El 28 de junio pasado el electorado votó
en contra del Gobierno por sus malos modales y su escasa inclinación al diálogo,
pero no rechazó el modelo económico estatista que se viene implementando desde
2003. La tendencia es preocupante porque el estado argentino ha pasado a ser el
principal grupo económico concentrado de la economía y dispone de un enorme
poder de mercado que debería limitarse.
Según una encuesta de Carlos Fara & Asociados,
realizada en el Gran Buenos Aires a mediados de junio, 65% de los respondientes
aprobaba la estatización de Aerolíneas Argentinas y 55% la de las AFJP.
Las empresas estatales suelen ser cuestionadas (con razón) por su falta de
eficiencia, pero generalmente se pasa por alto que el mayor problema que
plantean es otro: el de conducir a una economía politizada o dirigista, es decir
una situación en la cual las decisiones sobre qué producir, cuánto y para quién,
no son tomadas por el mercado sino por el gobierno de turno.
En el mercado libre, la gente compra donde es más barato e
invierte donde la rentabilidad es mayor, premiando con beneficios a los
productores más eficientes y castigando con pérdidas a los que no lo son. Esto
permite asignar eficientemente los recursos escasos, incrementando la
productividad de la economía y con ello la calidad de vida de las personas.
Pero cuando es el gobierno el que determina cómo asignar los recursos, la
administración ineficiente no se castiga con pérdidas y los individuos se
concentran, no en obtener ganancias brindando bienes o servicios a otros, sino
en cultivar contactos políticos que les garanticen contratos, subsidios o
empleos.
Una economía dirigida puede surgir de dos maneras, que no
necesariamente se excluyen entre sí. La primera se da cuando el Estado usa su
poder regulatorio de forma abusiva, forzando a las empresas privadas a
comportarse de forma políticamente beneficiosa, pero económicamente ineficiente,
por ejemplo, prohibiendo despidos, fijando precios, limitando severamente el
comercio exterior, etc. como hacen, junto a intimidaciones y presiones, la
Secretaría de Comercio Interior y la ONCCA.
La segunda forma de caer en el dirigismo consiste en que el
Estado sea dueño de numerosas empresas y que éstas sean administradas según
criterios políticos: por ejemplo, usándolas para "disminuir" el desempleo, para
vender determinados bienes a pérdida, para discriminar a los consumidores de
acuerdo con criterios políticos, etc.
En ese sentido, se anotan las estatizaciones de Aerolíneas,
Massuh y Mahle, pero sobre todo la de las AFJP, que puso en manos de un
organismo politizado como la ANSeS las acciones de 44 compañías que cotizan en
Bolsa. Ello otorga al Gobierno la posibilidad de presionarlas para que se
comporten de acuerdo con criterios políticos, como ya hizo con Aerolíneas en el
pasado, cuando era administrada por privados. El mejor seguro contra el
dirigismo consiste en privatizar las empresas públicas y limitar severamente los
poderes regulatorios del Estado.
Pero cuando, como sucede en la Argentina, ello no es
políticamente viable en el corto plazo, lo mejor que se puede hacer es
desconcentrar el poder del Estado, evitando que se comporte como un actor
unitario que determine los incentivos de la economía como un todo.
Para ir por ese camino es necesario afirmar la independencia
de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, pero sobre todo garantizar la
autonomía de los entes estatales nominalmente autónomos: si hoy el Ejecutivo
tiene demasiado poder, ello se debe no solamente a que los Decretos de Necesidad
y Urgencia que emite, no controlados por el Congreso, sino también a que la
ANSeS, la ONCCA, la AFIP y las empresas estatales que no se administran de
manera independiente, sino que están bajo el control político de la Presidencia.
Habrá que esperar que los legisladores que asuman en
diciembre tomen nota de esto y le quiten al Ejecutivo el control de estos
organismos, mejorando la eficiencia con que se administran y disminuyendo el
riesgo de caer en el dirigismo.
Adrián Lucardi
Investigador Asociado
Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL)