¡No pudieron! exclamó Francisco desde un abrazo interminable con su padre Abel. Treinta y dos años tardó la lucha y la vida para concretar lo que el terrorismo de estado había separado. Ahí, en la sede de las Abuelas de Plaza de Mayo, concluyó nuevamente una historia arrancada de las tinieblas de los años de plomo. La 101. Con una particularidad. Es el reencuentro de un hijo con su padre. Y en este caso, el padre es el Secretario General de la Organización. La historia de dos hombres.
En un relato surcado por mujeres, madres y abuelas, que escribieron con sus pies, su tenacidad y sus talentos una épica que identifica las tres últimas décadas del siglo XX y la primera del siglo XXI. El primer nieto del bicentenario lo bautizó Estela Barnes de Carlotto con un rostro desbordante de alegría. Esa que iluminaba los ojos de Francisco y Abel. De fondo parecía escucharse la inigualable voz del catalán Joan Manuel Serrat cantando: “De vez en cuando la vida/ nos besa en la boca/ y a colores se despliega/ como un atlas/ nos pasea por las calles/ en volandas/ y nos sentimos en buenas manos/ se hace de nuestra medida/ toma nuestro paso/ y saca un conejo de la vieja chistera/ y uno es feliz como el niño/ cuando sale de la escuela”
Abel
Cualquiera que haya visitado la sede de Abuelas, conoce ese entrerriano de rostro bonachón, prominente cintura, frondosos bigotes, que fue militante de Montoneros, y que se exilió en Suecia y Méjico después de la desaparición de su compañera Silvia Mónica Quintela. Cursó la carrera de Agronomía en la Universidad de Buenos Aires que quedó inconclusa como consecuencia de la intervención y una expulsión consiguiente.
A su regreso al país en 1983, continúo con la búsqueda de su hijo iniciado por las abuelas Sara Elena de Madariaga y Ernestina “Tina” Dallasta y que había nacido en cautiverio. En un principio fue coordinador de los equipos técnicos de Abuelas y luego fue parte de su mesa directiva.
Como en el relato bíblico, Abel tuvo su Caín, que fue la dictadura establishment- militar. Esa que le arrebató a su compañera, que estaba haciendo su residencia de cirujana en el Hospital Municipal de Tigre, mientras militaba con su compañero en la columna norte de Montoneros. Fue detenida en Florida, en el Gran Buenos Aires. Sus compañeros la conocían como María. Tenía apenas 28 años. Fue llevada al Centro de Detención El Campito, en Campo de Mayo, cuando ya tenía un embarazo de cuatro meses. Ese que describe Serrat para situaciones normales: “Se le hinchan los pies/ El cuarto mes/ le pesa en el vientre/ a esa muchacha en flor/ por la que anduvo el amor/ regalando simiente.” La preocupación por las consecuencias de las torturas. El transcurrir de una espera deseada en condiciones tan precarias y con la incertidumbre que el nacimiento sea la sentencia de muerte de la madre. Muy lejos de lo que describe el notable cantautor español para una situación normal: “Si la viese usted/ mirándose/ feliz al espejo.../ Palpándose el perfil/ y trenzando mil/ nombres en dos sexos.” Pero aún en un campo de concentración, no se arrían, muchas veces, las esperanzas y las utopías. A su futuro hijo decidió llamarlo Francisco como lo había acordado con Abel. Es tal vez más fácil pensar que Silvia le hablara a ese hijo que llevaba en su vientre como lo hizo otra compañera en la misma situación, María del Carmen Gualdero de García, que le escribió a su futuro hijo: “Porque no duerma mi hijo / en una cama de helio / Recogeré el aire de donde queda / Cosecharé el amor de donde pueda...../ Porque no enturbien el agua que beba / Porque no ensucien el mar ni la hoguera / Reuniré el sudor de las luciérnagas / El llanto rebelde de su padre y beberá / de las cuencas de miel de las abejas / De las vacas no contaminadas / De las napas profundas de la tierra... Andaremos los caminos / yo, con los ojos asombrados / Tu con los ojos limpios, nuevos / Andaremos los caminos palmo a palmo, tierra a tierra / Si es que para ese día tu y yo quedamos / Si es que nos dejan, si es que nos dejan...Hijo mío “.
El sobreviviente Juan Carlos Scarpati a quién Silvia atendió cuando llegó herido de ocho balazos relató “que cuando los partos comenzaron a realizarse por cesárea programada en el Hospital Militar de Campo de Mayo, Silvia dio a luz de esa forma, volviendo al día siguiente sin el bebé. Le dijo entonces que pudo estar unas horas con su hijo y que el mismo le habían prometido iba a ser entregado a su mamá”
Francisco
Cuando llegó a la casa de sus apropiadores, aún no se le había caído el cordón umbilical. Lo inscribieron como nacido el 7 de julio de 1977 con la identidad de Alejandro Darío Gallo, hijo de un oficial de inteligencia del Ejército Víctor Alejandro Gallo y de Inés Susana Colombo, a quién su esposo le dijo que había un niño abandonado en Campo de Mayo por lo que ella le pidió que lo trajera.
