Prosigue la sana polémica suscitada por los tres artículos referidos al 24 de marzo de 1976, lo cual demuestra a las claras que, a pesar de las mordazas imperantes, la necesidad de un debate coherente al respecto continúan intactas.
Pero en algunos comentarios, con todo respeto, aparece cierta lógica maniquea en la que subyace un deseo manifiesto en el cual la Historia está dividida en “buenos” y “malos”.
Así, en este contexto, los integrantes de la Junta militar habrían perpetrado el golpe de marras con el sólo objetivo de evitar el baño de sangre desatado por los guerrilleros de ERP y Montoneros, satélites de Moscú, para salvar la Patria Occidental y cristiana.
Esta lógica de hierro consuela actualmente a mucha gente, como lo hacía en ese entonces con los integrantes de las patotas de los grupos de tareas, convencidos en una tarea de cruzados mientras sus altos mandos contaban los palos verdes que recibían por el ingente comercio con la URSS. Si bien es cierto que existió en Cuba el Departamento de América del Comité Central del Partido Comunista Cubano, destinado a atender a las organizaciones revolucionarias, Moscú jamás apoyó ni patrocinó estas actividades tildándolas despectivamente de muestras del infantilismo revolucionario.
Se puede tildar de cualquier cosa a los soviéticos, menos de tarados. En octubre de 1984, cuando era un excelente periodista de investigación, Horacio Verbitsky publicó La última batalla de la Tercera Guerra Mundial, donde afirma: ‘’Las emisoras de onda corta de Radio Moscú, que dedicaban seis horas diarias para denunciar a la Junta Militar chilena, sólo concedían 30 minutos semanales a la situación del otro lado de la cordillera, en el programa La semana argentina, con críticas de los comunistas argentinos a la política económica-social. La distinción que los soviéticos practicaban entre las que calificaban como dictaduras fascistas de Chile, Uruguay y Bolivia y el gobierno argentino fue inclusive motivo de enfrentamientos en congresos internacionales de juventudes entre los delegados comunistas y los representantes montoneros. Cuando éstos calificaban al régimen de genocida, los comunistas argüían que el presidente Videla encabezaba un sector democrático de las Fuerzas Armadas, jaqueado por otro al que definían como pinochetista, empeñado en profundizar la represión.
En 1978 el saldo comercial con la URSS significó para la Argentina un beneficio de 374,4 millones de dólares, y en 1979 de 384,6 millones, al mismo tiempo que crecía verticalmente el déficit del intercambio con EEUU, de 278,5 millones de dólares en 1978, a 1.302,8 millones de dólares al año siguiente, cuando la deuda externa ya se había duplicado y superaba los 19.000 millones de dólares.
En los foros internacionales los delegados soviéticos votaban contra mociones norteamericanas o europeas de condenas a los derechos humanos en la Argentina, y el régimen de Buenos Aires correspondía oponiéndose junto con Cuba a una resolución de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU a favor del disidente soviético Andrei Sajarov.
Cuando arreciaban los cuestionamientos internacionales por los métodos de la guerra sucia, el secretario general de la Presidencia, general José Rogelio Villarreal, ideó una útil combinación. El gobierno argentino autorizaría un homenaje al más célebre dirigente del comunismo argentino, Rodolfo Ghioldi, quien cumplía 80 años. El agasajo consistiría en una comida en el Club Español de Buenos Aires. Los comunistas debían abstenerse de efectuar cualquier publicidad dentro del país antes de la reunión, pero le darían la más amplia difusión posterior fuera de la Argentina. Villarreal, cuyo subsecretario era el político de la UCR Ricardo Yofre, pensaba demostrar que de ese modo que en la Argentina tenían plena vigencia las libertades políticas. La combinación se frustró debido a las pujas interfuerzas, cuando la Armada, que consideraba a Villarreal y a Yofre entre sus peores enemigos y que hasta llegó a organizar atentados contra ellos, hizo saber que de realizarse el agasajo sus comandos tomarían el Club Español por asalto’’.
Esto demuestra con creces que, a pesar de dimes y diretes vertidos, el Proceso distaba mucho de ser una unidad de criterio monolítica y uniforme, sino todo lo contrario. Mientras la línea de Videla-Viola respondía a un poder transnacional ligado a los intereses geoeconómicos de Washington pero con profusos vínculos comerciales y estratégicos con la URSS, mientras que Massera a uno más secreto y siniestro como la Propaganda Dos, subsidiaria de la CIA y el Orden Negro.
