología, ya arribamos a los confines de nuestro universo de galaxias y nos esperan otros mundos (véase de Paul Davies: Otros mundos (Antoni Bosch editor, Barcelona, 1980), y quizás lleguemos a avistar o percibir otros universos más allá. (Valga el contrasentido, ya que el vocablo universo significa el todo, pero no “todo lo creado” como indica el Diccionario Enciclopédico modelo l957, por ejemplo, con evidente sabor a creacionismo, sino lo existente desde siempre).
Este y no otro es el panorama actual de la realidad frente a la inconmensurable montaña de mitos, religiones, teologías, cosmologías y cosmogonías con sabor a ignorancia, surgidas (inventadas) para pretender explicar, con la mente vacía de conocimientos, nada menos que: ¡la realidad del mundo!
La arrolladora ciencia experimental
En tiempos lejanos como el de los presocráticos, los de la Alta y Baja Edad Media, era muy fácil a la par de lógico, hablar de la existencia del alma, de lo espiritual como correspondiente a un algo imponderable, sutil, misterioso que informa al cuerpo; sustancia espiritual y nada menos que inmortal, capaz de entender, sentir y querer.
No cabía otro recurso que el de separar netamente lo espiritual de lo material, sin sospechar, ni remotamente, que ambos términos se referían a eso subyacente que denominamos energía, y que yo distingo en una de sus facetas como psiquismo, una forma energética que poseemos no solo los humanos por supuesto, sino también los animales en gradación descendente, hasta una lombriz. ¿Por qué así lo digo? Porque nuestro esbozo de psiquismo se encuentra ya en los animales más pequeños de la escala zoológica que observan conductas, excluyendo quizás (o no) a la ameba (un unicelular con movimiento propio)
La escala zoológica constituye por sí sola una excelente escuela que muestra explicativamente los peldaños por los cuales ha transitado nuestro psiquismo hasta ser lo que somos.
Tuvo que haber sido inventado el sacrosanto microscopio con todos sus adelantos posteriores, para revelarnos la verdadera naturaleza de las cosas, lejos de todo mito.
Legiones de filósofos, pensadores, místicos..., sin bases sólidas, que sólo se valieron de anticuadas observaciones someras de la realidad del mundo y la conciencia, llenaron con letras gruesos tomos pretendiendo así, vanamente, explicar la existencia del mundo y el pensamiento.
Hoy la cosa es diferente. ¡Al tacho de la basura con las especulaciones filosóficas que partían de la base de la existencia del alma inmortal! Ni la actual ciencia médica, ni la moderna psicología complementada con la etología, pueden demostrar definitivamente la existencia del alma como ente simple que no ocupa lugar, separado de la “materia”, de la cual no obstante depende y se vale de los nutrientes procesados en nuestro aparato digestivo para tomar conciencia ¡de sí misma!, ya que, en el caso de un traumatismo craneal con repercusión cerebral, dicho presunto ente espiritual se oculta, se eclipsa, se torna inconsciente, a la espera de la recuperación del seso “sacudido”.
¿El seso sede del alma? (Pregunta capciosa). ¡No! Se apresuran a contestar los espiritualistas radicales, razonando así: La oveja, el cerdo, el camello, el pez, la rana, el sapo, las serpientes, el cachalote, nuestros gatos y perros... tienen seso, pero no alma espiritual. Esto lo dicen dejando de lado o ignorando adrede la complejidad del tejido nervioso. No es lo mismo el cerebro de una mosca (un conjunto de ganglios) que el seso de una orca o de una ballena azul. Pero si bien el peso del seso de una ballena es notable, su complejidad no puede ser equiparada al de un autoclasificado Homo sapiens. La complejidad es la clave, y esto lo ignoran los religiosos, por ejemplo, quienes supersticiosos como son (aún en estos comienzos del siglo XXI, no de “las luces” aún opacas como el de la bienvenida Ilustración europea, sino de la claridad meridiana de la ciencia de nuestros días) admiten, según se les ha inculcado, un ente aparte de la materia, puro espíritu (pura nada para mí), que, misteriosamente se torna inconsciente cuando nos golpeamos fuerte con una rama de un árbol o recibimos un garrotazo. (Lo notable del caso, es que, ningún filósofo del alma, de esos muchos que anduvieron y aún andan por ahí, en sus extensos tratados, me ha podido explicar (ni siquiera se les ha ocurrido hacerlo) dónde diablos se esconde el alma durante estos trances para permanecer inconsciente o dormida, despertar lúcida una vez recuperado del golpe el cerebro, y tornarse consciente de sí misma y del entorno.
