Parece digno de Macondo. Pero desgraciadamente, ocurrió en estas playas. Jorge Lanata comprobó no sin espanto como "desde arriba" le sacaban la roja, y su programa Día D se quedaba sin salida al aire en América TV. "¿Porqué el canal desistió de cumplir el acuerdo firmado con Lanata?. Todo dejaría de ser una mera decisión empresarial si no fuera porque el propio Néstor Kirchner estuvo en el medio. Y lo más grave aún, Jorge Lanata tuvo que peregrinar a la Casa de Gobierno para ver si el Gobierno autorizaba la vuelta de su ciclo. ¿El resultado? Día D no estará en el aire", puntualizó la revista Noticias en su edición del viernes 7 de mayo de este año.
¿Y esto, con qué se come? Primero, se asistió al extraño suceso de la invitación de Kichner al relanzamiento de la tinellesca Radio del Plata, y ahora éste ordena bajarle el pulgar al periodista con más índice de credibilidad del país (según algunas encuestas). Evidentemente, algo huele a podrido y no sólo es producto de la fetidez del Riachuelo.
La palabra es generadora de realidades. Esto lo sabe de sobra el mandatario venido del sur.
Pero también debe inferir que actos de censura como el que defenestó a Lanata, tienen un peligroso efecto boomerang que a la larga minarán cualquier indicio de credibilidad.
Pues como se indicó en este espacio, ningún gobierno que se precie de democrático sobrevive si permanentemente amordaza, censura y persigue a los comunicadores que se niegan a ser meros voceros oficiales.
¿Habrá que pedir permiso, como se acostumbraba en la secundaria procesista cuando algún alumno necesitaba ir a orinar? ¿Será necesario levantar la mano, para que mandamás de turno apruebe con una sonrisa cuando la pregunta roza lo obvio y no compromete a nadie?
Ningún gobierno puede sentirse conforme si reduce al periodismo a una máquina expendedora de tarados. El buen periodismo no es propaganda paga, pues como dice Miguel Wiñazki "la propaganda es ficción descarnada, sin belleza. La propaganda es el look de la mentira".
Hace un par de años atrás, a este cronista le parecía muy simpático Néstor Kirchner. Sobre todo su capacidad chabacana de conducirse, sumado a su peculiar aspecto físico. Ya no.
Virtudes de madera
Giarolamo Savonarola era un fraile dominico de la Florencia renacentista, dotado de una prodigiosa y filosa oratoria. Los habitantes de esa bellísima ciudad italiana lo escuchaban con deleite cuando dirigía sus andanadas verbales contra el disoluto papa Alejandro VI, conocido también como Rodrigo Borja. Decía que en los tiempos de los primeros cristianos los cálices eran de madera, pero los corazones de los fieles estaban hechos de oro puro. Pero en su época la ecuación se había invertido, porque los cálices eran de oro mientras que la virtud del papa y los cardenales se tornaron de madera.
Más acá en el tiempo, el ministro del Interior Aníbal Fernández declaró hace unos días que el anunciado aumento a los funcionarios es justo porque "la relación de la política y la gente mejoró". De existir Savonarola, se hubiera doblado de la risa al oír semejante dislate, sobre todo en medio de una crisis energética a la cual pagarán los mismos de siempre.
Porque efectivamente, el sayo bien les cabe a los trasnochados políticos argentinos. Siempre dados a cultivar su imagen exterior, pero obviando su moralidad de madera y unida a una mentalidad de cartón pintado.
Fernando Paolella