Francisco convivió con los hijos biológicos del matrimonio, Guadalupe, un año mayor y Martín, dos menos. Su infancia fue durísima. Gallo que participó del asalto de una financiera y asesinato de una familia conocido como “Masacre de Benavides”, es un personaje extremadamente violento. En una entrevista realizada por Diego Martínez en Página 12, Francisco contó: “Yo era su juguete de guerra. El tipo era nazi. Odiaba a zurdos, judíos y negros. La infancia en San Miguel fue con violencia física y psicológica: en lugar de los Parchís nos hacía escuchar marchas patrias. A los catorce años los apropiadores se divorciaron. La violencia siguió. Un día entró con una pistola, le rompió el tabique a ella y me gatilló en la cabeza. La música y el secundario me acercaron al tema de la dictadura. Era punk, iba a los recitales, estaba bien informado, incluso fui a alguna marcha….La separación y las detenciones de Gallo jugaron a favor. Tuve la libertad de formarme solo. A los dieciséis empecé a trabajar de cadete: fue mi independencia. Es que te crían con miedo….A los veinte empecé a hacer malabares, a viajar como artista callejero, y a formarme, a ser yo como persona….A mis novias las trataba como a una madre. Les hacía una escena cuando se iban. Me faltaba algo, la mujer que me habían sacado, todo lo natural que puede tener un hombre... Malabareando recorrió el país y el sur de España. Luego la apropiadora lo echó. “Se lo agradezco, me generó enormes dudas. Al estar sólo te planteas un montón de cosas”
Fueron dos amigos, Juan y Cristian -y Lucía una ex novia- que lo impulsaron por el camino de la búsqueda de la identidad. Siempre le había quedado además la duda que sus compañeros lo encontraban tan diferente a sus hermanos.
Hace poco, cuenta en la revista Debate a la periodista Carolina Reve: “viví un episodio muy feo con Gallo. Yo le pido entrar a su empresa de seguridad porque sus otros dos hijos trabajaban ahí. Pero a la semana me echa con cualquier excusa y me lleva a trabajar como custodio de camiones para un amigo. Es así como terminé trabajando con un grupo de ex policías y militares en medio de armas truchas. Un grupo de fascistas de San Martín que hasta tenían la foto de Videla. Y un día me mandó a un aguantadero y quedé en medio de un tiroteo. Yo no podía entender como un padre exponía así a su hijo. Hasta los compañeros se lo preguntaban. Quería hacerme desaparecer.”
Emprendido el camino en busca de su identidad se hizo el análisis de sangre el 4 de febrero. Pero antes de ir a Abuelas buscó un atajo. Se lo contó así al periodista Diego Martínez: “¿Soy adoptado?, indagó a la falsa abuela paterna. ¿Querés tomar algo?, lo eludió. “Loca como el hijo”, pensó él. A horas de visitar a Abuelas le dio la última chance a la apropiadora… -Decime la verdad. ¿Soy tu hijo? golpeó la mesa. Silencio. ¡Hablá! ¿Soy tu hijo? gritó. La mujer negó con la cabeza. Ahí le confesó que lo habían traído de Campo de Mayo.
Francisco fue con su apropiadora a Abuelas, donde lo recibió un psicólogo cálido y comprensivo de nombre Marcos.
Silvia y Abel
Ambos militaban en la columna norte de Montoneros. El relato del primer encuentro lo realiza Marcelo De Angelis en Miradas al Sur: “Durante su primer plenario de la JP en La Cava, entre tantos compañeros nuevos de los distintos barrios, dos chicas lograron llamar su atención. Eran dos jovencitas, muy bien vestidas, muy coquetas, que desentonaban en el entorno de la villa. Como era habitual la reunión terminó con vino y choripán, allí Abel aprovechó la oportunidad para hacer contacto. Las chicas eran Silvia Mónica Quintela a quien sus compañeros llamaban María, y Beatriz Recchia García, conocida como Tina. – Ustedes dos están muy bien vestidas para venir acá- dijo él, tratando de imponer su jerarquía (era responsable de la JP de San Isidro) Sin dejarse intimidar, Silvia le retrucó de entrada – Nosotras tenemos mejor minuto que vos- En la jerga, tener un minuto era tener una coartada. A fines de 1974 ya eran novios, pero aún no podían convivir. La organización no les había asignado una casa, y ella vivía con su madre Ernestina Tina Dallasta Quintela, mientras hacía el último año en la residencia de Cirugía en el Hospital de Tigre (donde el jefe de cirugía tenía una hija Ana María González, amiga a su vez de la hija del General Cesáreo Cardozo, a quién le puso una bomba debajo de la cama), y una guardia en la Clínica Olivos. La militancia lo ocupaba casi todo, era nuestro proyecto de vida, rememora Abel. Desde ahí tratamos de tener una vida en pareja. En esos tiempos escasos y preciosos -generalmente los fines de semana- iban a pasear al Tigre, lugar que Silvia amaba. Había nacido el 27 de noviembre de 1948 en Punta Chica, un balneario del Partido de San Fernando, por eso su infancia está poblada de tardes de calor en el río. Por fin la Organización les asignó una casa a principios del 76 y comenzaron a convivir. Allí funcionaba una imprenta donde se imprimía Evita Montonera para el extranjero. Silvia realizaba tareas de prevención con las madres de la villa para el cuidado del amamantamiento alimentación e higiene. En septiembre de 1976, la Organización estaba diezmada y la Columna Norte abandonada a su suerte. Por entonces Silvia tenía mucho trabajo interno, atendiendo a los numerosos heridos de la Organización.