-¡Pertenece a otro mundo, señor! ¡Al mundo de los espíritus separado de la burda materia, pedazo de alcornoque!- se me apresuran a aclarar furibunda y “sabiamente” algunos “eruditos” espiritualistas.
-¿Ah sí? – les respondería- ¿Y quién les dijo a Ustedes que existe otro mundo separado del que habitan la pulga y los chimpancés, seres sin alma inmortal; un mundo inmaterial repleto de ángeles, dioses, almas de los difuntos en la Tierra y quizás de otros planetas o lares del universo, como conciencias aparte del mundo material?
Con este criterio de ustedes los espiritualistas, también podríamos aceptar sin hesitar la existencia de los dragones, los dioses del Olimpo, las gorgonas, los silfos, las hadas..., el hombre lobo, los vampiros humanos chupasangre, las hechiceras del medioevo y al mismísimo Satanás con su cohorte de diablos deambulando por el universo haciendo sus diabluras ante la mirada impávida de su “perfectísimo” creador, y entre las pobres criaturas posesas, sus víctimas.
¡Basta de infantilismos, por favor!, les grito. Ya somos grandes y adelantados. Por si no se han percatado, ya estamos en el siglo XXI de la religiosamente denominada “Era cristiana” señores, a enorme distancia de la oscura Edad Media que para ustedes parece no haber concluido aún. ¡Despierten! Hagan borrón y cuenta nueva. Olvídense del pasado oscurantista, para ilustrarse con la ciencia moderna siglo XXI (de la era cristiana, de paso mal empleada cronológicamente para el devenir de la civilización del mundo entero).
Hoy, ya no nos arrastramos como gusanos por la tierra; pues, enviamos telescopios, naves y sondas espaciales hacia la extensión que nos rodea con el fin de conocer en qué mundo estamos inmersos, del cual formamos parte.
Por más que escudriñemos el espacio sidéreo y más allá las galaxias, no hallamos allí ni dioses ni ángeles ni almas buenas gozando en un Paraíso, ni pobres diablos que no pidieron nacer a nadie, pero ya ¡predestinados por la “santa” Providencia que lo sabe todo de antemano, sufriendo a lo largo de toda la eternidad en el Infierno situado en el centro de la Tierra, según los fantasiosos de siempre!
La mente fantasiosa, concibe infinidad de cosas; las experiencias científicas, por su parte, se encargan de borrar de un plumazo ese mundo fabuloso pleno de gorgonas, dragones, yetis, monstruos marinos, eones y dioses amenazantes tronando desde un cielo borrascoso.
La ciencia es la luz entre las tinieblas; los hombres, desde la más remota antigüedad (hablamos incluso de los prehomínidos), no podían emerger de las tinieblas de la ignorancia, por falta de una visión más real del mundo. ¿Qué se podía esperar de una humanidad falta de microscopios, telescopios, radiotelescopios, sondas y naves espaciales, aceleradores de partículas, experiencias en física cuántica y otros frutos de nuestra actual alta tecnología? Solo imaginación, fantasía, explicaciones baratas acerca de la realidad, de una realidad muchas veces amenazante, traicionera, cruel, impía.
Tal como reza el título de esta segunda parte de este artículo, la ciencia experimental es arrolladora, pues está barriendo milenios empapados de falsas visiones de la realidad. Los conceptos sobre el mundo y la vida largamente aceptados desde los presocráticos hasta no hace mucho tiempo atrás, ceden en franca retirada por falta de sostén ante las evidencias actuales demostradas por la alta tecnología aplicada a los diversos campos claves de la realidad: astronómicos, físicos, químicos y biológicos. ¿Quién se acuerda del alma, de los espíritus, cuando utiliza el ultramicroscopio y el microscopio electrónico para estudiar las neuronas que producen pensamientos? ¿Qué investigador de la mente a nivel molecular o atómico reconoce entre los elementos formadores del pensamiento, a un supuesto ente inmaterial, puro espíritu, separado de las glías, neuronas, axones y otros elementos que producen pensamientos; a una entidad (alma espiritual) separada de los quarks? Se debe sobrentender que, cuando nombro a los quarks, estoy designando una forma de energía “empaquetada” que nada tiene que ver con la burda materia, ni con lo espiritual, no obstante lo cual, puede producir todas las manifestaciones psíquicas (para mí, según mi óptica, no espirituales porque ningún espíritu existe, ni dioses, ni almas, pues todo esto es sólo un invento de la mente ignara).
Por eso me tientan a risa todos aquellos esotéricos que lanzan al mercado de libros infinidad de libritos que sólo sirven para embaucar aún más a los crédulos ajenos a la auténtica Ciencia Experimental cuyos adalides no hallan ni pizca de esoterismo alguno.
Ladislao Vadas