Plin caja
‘’El periodista norteamericano Jack Anderson escribió una alarmada columna que se publicó en diarios de todo el mundo señalando que en agosto de 1979 altos jefes militares soviéticos habían estado en Buenos Aires y que el comandante del Cuerpo de Ejército I, general Montes, había retribuido la visita en Moscú, donde fue condecorado. También describía con desagrado la negativa argentina a plegarse al embargo cerealero que Carter dispuso a principios de 1980 contra la URSS en represalia por el apoyo de tropas soviéticas al gobierno afgano de Babrak Karmal, y señalaba que ni siquiera una misión norteamericana encabezada por el general Andrew Goodpaster había logrado torcer la decisión tomada.
Carter descubrió entonces las peligrosas consecuencias de su política de derechos humanos y a partir de allí intentó recomponer las relaciones con los argentinos. Pero por su parte los cruzados del Río de la Plata se encontraron atrapados en una incómoda trampa al firmar un ventajoso convenio cuatrienal para colocar sus excedentes de granos a mejores precios que los del idealizado Occidente. Los ateos también pasaron a adquirir más de la mitad de las exportaciones argentinas de carne, proveyeron turbinas para represas hidroeléctricas, agua pesada para el plan atómico y el uranio enriquecido que Carter retaceaba, y enviaron a este reducto de fe rudos futbolistas, exquisitos bailarines, diestros magos y acróbatas.
Ese año, el saldo comercial con la URSS dejó en las arcas argentinas 1600 millones de dólares, que sumados a los 120 de beneficio en el comercio con los demás países de la Europa Oriental, permitieron enjugar casi por completo el déficit del intercambio con EEUU, que fue de 1884 millones. Este fue el primer año del gobierno militar en que las importaciones dejaron atrás a las exportaciones, arrojando un déficit de 2519 millones de dólares, mientras la deuda externa se abultaba en otros 8127 millones triplicando, con más de 27000 millones, la de 1976.
Esta contradicción con las proclamas ideológicas de los militares argentinos no hizo más que acentuarse en 1981, año en que se sucedieron en la Casa Rosada los presidentes Videla, Viola y Galtieri. La deuda externa creció otros 8.500 millones de dólares, hasta ubicarse en los 35000 millones; la balanza comercial volvió a quedar en rojo con 286 millones, y el intercambio con EEUU dejó un déficit de 1067 millones.
Mientras, las cuentas con la URSS arrojaban un saldo favorable de 3.418 millones. Su composición era además bien llamativa: la Argentina había comprado por 67 millones de dólares a la URSS y le había vendido por 3.481.
En 1972 el intercambio había sido de 30 millones de dólares, y en una década se había centuplicado.
Si bien algo no podía desprenderse del análisis de estos datos, era un alineamiento ciego y absoluto de la Argentina con EEUU en su confrontación global con la URSS. Sin embargo, eso fue precisamente lo que hizo el gobierno militar en una drástica ilustración del poder de las deformaciones ideológicas sobre las condiciones materiales y el interés nacional’’, concluye Verbitsky en la citada obra.
Esta deformación ideológica, alcanzaría su punto máximo a partir del 2 de abril de 1982, cuando Galtieri, otrora niño mimado de Washington, es considerado un paria por la ONU. Más solo que Saddam Hussein en la Quinta Avenida, Galtieri aceptó ayuda de inteligencia estratégica proporcionada por la KGB soviética. Gracias a ésta, el 30 de mayo de ese año el portaviones HMS Invencible fue averiado mediante una audaz operación combinada de la Fuerza Aérea y la aviación naval. Esta hazaña no habría sido posible sin esa inapreciable ayuda, que provocaba la ira del binomio Reagan-Thatcher y las risas de Brezhnev y su troupe.
San Juan, en su monumental Apocalipsis señala que tiene una visión donde una bestia sale del mar. Actuales investigadores han interpretado que ese mar simboliza el mundo de la política, con sus constantes vaivenes y marejadas. En este relato, siempre hubo quienes supieron capear el temporal, mientras que otros incautos terminaron devorados por él.
Fernando Paolella