Una de las palabras que más le irritan a Orlando Barone, pope de 6, 7, 8 es precisamente crispación. Hay que verlo cuando con vehemencia, alude a las veces que Clarín intenta ilustrar con ella el estado de ánimo de la pareja gobernante. Hasta el mismo Néstor Kirchner, en uno de sus tantos actos de rigor, la utilizó para mofarse y arrancar algunos aplausos de sus fans. Cada vez menos, por cierto.
Pero en realidad, los que están crispados en grado sumo no son los Kirchner. Porque los sucesos de Baradero de ayer, una pueblada cuyo detonante fue la muerte absurda de dos jóvenes, revelan con intensidad como un accidente de tránsito desencadena una ola imposible de parar.
Luego de los incendios, se fueron chamuscados por la onda expansiva Pablo Antonio Scafoni, jefe de Inspección General Vial, y el comisario Oscar Gómez, comisario de dicha localidad bonaerense. Mientras que el intendente, el kirchnerista Aldo Carrosi, enfrenta un pedido de suspensión de funciones o directamente de destitución por parte de los ediles de la oposición. Más allá de las afirmaciones vertidas por el gobernador Daniel Scioli acerca de presencia de infiltrados, lo que se deduce es el grado de ira insobornable de gran parte de la ciudadanía, aunque agazapada salta por los aires cuando un suceso como este la hace detonar.
Giuliana Giménez y Miguel Portugal tenían ambos 16 años, y como es de público conocimiento fueron víctimas de una estupidez cometida por un par de funcionarios comunales, Oscar Micucci y Luciana Romero, quienes se llevaron por delante mientras perseguían a la moto Gilera en la que viajaban los dos adolescentes.
Esas muertes, que bien podrían haberse evitado, arrasaron con el sentido común de muchos, y en una tranquila mañana de domingo Baradero se convirtió casi en un remedo de Fuente Ovejuna.
Domingo sangriento
Es que a veces, por más que se mire para otro lado, hasta el más aparente pacifista tiene una cuota de aguante, y superada ésta se puede juntar con otros en estado más calamitoso y sobreviene el tsunami.
Lope de Vega ante todo quiso sentar un precedente, encender una alarma para avisar que con la paciencia de la gente no se debe jugar. Centenares de ejemplos que brotaron como hongos a lo largo de los siglos en la historia así lo demuestran. Por eso, nunca viene mal desempolvar clásicos como este, así también agarrar algún buen libro de historia que no muerde. Porque de lo contrario, la realidad sí lo hará. Y dolerá mucho.
Fernando Paolella