Ante una situación de derrota irreversible, Silvia y Abel tomaron la decisión de irse en el mes de febrero de 1977. Pero eso no fue posible porque el 17 de enero de 1977, Silvia concurrió a una cita cantada debido a un mensaje de Yoli (la Doctora Graciela Eiroa, también desaparecida) a cuatro cuadras de la Estación Florida. Ahí la esperaban tres Falcon que la introdujeron violentamente en uno de ellos. Es posible que en otro de esos autos emblemáticos estuviera Yoli también secuestrada.
El encuentro
Miércoles 17 de febrero. Bar de la Costanera Sur. Marcos se encuentra con Alejandro Ramiro a quién le informa que su verdadero nombre es Francisco Madariaga Quintela, y que su papá es compañero suyo. Emprenden el viaje hacia la sede de abuelas.
Cuenta Francisco: “Abren la puerta. Veo un montonazo de gente aplaudiendo y Abel esperando, rodeado, porque es importante acá. Nos dimos un abrazo, lloramos, fue buenísimo.” Cuando ese abrazo eterno terminó provisoriamente, Francisco tuvo fuerzas para repetir varias veces gracias, gracias y afirmar: “No pudieron”
“Cuando nos dejaron solos, le pedí una foto de mi mamá.” Hoy Francisco tiene más edad que la que tenía su madre cuando la asesinaron
Y luego disparó frases como: “No tener identidad es como ser un fantasma”. O “Ser apropiado es como estar preso, como vivir dentro de una mentira”
A su vez, Abel estaba de vacaciones cuando se conoció el resultado del ADN que revelaba que había encontrado al hijo buscado durante interminables 32 años. Se lo fueron a decir Estela y Claudia Carlotto con Cocó (encargada del departamento de genética de la Asociación). Cuenta Abel: “Cuando las vi llegar a las tres brujas casi me muero, me tocó a mí”, pensé inmediatamente.
No pudieron
Recuerda Abel, que cuando brindaron el 31-12-2009, le dijo a Estela: “Este es nuestro año”. Ojalá que el vaticinio se cumpla y la Presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo encuentre a su nieto Guido a quién hace muchos años, el 24 de junio de 1996, le escribió esta carta pública: “Hoy cumples 18 años… y quiero contarte cosas que no sabés y expresarte sentimientos que no conocés. Tus abuelos formamos parte de esa generación que asigna a cada fecha un valor especial y singular. El nacimiento de un nieto es una de esas fechas. El bautismo (o no), los primeros pasos, la comunión (o no), la caída del primer diente, el jardín de infantes, el delantal blanco y el pedido de: `abuelita, enséñame las tablas´. Son momentos que trascienden. Por eso esta fecha, en que cumplís 18 años pasará a ser especial y singular como todas las otras que no pudimos vivirlas contigo. Porque te robaron de los brazos de tu mamá, Laura, a las pocas horas de nacer, en un hospital militar, esposada, custodiada, para luego furtiva y arteramente robarte para un destino incierto. Estarás creciendo en tus soñadores y bellos 18 años con otro nombre, Guido. No es tú papá y tú mamá los que festejen contigo el ingreso a la adultez, sino tus ladrones. Lo que no se imaginan, es que en tu corazón y tu mente llevás, sin saberlo, todos los arrullos y canciones que Laura, en la soledad del cautiverio susurró para ti, cuando te movías en su vientre. Y despertarás un día sabiendo cunto te quiso y te queremos todos. Y preguntarás un día dónde puedo hallarlos. Y buscarás en el rostro de tu madre el parecido y descubrirás que te gusta la opera, la música clásica o el jazz (¡que antigüedad!) como a tus abuelos. Escucharas Sui Generis o a Almendra, o Papo, sintiéndolos en lo profundo de tu ser porque así lo sentía Laura. Despertarás, querido nieto, algún día de esa pesadilla, y nacerás para tu liberación. Te estoy buscando. Te espero. Con mucho amor. Tu abuela Estela.“
Cada vez que un nieto recupera su identidad, se lo arranca de las sombras, es un agujero en el manto de impunidad. Parafraseando al Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria se puede decir: Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos. Algunos de los dolores que quedan son los nietos que nos faltan. Por eso con cada nuevo joven que recupere su identidad, sonará más fuerte la frase de Francisco: “no pudieron”. Y se volverá a escuchar la letra de Serrat: “De vez en cuando la vida/ toma conmigo un café/ y está tan bonita que/ da gusto verla/ Se suelta el pelo y me invita/ a salir con ella a escena/ De vez en cuando la vida/ se nos brinda en cueros/ y nos regala un sueño/ tan escurridizo/ que hay que andarlo de puntillas/ para no romper el hechizo”.
Hugo Presman