Las cartas ya están echadas en materia de
candidatos y ahora viene el tiempo de escuchar las propuestas de los aspirantes
a las bancas legislativas, sobre todo los que pretenden ser diputados y
senadores nacionales.
La cuestión laboral, junto con la de la seguridad, se
encuentra al tope de las preocupaciones de la ciudadanía, que debe recibir de
quienes la representarán las iniciativas para atacar los diversos flagelos.
Los problemas en el mundo del trabajo persisten y, a
partir de la crisis global desatada el año pasado, han retornado fantasmas como
las suspensiones, los despidos y la caída del poder adquisitivo de los salarios.
Más allá de la diversidad de opiniones al respecto, desde
aquellas que dicen que se ha entrado en una meseta hasta las que consideran que
podría haber un agravamiento de la situación, la dirigencia siempre tiene en sus
manos la posibilidad de impulsar acciones que puedan morigerar los efectos
negativos de la crisis.
Vale decir, aún hay vigentes anomalías que vienen de arrastre
desde hace muchos años, por lo que no es correcto ni siquiera arriesgar que son
producto de la problemática surgida hace poco en el mundo desarrollado y
derramada enseguida hacia todo el planeta.
Sabido es particularmente, por ejemplo, que el empleo en
negro es una gran mancha que se desparrama por toda la geografía argentina,
alcanzando a cuatro de cada diez trabajadores, con apenas un par de puntos de
mejora en más de un lustro.
Además, siempre está presente la certeza de que hay
sectores definitivamente marginales a los que la estadística no alcanza,
pudiendo así engrosar las filas de los irregulares.
Por añadidura, entonces, no sorprende que en medio de tal
desquicio existan situaciones de explotación y abusos, en muchos casos ya en el
terreno de la degradación humana.
Es lógico que hay casos en que la cuestión no puede
resolverse porque no hay condiciones económicas favorables para las respectivas
actividades, pero también no son pocos los casos en los que hay una costumbre
consuetudinaria que sigue desplegándose por la ausencia de sanciones categóricas
y ejemplares para quienes la practican o, lo que es peor, por alguna siempre
sospechada existencia de una cadena de corrupción que permite esa conducta.
Pero el trabajo no registrado no es el único problema. El
desempleo y la precariedad laboral en diversos rubros continúan siendo moneda
corriente, más allá de la mejoría que se ha logrado en cuanto a la desocupación
en los últimos años.
Y también hay otros cuya solución podría haberse hallado hace
bastante, pero por una combinación de intereses económicos y políticos se
postergó hasta quién sabe cuando: concretamente, uno de ellos es la cuestión de
los accidentes de trabajo.
Hay una sensación de que, ante la gravedad de otros temas, el
de los siniestros laborales parecería ser dejado en un segundo plano, incluso
por los más directamente involucrados, que son los propios trabajadores. Pero
esta también es una cuestión central que debe demandar la aplicación de los
mayores esfuerzos.
El régimen de ART en estos últimos años ingresó
paulatinamente pero sin pausa en un territorio donde, contrariamente al espíritu
con el que se había creado, las situaciones terminan resolviéndose en los
tribunales.
Entonces, lo que pretendía ser un despejado camino de
soluciones ante una circunstancia tan grave como un accidente laboral, se fue
transformando en un escarpado sendero hacia la resolución judicial.
La doble vía —el resarcimiento establecido por el régimen y
el reclamo en la Justicia— se desarrolló de tal manera que lo que se insinuaba
como solución terminó convertido en un problema para todos.
Las partes empresarial y sindical comenzaron a debatir
entonces una nueva reforma al sistema para reestablecer una equidad que
beneficie a todas las partes involucradas, pero quedaron empantanadas hace
meses.
Si bien al principio las razones había que buscarlas por
el lado de desacuerdos propios de cualquier discusión sobre un tema de fondo —en
este caso por los montos del resarcimiento y la posibilidad o no de iniciar la
demanda judicial— más adelante la causa del mantenimiento de la postergación fue
lisa y llanamente política. Debido a las elecciones, el tema quedó guardado
junto con otros en el arcón de la espera, que puede ser prolongada.
Así, en estas y otras cuestiones los legisladores deben tener
participación decisiva. Su misión, aunque resulte obvio decirlo, es crear las
leyes que rigen toda la actividad de una nación. Y en el ámbito laboral mucho
puede aportarse desde el Congreso, aún en temas que muchas veces en la historia
nacional parecieron ser resorte exclusivo del Poder Ejecutivo.
Por eso ahora comienza el momento de escuchar las iniciativas
de todos los sectores, después de la intensa puja —a veces a los codazos— para
conseguir lugares en las listas. En ese marco, el sindicalismo, más allá de las
cantidades de postulantes que haya logrado introducir en las nóminas o que
saldrán elegidos, ha tenido y seguirá teniendo el rol de principal protagonista
en la búsqueda de soluciones a los numerosos problemas del mundo del trabajo.
Los grandes duelos verbales previos a la presentación de
listas se repetirán, y seguramente se amplificarán, durante la campaña hasta el
día de las elecciones. Pero es necesario, más bien imprescindible, que en medio
de tanta pirotecnia se escuchen las propuestas que también el ámbito laboral
requiere de todos y cada uno de los candidatos.
Luis Tarullo